El Gobierno aspira a crear una atmósfera intimidatoria para que los medios que aspiren a una homologación oficial dosifiquen las verdades
NotMid 08/05/2024
OPINIÓN
Los bulos más persistentes llevan en España marchamo oficial. Por citar un puñado, son las fosas como en Camboya, los bebés robados, los pinchazos en las discotecas o el subcampeonato español de la corrupción mundial. Todos estos espantajos fueron alguna vez agitados para crear el estado de opinión que requiere una ley. Por eso ha resultado tan divertido que Irene Montero propusiera una legislación para luchar contra la infamia mediática. Su condena por calumniar a un hombre, al que acusó falsamente de pederasta y maltratador, confirma que no existe la libertad de difamación. Si lo sabrá ella.
Los apocalípticos no se han enterado de que los bulos tienen hoy una esperanza cortísima de vida. El canto del cisne en España del mundo offline fue la mermelada que no chupeteó un perro llamado Ricky. Estuvo, ese perro, circulando por las calles durante cuatro días interminables. Hubo gente que lo vio. Lo juraba por su madre e incluso ante Concha Velasco. Ahí afuera se disfrutaron durante años otras historias suculentas, como aquel club de Mickey Mouse al que se accedía por vía rectal o aquel chaval que se dejó los intestinos en el filtrado de la piscina y al que Chuck Palahniuk inmortalizó en Fantasmas. La mentira tiene ahora unos canales más anchos de difusión, pero la verdad les sale antes al paso.
No hay nada tan antiguo como hablar, como hace Pedro Sánchez, de «los digitales y las webs». Todos los periódicos del mundo son digitales y una minoría, como este en el que les escribo, tiene además una rotativa. Sánchez no es un hombre culto, pero tiene un instinto afinado que le permite entender mejor que sus adversarios el mundo de hoy e incluso de pasado mañana. La inteligencia artificial es un desafío, desde luego, pero no tanto porque la gente se vaya a creer cualquier recreación falsaria, sino porque puede que llegue el día en que nadie se crea nada. Menos aún lo que ven con sus propios ojos.
Peor que imponer la colegiación es promover la incredulidad. No se alarmen, esto es a lo máximo a lo que puede aspirar este Gobierno en lo que se refiere a la libertad de expresión: a la creación de una atmósfera intimidatoria para que los medios que aspiren a una homologación oficial dosifiquen las verdades. Que nadie crea nada, de manera que la verdad sea un alfeñique. Déjense de chorradas. Hoy son más los que consideran un bulo que Begoña Gómez firmó unas cartas dirigidas al Ministerio de Economía en apoyo de su patrocinador que los que consideran cierto que fue ella quien recibió la subvención que en realidad fue a parar a una señora de Cantabria.