El primer país “hiperenvejecido” del mundo pierde su puesto como tercera potencia mundial y lucha contra el mayor de sus problemas: un tercio de su población desaparecerá en 40 años
NotMid 22/02/2024
ASIA
Yukihiro asegura que uno de sus vecinos, septuagenario como él, regresó hace poco a la cárcel porque estaba hastiado de pasar la vejez bajo el triste manto de la soledad y con una mísera pensión. Prefiere antes dormir en una celda que en su casa. Así que robó por quinta vez en un supermercado, en el mismo que otras veces, a sabiendas de que lo iban a pillar. “Está feliz porque en la prisión tiene agua caliente, tres comidas al día, habla con los funcionarios y se entretiene en el patio con otros presos”, dice Yukihiro, obrero jubilado que vive en Sanya, un suburbio al norte de Tokio. Otro vecino jubilado, Kosei, se mete en la conversación para añadir que ha escuchado en la televisión que en las cárceles de Japón los reclusos cada vez son más mayores. No va mal encaminado: una de cada cinco personas que acaban entre rejas tiene más de 65 años. Hace dos décadas, era una de cada 20.
En Sanya residen muchos de los trabajadores que, como Yukihiro, Kosei o el vecino que está en prisión, construyeron la actual metrópolis tras la Segunda Guerra Mundial. Fueron los que levantaron la Torre de Tokio, la red de autopistas elevadas y las instalaciones para los Juegos Olímpicos de 1964, como el imponente estadio Nippon Budokan, el gran templo del judo. Con sus manos ayudaron al gran lavado de cara que la capital de Japón necesitaba para convertirse en una de las ciudades más modernas y vibrantes del mundo.
Estos trabajadores ahora tienen entre 75 y 90 años. Malviven con bajas pensiones en un lugar que no aparece en ningún mapa oficial con su nombre original. El gobierno local, en un intento por borrar de las estadísticas la alta concentración de marginalidad en un solo suburbio, dividió Sanya en varios barrios y distritos. Pero la fotografía sigue siendo la misma: un área envejecida en la que conviven pensionistas, familias humildes que trabajan en las fábricas del extrarradio y mochileros que se alojan en albergues baratos que se extendieron por la zona durante el Mundial de Corea y Japón 2002.
Si estos abuelos construyeron el actual Tokio, sus hijos mayores fueron los que engordaron la productiva fuerza laboral durante el conocido como “milagro económico japonés” de la década de 1970 y 1980. Un periodo de expansión que llevó al país a posicionarse como la segunda economía mundial, gracias sobre todo al desarrollo tecnológico y a una eficiente mano de obra.
Japón, hogar de 125 millones de personas, ha mantenido su estatus como superpotencia tecnológica, pero su músculo económico pierde fuerza. La resaca de la pandemia duró más de lo esperado, lastrando el consumo interno, y la inflación y el cada vez más agudo desastre demográfico han empujado a un país envejecido hacia el pozo de la recesión. Además, la semana pasada, las autoridades comunicaron que Japón había cedido a Alemania su posición como tercera economía mundial.
UNA ECONOMÍA QUE GIRA ALREDEDOR DE LOS ABUELOS
A 30 minutos en metro de Sanya se encuentra una famosa zona comercial, Sugamo Jizo-dori, conocida popularmente como el “Harajuku de las abuelas”. Utiliza el nombre de uno de los céntricos enclaves de ocio juvenil, Harajuku, pero en este caso para referirse a una calle de 780 metros frecuentada por jubilados tokiotas.
Es una especie de pequeño parque de atracciones para las personas mayores. Hay más de 200 tiendas que venden dulces tradicionales, ropa barata, té y productos de bazar. En los rincones, los abuelos, la gran mayoría todavía con mascarillas, se juntan en corrillos para charlar. También hay un templo budista con una estatua a la que muchos atribuyen poderes curativos y que es un filón para atraer a los abuelos con dolores. Estos hacen cola para frotar la estatua con un paño que antes sumergen en una fuente que hay frente a la figura. Luego, echan unas monedas al pozo del templo.
En muchas ciudades de Japón, empezando por la capital, hay una economía que prospera en torno a la vejez. Todo está envejeciendo en la nación asiática. Desde el porno, donde hay un auge de actores y actrices que pasados los 65 años están debutando en una industria con una base de consumidores que se hacen cada vez más mayores. Hasta la temida yakuza, la mafia japonesa, con líderes octogenarios que no han logrado que haya un relevo generacional.
La culpa de todo esto la tiene una bomba demográfica impulsada por la caída estrepitosa de la natalidad y el aumento de la esperanza de vida. Las cifras son demoledoras: la proporción de personas mayores (de 65 años o más) es la más alta del mundo: 29,1% de la población, según las últimas cifras publicadas por el Gobierno. Además, uno de cada 10 japoneses tiene 80 años o más.
En Japón viven 90.000 ancianos que superan los 100 años. Echando la vista medio siglo atrás, apenas eran 150. Además, la proporción de personas de 15 a 64 años, las que se consideran en edad de trabajar, únicamente representan el 59,4%. Otro dato reseñable -y preocupante- es que los trabajadores mayores de 65 años representan ahora más del 13% de la fuerza laboral nacional, una cifra que lleva aumentando 19 años seguidos.
“Japón está al borde de no poder funcionar como sociedad debido a la caída de la tasa de natalidad”, advirtió el año pasado el primer ministro Fumio Kishida después de que salieran publicadas las últimas estimaciones del Gobierno: en 2022, las muertes alcanzaron un récord de más de 1,56 millones, mientras que solo hubo 771.000 nacimientos, la primera vez que este número caía por debajo de 800.000 desde que comenzaron los registros. Las previsiones de los demógrafos apuntan a que para 2060 el país perderá casi un tercio de su población.
“Japón es el primer país hiperenvejecido del mundo. En 2023, la tasa de fertilidad era de 1,36, muy por debajo del nivel de reemplazo de 2,1 hijos por mujer necesario para la estabilidad de la población”, apunta el investigador Tom Le, autor del libro El envejecimiento de la paz en Japón: pacifismo y militarismo en el siglo XXI, donde aborda cómo el envejecimiento de la población ha golpeado también a la defensa de la seguridad nacional porque la cuantía de jóvenes reclutas que entran al ejército ha caído a mínimos históricos.
La actual presión demográfica se está notando sobre todo en la falta de mano de obra. Fuera de la burbuja de las grandes ciudades como Tokio, cada vez hay más escuelas cerradas y en los hospitales llevan tiempo quejándose de la falta de médicos. “También tenemos ahora una gran escasez en el sector del transporte. Faltan camioneros, taxistas (de estos hay un 40% menos que hace 15 años) y conductores de autobuses”, asegura Hiroshi Yoshida, profesor del Centro de Investigación sobre Economía y Sociedad de Personas Mayores de la Universidad de Tohoku.
Son muchos los reclamos al Gobierno para que, además de aumentar los incentivos fiscales para las familias, financiar tratamientos de fertilidad, mayor flexibilidad laboral o alargar los permisos de paternidad, rompa con su conservadora política migratoria -ultra nacionalista- y que abra las puertas a los trabajadores extranjeros.
APLICACIONES DE CITAS PARA SUBIR LA NATALIDAD
En una sociedad tan tradicional como la japonesa, las autoridades ven una correlación clara entre el desplome de los nacimientos y el de los matrimonios, que están en sus registros más bajos (501.116 en 2021) desde la posguerra. Preocupados por el creciente número de solteros, el gobierno metropolitano de Tokio está jugando a ser Cupido con una aplicación de citas impulsada por la inteligencia artificial que estará disponible en primavera.
Tokyo Futari Story, que así se llama, está dirigida sobre todo a los jóvenes solteros, pero también a ese 32% de hombres mayores de 50 años que viven en la capital y nunca se han casado, junto con el 23,79% de mujeres. Lo más llamativo de este programa es su estricto proceso de registro: además de rellenar un formulario básico con gustos y fobias, hay que presentar un certificado de soltería y una copia de la nómina en caso de estar empleado. Los solicitantes también deberán pasar por una entrevista online con un funcionario del departamento de planificación familiar. Después de eso, la IA hará su magia para emparejar según compatibilidades.
“Este tipo de aplicaciones pueden ser útiles para los jóvenes que no tenemos tiempo para buscar pareja porque estamos consumidos por el trabajo”, explica Hideki (28 años), empleado en una aseguradora. “Si ellos se quejan de que no tienen tiempo, para nosotras es mucho peor porque, simplemente por ser mujeres, nos exigen mucho más y luego no reconocen nuestro trabajo con merecidos ascensos”, protesta Jun, una treintañera que trabaja en una conocida empresa tecnológica.
En caso de que los solteros no se atrevan a dar el paso adelante usando este tipo de aplicaciones, sus padres les pueden ayudar gracias a un formato más tradicional que está de moda. Las llamadas “omiai” son reuniones de emparejamiento que organizan agencias matrimoniales y en las que no participan las futuras parejas, sino sus padres.
Encontramos a Hideki y a Jun paseando por la noche bajo los neones del bullicioso Shinjucu, el barrio más canalla de Tokio. “Yo he llegado a hacer 70 horas extras no remuneradas a la semana. De mi grupo de amigas, que somos todas mujeres bastante independientes, ninguna quiere ser madre. La extrema competitividad de esta sociedad nos ha empujado a renunciar a ciertas cosas, como a tener pareja o a la maternidad, para centrarnos en nuestra proyección laboral. Luego nos escandalizamos cuando salen noticias sobre que una persona ha muerto por exceso de trabajo”, sentencia Jun.
Sobre esto último, según cifras del Ministerio de Salud, en 2022 murieron en Japón 2.968 personas por suicidios atribuidos al karoshi, como se denomina a las muertes por exceso de trabajo.
“Las empresas japonesas se quedaron estancadas en la época de la burbuja económica de los años 80. Apenas ha habido cambios en los lugares de trabajo a pesar de que los salarios se han congelado y cada vez hay menos mano de obra, por lo que todo el mundo ahora tiene que trabajar más duro y por más tiempo”, explica Makoto Watanabe, investigador del Instituto de Investigación Económica de Kioto.
11 MILLONES DE CASAS VACÍAS
La crisis de natalidad y el envejecimiento de la población está empujando también a una despoblación masiva hasta el punto de que la mitad de los más de 800 municipios del país han sido designados por el Gobierno central como “total o parcialmente despoblados”. Un informe de la firma de investigación Nomura señalaba que Japón cuenta con aproximadamente 11 millones de casas vacías.
En muchos rincones se extiende el fenómeno de la despoblación mientras que en Tokio pasa todo lo contrario. La capital es una salvaje centrifugadora con más de 14 millones de personas. Si se suma todo el área metropolitana, son casi 37 millones, un cuarto de la población total del país. Estos números hacen que las autoridades locales hayan llegado hasta el punto de pedir a los vecinos que se muden a otro lugar para descongestionar la ciudad. Hay suculentos paquetes de dinero a las familias por marcharse. El año pasado se presentó un programa que ofrece un incentivo de un millón de yenes (7.000 euros) por hijo para aquellas familias que dejen el área metropolitana y se instalen en lugares arrasados por la despoblación.
Vivir en un Tokio menos congestionado seguro que lo agradecerían Yukihiro y Kosei, los septuagenarios del suburbio de Sanya. Ambos ancianos cruzan dos días a la semana media ciudad en metro para trabajar como voluntarios en la vigilancia y limpieza de un parque público. Las autoridades, a falta de mano de obra más joven, al final acaban tirando de jubilados para que ayuden a mantener el estándar japonés -ahora en peligro de colapso- de perfecta armonía entre orden y limpieza.
Agencias