Los fanáticos confían en que el miedo reduzca a los demócratas a la autocensura. Por eso cabe celebrar el compromiso de los escritores que ayer se solidarizaron públicamente con el escritor atacado
NotMid 20/08/2022
OPINIÓN
La libertad no solo se vive: en determinadas circunstancias necesita también ser escenificada. De ahí el singular valor del acto que se celebró ayer en las emblemáticas escaleras de la Biblioteca Pública de Nueva York, donde por iniciativa del PEN Club de América y la editorial Penguin Random House tuvo lugar un recital de homenaje a Salman Rushdie y en defensa de la libertad de expresión.
En la noble institución que se levanta en Bryant Park, cerca de Times Square, un centenar de escritores de la talla de Paul Auster o Gay Talese se turnaron para leer fragmentos de las obras de Rushdie, incluyendo Los versos satánicos, la novela satírica que le valió la fetua del ayatolá Jomeini y que más de tres décadas después Hadi Matar quiso ejecutar aprovechando una conferencia del autor, que se recupera de las graves heridas -diez puñaladas- que le infligió el fanático islamista.
Se trataba de reeditar la iniciativa Stand with Salman, con la que ya en 1989 una parte del mundo de la cultura neoyorquina se solidarizó con el escritor condenado a muerte por la intransigencia de los enemigos de la sociedad abierta. Han pasado los años, y las amenazas para la libertad por desgracia no solo no han remitido desde entonces sino que han conocido nuevas manifestaciones, empezando por la cultura de la cancelación derivada del movimiento woke, surgido precisamente como un neopuritanismo de raíz americana.
Sin embargo no hay grado de violencia y daño comparable al que es capaz de desatar la barbarie yihadista: del atentado contra Charlie Hebdo al apuñalamiento de Rushdie. Y combatirla exige a veces un coraje proporcional, que interpela no solo a los escritores sino a todos los ciudadanos de las democracias liberales, acechadas permanentemente por los agentes religiosos o ideológicos de la involución.
Conviene recordar que el ataque a Rushdie, como cualquier acto de terrorismo, persigue fines ejemplarizantes: los fanáticos confían en que el miedo reduzca a los demócratas a la autocensura. Por eso hay que celebrar las ventas que en lugares como Francia está alcanzando de nuevo Los versos satánicos, y aplaudir también el compromiso de los escritores que acudieron ayer a leer sus frases en Nueva York, ciudad que conoce demasiado bien la infame huella del terror islamista.