El cambio en la regulación que impedía a los deportistas universitarios estadounidenses cobrar por su imagen genera un boom de oportunidades.
NotMid 26/12/2024
DEPORTES
Como muchas cosas importantes en la historia de los Estados Unidos, este episodio comenzó con alguien entrando en un juzgado. Ese alguien era Ed O’Bannon, que un buen día de julio de 2009 se adentró en el Edificio Federal Philip Burton de San Francisco y denunció ante el Tribunal de Distrito para el Norte de California lo que consideraba una violación flagrante de la Ley Sherman, la que prohíbe las prácticas monopolísticas en Estados Unidos, por parte de la sacrosanta y omnipotente NCAA, la asociación que desde 1910 regula el deporte universitario del país.
O’Bannon, MVP de la temporada 1995 jugando en el equipo de baloncesto de UCLA que se proclamó campeón nacional ese año, reclamaba para sí mismo y “para todos aquellos en una situación similar” una parte de la ingente tarta que durante décadas la NCAA, amparándose en su espíritu amateur, les negó a sus atletas. Utilizaba como ejemplo la aparición en un videojuego de EA Sports de un jugador de UCLA con distinto nombre pero sus mismas características, para denunciar que tanto el estudio como la asociación sacaban rédito económico de su imagen sin obtener él nada a cambio, porque obtener él algo a cambio era algo prohibido en la normativa universitaria. La jueza Claudia Ann Wilken le dio la razón, instando a las universidades a compensar a sus deportistas más allá de las becas, y con ello apretó el gatillo de una reforma integral en la concepción norteamericana del deporte universitario, que terminó de cristalizar unos años más tarde, en septiembre de 2019.
Ese mes la demócrata Nancy Skinner consiguió que el senado de California aprobara la Fair Pay to Play Act, que entró en vigor en 2023 y prohíbe a las universidades castigar a los atletas por aceptar dinero de patrocinadores durante su carrera universitaria. La NCAA, en ese clásico mantra capitalista de ‘yo voy a ganar un dineral con esto pero tú no esperes cobrar dignamente por ayudarme a conseguirlo’, la calificó como una “amenaza existencial” a su defensa del espíritu amateur, pero acabó por tragarse el sapo de una situación que podía condensarse en una palabra: “explotación”. Así la definió el magistrado de la Corte Suprema, Brett Kavanaugh, en el fallo que esta emitió sobre el caso Alston vs NCAA, una secuela del de O’Bannon que terminó de cimentar el derecho de los deportistas universitarios a explotar su imagen. Skinner fue tan gráfica como él justificando su ley: “¿Qué otra industria puede apoyarse en sus trabajadores para generar miles de millones en ingresos (1.300, concretamente, según su informe económico del año pasado) y negarles cualquier tipo de ingresos? Esta es la única hasta ahora que ha conseguido salirse con la suya haciendo eso”.
La mesa estaba puesta para una catarata legislativa que se ha ido desarrollando en el último lustro bajo tres letras: NIL, las siglas de Name, Image and Likeness (Nombre, Imagen y Semejanza en español), los conceptos que ahora los atletas pueden explotar. Aunque los esfuerzos por aprobar una ley federal que regule este mercado todavía no han dado frutos (siete proyectos se encuentran atascados), a nivel estatal el cambio de paradigma es una realidad. Son 32 de 50 los estados que ya han aprobado un marco normativo (otros cinco lo están tramitando), con cierta libertad para que cada universidad introduzca matices propios en su reglamentación.
Las marcas, tan interesadas en hacer ricos a estos jóvenes como en enriquecerse con ellos, se han abalanzado en masa sobre sus nuevos juguetes, tanto tiempo castigadas sin poder usarlos, y estos las han recibido con los brazos abiertos, liberados al fin para poder exprimir los que siempre están a una lesión grave o una mala decisión de convertirse en sus primeros y últimos años haciendo caja con sus cuerpos. Así se ha constituido un club de estudiantes ricos, que pueden comprarse un Lamborghini antes de cumplir la edad legal para beber en Estados Unidos, y que ya tiene hasta su propia serie de televisión en Amazon Prime. Estos son algunos de los mayores beneficiados con el NIL, una fábrica de veinteañeros multimillonarios.
Livvy Dunne, la gimnasia mainstream
Quizá el impacto del NIL se mida mejor en relación a ellas que a ellos por las diferencias entre sexos a la hora de enriquecerse con el deporte de élite. El arquetipo de esto sería Livvy Dunne, una atleta mainstream en una disciplina, la gimnasia, que ni con el empujón que ha supuesto la figura de Simone Biles entraría en lo que cabe catalogar como deporte de masas. Dunne, en cambio, ha convertido su enorme seguimiento en redes sociales (más de cinco millones de seguidores en Instagram y más de ocho en TikTok) en una pequeña fortuna. On3, web especializada en la materia, la sitúa en la segunda posición de su ranking de los más valiosos a efectos de NIL, con un valor de cuatro millones de dólares (3,6 de euros). Sale con Paul Skenes, rookie del año con los Pirates en la MLB, al que conoció en la Universidad Estatal de Luisiana en la típica historia de película. Es con diferencia la más mediática de la lista y tiene un papel protagonista en la serie de Amazon que sigue las andanzas del programa deportivo de la LSU. Tiene contratos firmados con Vuori Clothing, American Eagle, Plant Fuel o Bartleby.
Shedeur Sanders, el primero de muchos
Ser el quarterback estrella de la universidad ahora también tiene beneficios económicos. Sanders, que juega para la Universidad de Colorado, es el primer jugador de fútbol americano universitario que firma un contrato NIL con Nike, que provee buena parte de los 5,6 millones de dólares (5,1 de euros) en los que le valora On3. Ha protagonizado un anuncio de Oikos y tiene acuerdos con Gatorade, Mercedes-Benz y Beats by Dr. Dre. Su seguimiento en las principales redes sociales se cifra en 2,7 millones de personas. Su compañero en Colorado Travis Hunter es el tercero del ranking, valorado en 3,3 millones (3) aunque cuente con más followers, 3,3 millones, en sus redes.
Flau’jae Johnson y Page Bueckers, más dinero que en la WNBA
Son dos de las jugadoras más estimulantes del baloncesto universitario femenino y ahora cobran como tal. Más de lo que ganarían, de hecho, si compitiesen a nivel profesional en la WNBA. Se trata de Flau’jae Johnson, 16ª en el ranking de On3, y Page Bueckers, la 17ª. La primera es otra de las estrellas de los lucrativos Tigers de la LSU, con una historia que se vende sola. Su padre es Jason Johnson, rapero conocido como Camouflage, que fue tiroteado a las puertas de un estudio cuando ella era una niña. Flau’jae compagina las canchas con los micrófonos y tiene una comunidad en redes de 3,7 millones de personas, lo que la ha hecho lo suficientemente atractiva como para recibir 1,4 millones de dólares (1,2 de euros) de empresas como Apple Cash, JBL o Bazooka. Bueckers, de UConn, tiene una historia diametralmente opuesta. Es un prototipo WASP de la tranquila Minnesota, va para la próxima Caitlin Clark y las marcas lo saben. Con 5,1 millones de seguidores en redes, su imagen vale también 1,4 millones de dólares y ya ha firmado con Bose, Crocs o Gatorade. La comparativa con el salario medio en la WNBA, 147.000 dólares (134.000 euros) en 2023, habla por sí misma.
Sam Hurley, un atleta entre los más codiciados
Aunque los grandes beneficiados del NIL sean los deportes más comercializados por la NCAA antes de su instauración, el fútbol americano y el baloncesto, la lluvia de billetes ha aterrizado en todas las disciplinas. Entre los 50 más valiosos del ranking de On3 hay espacio para el atleta de la Universidad de Texas Sam Hurley, que cuenta con 4,9 millones de seguidores entre Instagram, TikTok y X. El pertiguista ya ha cedido su imagen, previo pago de 940.000 dólares (860.000 euros) a compañías como Raising Cane’s y Passes, además de ejercer de modelo para Hollister.
Hay dinero para todos en el club del NIL.
Agencias