Es insólito que la llamada a consultas de la embajadora en Argentina se anuncie en comparecencia pública. Y más aún que se exija al primer partido de la oposición que se pronuncie
NotMid 20/05/2024
OPINIÓN
JOSÉ MANUEL GARCÍA-MARGALLO
La diplomacia no es ningún juego de niños. Ciertamente es insólito e improcedente que el presidente de la República Argentina, Javier Milei, hable de la corrupción de la esposa del presidente del país que visita sin que haya una sentencia judicial firme por parte de los tribunales.
Pero también lo es que un ministro de ese Gobierno le acuse previamente de “consumir sustancias” y que la vicepresidenta azuce el conflicto, cuando parecía que las aguas se habían calmado, acusando a Milei de “generar odio”. Al mismo tiempo que la ministra de Ciencia le definía como “un negacionista de la ciencia” y le reprochaba tener “un modelo que atenta contra la democracia”. Hasta el mismísimo Pedro Sánchez le acusó de ultraderechista.
También es insólito que la llamada a consultas de una embajadora se anuncie en comparecencia pública. Y más aún que se exija al primer partido de la oposición que se pronuncie cuando la declaración del presidente argentino se ha producido en un acto de un partido diferente y sin que ningún dirigente ‘popular’, que yo conozca, haya aplaudido tal aseveración.
Cabe recordar que con Argentina tuvimos un conflicto mayor en 2012 cuando Cristina Kirchner decidió confiscar el 51% de Repsol IPF, por entonces en manos de la española Repsol, y el Gobierno no paró hasta conseguir que se indemnizase a los accionistas españoles sin que hubiera una palabra más alta que otra.
Hoy, las declaraciones de los dirigentes españoles y argentinos han superado los límites, pero las relaciones entre ambos gobiernos eran ya muy tensas desde que Milei accedió a la presidencia.
El presidente Sánchez empezó cuestionándolo en el discurso de su investidura; no le felicitó cuando alcanzó la presidencia y ni él ni ninguno de sus 22 ministros acompañaron al Rey a la toma de posesión del mandatario. Algo sorprendente cuando España es uno de los socios más importantes de Argentina con relaciones políticas, económicas, culturales y de cooperación de larga trayectoria e intensidad que se enmarcan en una pluralidad de acuerdos.
En Argentina reside casi medio millón de españoles y, según el ICEX, España es el segundo inversor en el país, solo por detrás de Estados Unidos. Entre las empresas españolas que operan allí destacan Telefónica, Santander, BBVA, Inditex, Iberdrola, Naturgy, Puig, Cordoníu y Freixenet, además de muchas otras.
El cruce de acusaciones entre el Gobierno de Pedro Sánchez y los gobiernos extranjeros no es nuevo. El de Rabat retiró a su embajadora en España cuando el secretario general del Frente Polisario, Brahim Gali, fue invitado a España. El Gobierno de Argel hizo lo mismo cuando Pedro Sánchez reconoció la marroquinidad del Sáhara y todavía estamos esperando que nuestro ministro de Asuntos Exteriores sea recibido en Argel. Por su parte, el ministro israelí para Asuntos de la Diáspora y para Combatir el Antisemitismo, Amichai Chikli, calificó al presidente del Gobierno español de “líder extremadamente débil” y de carecer de “una brújula moral”.
El Gobierno español puede y debe tener una política exterior propia y defender las posiciones que considere convenientes, pero ni los excesos verbales ni las amenazas proferidas por el ministro de Exteriores ayudan en nada a prestigiar a España ni a defender nuestros intereses en el exterior. Ya lo dijo Marco Aurelio: “No lo hagas si no convine, no lo digas si no es verdad”.
José Manuel García-Margallo es eurodiputado del PP y fue ministro de Asuntos Exteriores de España entre 2011 y 2016