Apocalipsis en el aeropuerto de Jersón: el monumento a la derrota rusa. Accedemos a la base en la que los rusos sufrieron uno de los reveses más humillantes de toda la invasión
NotMid 28/02/2023
MUNDO
Tres perros de raza indefinida se alimentan rebañando las latas de las raciones de combate que dejaron los rusos entre uniformes abandonados, heces humanas y páginas arrancadas de revistas pornográficas. Son los únicos pobladores del edificio y, por su supervivencia durante meses, se diría que conocen hasta la posición de las minas sembradas por los hombres de Putin antes de huir. De la palabra “Aeropuerto” sólo quedan cinco letras en su gran fachada frontal, agujereada por la lepra de la guerra.
La derrota huele a óxido, a goma quemada y a carne muerta. El fuego aún deja ver las Z dibujadas en los laterales de los blindados calcinados y los autobuses de línea que trasladaban turistas antes de la invasión. Un año después de haber desencadenado la Operación Militar Especial de tres días, no hay mayor monumento al fracaso que el aeropuerto de Jersón, base de las tropas de la Z desde los primeros días de la invasión y escenario de su desastre.
La portada del diario ruso ‘Estrella Roja’ abre su edición del 11 de marzo de 2022 con fotografías triunfales de un desfile militar en la Plaza Roja de Moscú con el título “Orgullosos de lo que somos”. El papel se encuentra amarillento y arrugado sobre la mesa de la habitación en la que se alojaba el general Yakov Vladimírovich Rezántsev, la única con una cama digna de tal nombre, en la segunda planta del edificio de la torre de control del aeropuerto de Chronobayivka. Alrededor hay camisetas de rayas horizontales llenas de sangre y suciedad. Son las que usaban los paracaidistas rusos que defendían este lugar.
La invasión había comenzado días antes, el 24 de febrero, y las tropas de la Z se habían hecho fuertes en la ciudad de Jersón y en este aeródromo, que se convirtió en su base de operaciones. Días después de leer este ejemplar de ‘Estrella Roja’, Ucrania lanzó un ataque en el que murió Rezántsev tras haber matado días antes al teniente general Andréi Mordvíchev. Los rusos perdieron 15 helicópteros, unos 30 tanques y decenas de camiones de combustible en aquel ataque, que fue clave para frenar los planes de Moscú de llegar hasta la anhelada Odesa.
Lejos de aprender la lección, los rusos volvieron a atrincherarse en el aeropuerto durante meses hasta que la posición se hizo indefendible. ¿Cuántas fuerzas perdieron en aquel empeño? los restos de carros de combate y vehículos blindados se encuentran en un vertedero cercano, que ocupa una enorme extensión de terreno, donde estas máquinas de acero anaranjado por el óxido reposan a la espera de que su metal se reutilice en una fundición.
Por todos lados hay miles de cajas de munición llenas de tierra sirvieron de parapeto para las tropas de la Z, que se atrincheraron en la terminal. Para proteger los tanques cavaron grandes zanjas y prepararon búnkers, trincheras y dormitorios subterráneos por todo el perímetro. Los misiles Himars, el arma más letal que posee Ucrania para atacar a los rusos a larga distancia, golpearon una y otra vez estas posiciones, hundiendo los techos del aeropuerto, agujereando los vehículos rusos y matando a muchos enemigos sin que sus defensas aéreas pudieran detectar o interceptar esos proyectiles. El viento mueve todas las planchas del techo con cada ráfaga, creando una sinfonía metálica.
Si cada uniforme abandonado y lleno de sangre es un muerto, los rusos llenaron un cementerio. En las fotografías clásicas de guerra los fallecidos siempre aparecen descalzos. Alguien sacó del interior un enorme escáner de maletas y lo puso junto a una montaña de botas en la entrada a las pistas, rodeadas de carros de combate decapitados, cisternas militares y demás chatarra bélica.
Los ucranianos, ayudados por los satélites occidentales, detectaron los vehículos y los perforaron uno a uno. Lo que queda es el recuerdo retorcido y calcinado de todos ellos. “Es curioso, pero cuando les atacamos la primera vez pensamos que abandonarían el aeropuerto para montar la base en un lugar menos expuesto, pero para nuestra sorpresa, tras el primer bombardeo volvieron a meter tropas y equipos de nuevo, así que hicimos otra vez tiro al blanco. Y luego otra… “, cuenta por mensaje un oficial ucraniano de las Fuerzas Especiales de Jersón. Si Ucrania quiere volver a poner en marcha el aeródromo tendrá que volverlo a levantar desde cero.
Pero la parte más curiosa del aeropuerto es, sin duda, la zona derecha de las pistas, donde descansan en fila unos 15 viejísimos biplanos Antonov AN2 de la compañía soviética Aeroflot cuya producción data de 1947. En un escenario apocalíptico, varios aparatos han perdido alguna de las alas por las bombas. Alrededor de ellos los rusos cavaron trincheras y usaron el interior de los aviones, en el que caben 12 asientos para los pasajeros, como dormitorio. Dentro de las cabinas, los instrumentos llenos de telas de araña guardan los datos de su último viaje hace ya décadas. Una vieja libreta, con las páginas amarillentas, contiene anotaciones con las horas de vuelo y la ruta con destinos como Bakú, Kabul, Asmara o Adis Abeba. Está matriculado en la CCCP (o sea, la antigua URSS).
En los hangares se guardan, ya destruidos por la metralla, los antiguos motores de estas reliquias de la aviación y hélices de repuesto con los colores de Ucrania que harían las delicias de muchos coleccionistas. Dentro de esos hangares, agujereados por la metralla, vivieron y murieron muchos militares de la Z.
Cuando comenzó la invasión a gran escala de Ucrania, un grupo de traidores, buscados hoy por la justicia ucraniana, desminó la frontera con Crimea e impidió que nadie volara el puente Antonivski que une los dos lados del río Dnipro. Los rusos lo tuvieron muy fácil para conquistar la única capital de región que consiguieron, aunque por un tiempo limitado, en esta guerra. Después ellos mismos minaron todo el terreno alrededor de la base. Hoy, los desminadores ucranianos que trabajan en los caminos de acceso nos avisan: “Nada de pisar fuera del asfalto. Esto está plagado de minas”.
En febrero de 2022, la página web del ayuntamiento de Jersón preguntaba a sus vecinos en referéndum si querían que se abriera una conexión aérea entre su ciudad y Minsk, la capital de Bielorrusia. Se podía votar hasta el 28 de febrero, pero la guerra acabó con aquel proyecto. Pasarán muchos años, quizá décadas, hasta que algo así vuelva a estudiarse. La Operación Militar Especial de Putin ha terminado rompiendo los puentes aéreos para varias generaciones.
A la salida del aeropuerto tratamos de visitar la ciudad de Jersón. En la entrada, a unos 70 metros de nuestro vehículo, caen varios cohetes Grad con gran estruendo. Los pocos civiles que caminan por la calle se quedan congelados ante las explosiones. Vemos el humo y los cascotes saltando por los aires. Damos la vuelta y tratamos de bajarnos del coche. Un vecino nos dice: “Salid de aquí. Toda la ciudad está bajo ataque”. Minutos después sabremos que esos mismos misiles han matado a seis personas. La presencia rusa en Jersón aún no ha terminado.
Agencias