NotMid 02/05/2024
OPINIÓN
CAYETANA ÁLVAREZ DE TOLEDO
Era el perfecto contrapunto a Pedro Jota, que la adoraba. La había colocado en el despacho contiguo al suyo, casi a modo de trofeo: “Tengo a Victoria”. Es decir, tengo a la persona que representa lo mejor del periodismo clásico y lo mejor de la España constitucional. Y allí peregrinábamos unos y otros —viejos reporteros con heridas de guerra y becarias veinteañeras recién aterrizadas de Oxford— en busca de criterio y de consejo. Y a todos nos recibía con la misma actitud: una combinación, muy poco ibérica, de curiosidad, generosidad y humildad.
Victoria Prego, es sabido, fue la periodista que mejor contó la llegada de la democracia a España. Recuerdo perfectamente la primera vez que vi la famosa serie documental sobre la Transición que codirigió para Televisión Española. Yo era eso, una becaria, una anglófila, una apátrida, y me emocionó profundamente. Por su rigor: un monumento a la pedagogía y a la pulcritud. Y por su contenido: el retrato de una nación plural y reconciliada, de ciudadanos distintos pero empecinadamente resueltos a vivir juntos. Siempre he pensado que aquella serie debería emitirse cíclicamente no ya en todos los institutos, sino en todas las instituciones. La primera, el Congreso de los Diputados, donde la ignorancia no sólo goza de inmunidad parlamentaria, sino que tiene la facultad de hacerse ley.
Pero el legado de Victoria Prego trasciende al periodismo. No sólo contó la Transición; también la defendió, como han de defenderse las causas y las cosas: con el ejemplo y con la acción. Se levantó digna y desafiante contra ETA. Y ahí circula de nuevo su impresionante discurso en la manifestación por el asesinato de Miguel Ángel Blanco, con aquel grito final, tan anti-equidistante, tan imprescindible y cívico: “¡A por ellos!”. Y algo más loable aún: se levantó contra el nacionalismo catalán cuando este todavía ejercía de insólito árbitro de la moderación española. De esto fui feliz testigo. En el verano de 2016, con el Proceso separatista cabalgando hacia el golpe de Estado, le pedí que participara en un acto de Libres e Iguales titulado “Por el pacto español”. Es decir, por la Constitución. Yo también quería “tener a Victoria”, referente de ecuanimidad y de cordura. Ni las secuelas del ictus, ni las dentelladas del cáncer, ni los consejos sectarios de algunos la frenaron: aceptó al instante. La recuerdo en un Teatro Calderón lleno hasta el cielo, tan menuda y a la vez tan grande, junto a los mejores de su generación y de la mía.
Lo destacaba ayer Casimiro García-Abadillo, con quien fundó El Independiente: la acusaban de haberse movido de la izquierda a la derecha, pero ella sabía que lo que se había movido era el tablero, arrastrado por el PSOE hacia un extremo. Como sabía también que la democracia es un bien frágil, que necesita de vigilancia y de cuidado. Lo proclamamos en aquel acto: “La Transición no abrió un paréntesis en el sinuoso itinerario español, sino un sistema de libertad al que no vamos a renunciar. La Constitución no fue una concesión a la desahuciada tutela franquista, sino un contrato de civilización. Nuestra democracia nunca se pretendió perfecta ni acabada; desde el primer momento demandó convicción, valentía, militancia. Las que ahora reclamamos y que debemos exigirnos a nosotros mismos”.
Ella siempre lo hizo. Y por eso permaneció alerta y combativa hasta el final. Escribió contra la crueldad y la estupidez, como Chaves Nogales desde su exilio francés. Denunció la corrupción y la impunidad: su último artículo es una crítica apasionada y merecida a la amnistía de Puigdemont. Y, sobre todo, alertó contra cualquier tentación de agitar el fiero y lúgubre cainismo español.
Ahora que el Gobierno levanta muros y sus puentes bloquean; ahora que llaman “limpieza” a la mordaza, “convivencia” a la reincidencia y “regeneración democrática” a la demolición de los contrapoderes; ahora que todo lo que la Transición integró pareciera desintegrarse, el recuerdo de Victoria Prego podría sucumbir al pesimismo que tantas veces ha lastrado el ánimo español. Pero no. Es al revés. Ella era la encarnación de la concordia constitucional y ahora su espíritu constructivo y optimista nos convoca como una luz.