NotMid 18/11/2023
OPINIÓN
ANTONIO LUCAS
Como todo el mundo sabe, tentado por el infierno que le espera y confiando en su suerte, Pedro Sánchez tiene otros cuatro años de Moncloa. El putodefender España será el hilo musical para cientos de miles de ciudadanos. Unos con razón y otros con rosario. España, me temo, los irá defraudando porque no parece que esto se vaya a romper. Pocas cosas resisten mejor que la vieja mampostería del Estado. Y este país se puso en pie con mucha piedra. Si Sánchez («el hijo puta» de Ayuso, fruta de su pasión) logra alcanzar la mitad de la legislatura, habrá alcanzado un sueño: demostrar que se puede manejar el país con un contrato por horas. Porque así va a gobernar. Como un rider de los de antes. Cada día será un sobresalto. Cada semana una trampa. Cada mes un festival de ruedas de molino.
Quizá estemos de acuerdo en que el nacionalismo es una absurda emoción y no se cura viajando, pues depende mucho de a dónde vayas. El nacionalismo es un negocio ruinoso para la mayoría, aunque puede convencer al incauto de que el mundo cabe en una bandera, en el minué de la patria chica, en las endorfinas que segrega un himno inflamado. El nacionalismo es una tenebrosa lucha por apresar la vida entre dos rugidos: el abucheo de unos y el ¡a por ellos! de otros. Sánchez tendrá que extremar el juego de manos y los cubiletes del trile para embridar la testosterona independentista, insaciable, amenazante y de bajísima calidad. Cada nueva claudicación del Gobierno será en la calle otra mascarada gorda.
En la primera sesión de investidura, los socios catalanes advirtieron a Sánchez de que lo tienen agarrado por la pretina del pantalón. La política de Junts y ERC se resume en ir apretando. La naturaleza no cambia, ni aprende ni olvida. El fanatismo, tampoco. Esta es la misma gente de 2017, con extintor a medida: una ley vendida al delito.
Marx llegó a la conclusión de que la vergüenza es revolucionaria, pero hoy no existen revoluciones. A cambio está el independentismo catalán, que da mucho sofoco. Pedro Sánchez no puede saber cómo resolverá el abismo de los pactos con Puigdemont y Junqueras, pero de su parte tiene la fortuna de no padecer oposición. Eso le permite insistir en esa manera de gobernar, siempre al borde del precipicio. Tendrá reacciones tremendas en la gente. Ahora sí: la audacia y la picaresca líquida (que las tiene) están muy cerca de convertirse, como la suerte que lo acompaña, en un viento que pasa.