La corrupción le estalla a Sánchez en su momento de mayor debilidad política
NotMid 25/02/2024
EDITORIAL
JOAQUÍN MANSO
Cuando José Luis Ábalos llegaba junto a Koldo García a cualquier sitio, «era como si se aparecieran los Reyes Magos». Así lo resumen en el Ministerio de Transportes. Fue Pedro Sánchez quien invistió a Ábalos del enorme poder de ser al mismo tiempo el secretario de Organización del PSOE, dueño del aparato del partido y de sus listas, y ministro de la cartera con más presupuesto, la que reparte la obra pública. Así que pasaba la vida, siempre con el fiel Koldo al volante, recorriendo el país -agrupaciones, ayuntamientos y comunidades- para intercambiar adhesiones políticas por infraestructuras. Con la zanahoria o con el palo, como muy gráficamente le explicó el jueves el alcalde de León a Carlos Alsina: «Koldo me dijo que tenía tres años para joderme»
El chófer, asistente personal y finalmente asesor del ministro era por lo tanto el ejecutor de sus favores y de sus amenazas, pero también el guardián de sus más íntimos secretos políticos –fue él quien abrió la puerta de Barajas a las 40 maletas de Delcy- y personales -lugarteniente de mil noches en vela y en efectivo-. Esa condición por todos conocida de hombre para todo del mismísimo corazón del poder era la fuente del irresistible ascendente de Koldo sobre cualquier cargo del PSOE, de arriba hacia abajo, y de su inevitable conciencia de impunidad. Es la raíz de la corrupción.
Los comportamientos probablemente delictivos descubiertos esta semana son de una inmoralidad tan repugnante e inconmensurable que no habrá muro de opinión pública que lo aguante. Resulta que el 20 de marzo de 2020, bajo la atmósfera lúgubre de las sirenas de ambulancia en aquel Madrid plomizo y postnuclear de los primeros días del estado de alarma, cuando 600 personas morían al día en España, Ábalos firmó de su puño y letra una orden de provisión de material sanitario cuando nadie parecía en condiciones de suministrarlo; nadie, excepto una empresa fantasma sin actividad ni experiencia previa, liderada por un sinuoso personaje introducido por el propio ministro dos años antes en el círculo de influencia del Ministerio -el tal Víctor de Aldama, presidente del Zamora, al que conoció en un viaje a México-, y que, ¡apenas unas horas después!, ya tenía lista una entrega que le valió de inmediato un contrato de 20 millones de euros, el 87% destinado a ganancias. Eran ricos.
El juez ve en esa sucesión inopinada la prueba del «concierto» entre el Ministerio y la trama. Hoy sabemos que el mérito consistió en pedirle a Koldo que hiciera de «intermediario», «prevaliéndose de sus relaciones personales con autoridades». ¿Qué otra autoridad puede ser, que no sea Ábalos? ¿Quién puede creer que el todopoderoso ministro, auténtico hombre fuerte y chico listo del Gobierno, fuera sin embargo candorosamente ajeno a una contratación tan extraordinariamente crítica, a las circunstancias que la rodeaban y a las personas tan cercanas a él que la protagonizaban?
Un escalofrío recorrió Madrid un día de febrero de 2009 en que fue detenido Francisco Correa: cualquiera podía intuir el contexto turbio y su vínculo con las altísimas esferas. Algo parecido ocurrió el miércoles. La denuncia de los contratos de mascarillas partió del PP de Isabel Díaz Ayuso como reacción a las insidias contra su hermano que perpetraba -y sigue perpetrando- el presidente, pero antes los había investigado el equipo de Pablo Casado porque en el vermú de la calle Jorge Juan eran vox pópuli las fanfarronadas de Víctor de Aldama ante empresarios que se relacionan con el Ministerio de Transportes.
Y qué decir de Koldo, de su progresión desde el quicio de una mancebía de Pamplona y las palizas por encargo a la vera más próxima del poder y los consejos de Puertos del Estado y Renfe Mercancías. De la mano de Santos Cerdán, sí, que lo trajo y le dio trabajo a él y a su familia, pero sin duda también gracias al favor de Pedro Sánchez, que lo exaltó como «gigante de la militancia» en un tuit nada más llegar a la Secretaría General y le reservó una mención especial en su Manual de Resistencia por quedarse a dormir en la oficina para custodiar los avales de aquellas primarias de 2017. Entrega personal, favores confesables e inconfesables y estrechísima confianza de la cúpula. Así, ¿quién podría atreverse a decirle que no a Koldo? ¿Hasta dónde llegó su actividad? Y ahora, ¿si Koldo cantara? Como ya pasó en Gürtel, el Gobierno queda en manos de delincuentes sin escrúpulos que mirarán por su propio interés.
Si fulgurante fue el ascenso, más dura será la caída: Ábalos pasó del todo a la nada en una mañana de julio de 2021. Sobre ese cese pesa ahora una vehemente sospecha que perseguirá a Sánchez, porque además la trama dejó de recibir contratos de administraciones socialistas en ese mismo instante. Y como el ministro, también cayó Koldo súbitamente en desgracia. ¿Cuánto sabía el Gobierno de las andanzas de Koldo y Ábalos? ¿Y por qué fue recuperado Ábalos para las listas del 23-J? Tienen pendiente dar explicaciones el ministro del Interior, que ya le ha echado el muerto a Ábalos; el ahora ministro Víctor Ángel Torres, que contrató con el grupo de detenidos varias veces en Canarias, y la actual presidenta del Congreso, Francina Armengol, que lo hizo en Baleares, y que además fue estafada y pagó 3,7 millones por mascarillas inservibles que sólo reclamó cuando fue desalojada del poder. Casi nada y esto acaba de empezar.
La corrupción le estalla a Sánchez en su momento de mayor debilidad política, con la legislatura en la encrucijada y tras el pésimo resultado electoral de Galicia, que evidencia la solidez institucional del PP y el precio de la estrategia de poder del presidente, que está dejando en las raspas la estructura territorial y el capital humano del partido. Su respuesta, reclamando liderazgos que «trasciendan la marca», es una nueva huida hacia adelante que redunda en su planteamiento frentista, reafirma su posición auxiliar de los independentismos -que se prepare Eneko Andueza- con el único fin de bloquear la alternancia y sugiere un plan para acometer el espacio que queda a su izquierda, en estado de catatonia por la inanidad de Yolanda Díaz y su pelea interminable con Podemos. Lo natural, no obstante, será que trate de responder cuanto antes acelerando con la amnistía, al precio que Carles Puigdemont le pida.