NotMid 18/08/2023
OPINIÓN
MANUEL ARIAS MALDONADO
Muchos de los argumentos expuestos a lo largo de esta semana en medios de comunicación y redes sociales se han alineado tan perfectamente con los intereses del Gobierno en funciones que hay motivos para preguntarse si la conversación pública en nuestro país no habrá dejado de tener sentido. Y es que si amplios sectores de la opinión van a limitarse a amplificar los marcos comunicativos que los partidos ponen en juego, sea cual sea su bondad o coherencia, lo que tenemos entre manos no es un intercambio de razones públicas; solo una burda lucha de poder que emplea esas razones como señuelos con que cazar a los incautos.
La apuesta es alta: se está justificando que un enemigo jurado del orden constitucional, que además es prófugo de la justicia, decida si habrá o no legislatura. De ahí que vayan menudeando las opiniones en favor de una amnistía que, siendo instrumental para la investidura de Pedro Sánchez, ha dejado de ser inaceptable e inconstitucional: es ya constitucional y deseable. También se publican artículos donde se respaldan las quejas del nacionalismo catalán sobre la financiación territorial; las Padanias nos disgustan hasta que dejan de hacerlo. Y así como se acusaba al PP de hacer «trumpismo electoral» cuando alimentaba las dudas sobre el voto por correo, la insistencia del PSOE en revisar los 30.000 votos nulos de Madrid pasa a ser higiene democrática.
Ahora bien: lo que transforma la conversación pública en una simulación es el hecho de que solo puede desarrollarse bajo la apariencia de un intercambio honesto de razones; nadie sale a decir que la amnistía es buena porque permite que Sánchez gobierne. Se nos exige apelar al interés público y de ahí ocurrencias tales como el «país de países» o el «desbloqueo del futuro». Si esos argumentos coinciden con los intereses del Gobierno, lo llamaremos casualidad. No es raro que quienes se oponen a Sánchez hagan lo mismo: la insistencia del PP en que la lista más votada tiene derecho a gobernar quiere confundir a los ciudadanos menos versados en los principios de la democracia parlamentaria.
Ocurre que la praxis del socialismo bajo el liderazgo de Sánchez es tan extravagante que debemos rendirnos a la evidencia de que los partidos funcionan como religiones políticas. Ya fue aleccionador que algunos firmantes del manifiesto Libres e Iguales llamaran a renovar Frankenstein en vísperas del 23-J y ahora toca Puigdemont; se dirá lo que haga falta. Y ante esto, poco se puede hacer: ¡que siga la farsa!