No hay sólo oportunismo en los anunciados fastos del 50 aniversario de la muerte de Franco de una tromboflebitis, sino un mensaje de filosofía política. El objetivo es la polarización sentimental de la sociedad. Atrapar en sus complejos y contradicciones al PP
NotMid 15/12/2024
OPINIÓN
JOAQUÍN MANSO
Estas semanas se cumplen cinco años de aquellas penosas Navidades de 2019 en las que esperábamos en vano que David Gistau se despertase en su cama de la quinta planta del Hospital Clínico de San Carlos. Nunca lo hizo, pero el gran renovador de la columna periodística en el siglo XXI dejó una herencia luminosa de valentía, claridad y modernidad. Este jueves lo festejamos en la sede de ABC y recordamos que uno de sus talentos asombrosos consistía en diagnosticar el presente para anticipar el futuro. Casi cualquiera de sus últimos textos de aquel triste noviembre en el que se desplomó sería publicable hoy mismo, como en el que describe «la mediocridad adocenada de un partido que Sánchez ahormó para que jamás volviera a expulsarlo» o en el que se lamenta de que la corrupción «pasa a ser un asuntillo secundario en el preciso momento en que puede estorbar el advenimiento del ilusionante proyecto de la izquierda».
El anterior a esos dos se titula Santo Varón y arranca con esa sorna suya tan característica: «Un Ángel Mediador se aparece diciendo ¡tachán! allí donde un conflicto ha de ser resuelto». Más adelante: «Lo que se está cociendo, en cuanto a la noción de porvenir y refundación nacional, es por completo una vindicación de Zapatero y de su legado. Él dejó la socialdemocracia ahormada por doctrinas como la de la España discutida y discutible. Él declaró pendientes la Transición y la desfranquización». Se trataba así de urdir una «fusión contranatura entre nacionalismo» para «consagrar una fórmula de poder perpetuo que dejara al otro lado del célebre cordón sanitario a la media España imposible de salvar por su terquedad en existir a la derecha del PSOE». El Muro.
La victoria póstuma de Zapatero está efectivamente en la materialización con Sánchez de su proyecto ideológico a través de la relectura frentista de la historia. La sustitución de la cultura del consenso por la del antifranquismo y la conexión directa con la arcadia de la República. Es decir, la utilización del resentimiento hacia la derecha como combustible emocional para superar los escrúpulos que separaban al PSOE del populismo y la ambigüedad respecto a la cuestión nacional. El partido actuó para Zapatero como freno de mano institucional, pero Sánchez ha desactivado ya varias veces esa frontera.
No hay por tanto sólo mero oportunismo en los anunciados fastos durante un año entero del 50 aniversario de la muerte de Franco de una tromboflebitis, sino un mensaje de filosofía política. España en libertad, se dice, cínicamente porque el objetivo es patrimonializarla y dejar fuera de esa rúbrica al centro y a la derecha democráticos, en abierto desprecio al reencuentro que representaron la Transición y su fruto, que es la Constitución del 78. Se trata nuevamente, con la gobernabilidad hipotecada y en plena crisis por la corrupción, de recurrir a los materiales gastados que exciten los elementos simbólicos, históricos y emocionales que cohesionan a los socios de su lado del muro y dejan yermo el espacio de la centralidad política. Narrativa para esconder la ineficacia. Que la Coronación de Juan Carlos I se eluda no es inocente. Como tampoco lo es que un diputado de Vox, la pinza necesaria, elogiase hace unas semanas la dictadura en el Congreso de los Diputados.
El objetivo obviamente es la polarización sentimental de la sociedad. Atrapar en sus complejos y contradicciones al PP, que defiende cosas distintas según la comunidad autónoma: para Feijóo no es un riesgo sino una oportunidad, que aprovechará si reivindica convencida y orgullosamente el protagonismo insustituible del centro y la derecha democráticos en la recuperación de las libertades y la reconciliación entre los españoles; si hace propios los liderazgos políticos e intelectuales que contribuyeron a levantar la ideología de la convivencia en la Transición, pero también durante la oposición a la temible e implacable Dictadura y, por qué no, durante la muy imperfecta pero democrática República. Y, sobre todo, si presenta un proyecto de futuro con el ciudadano como prioridad frente a quienes recuperan el pasado contra los intereses generales.
La deslegitimación política del adversario es el camino más corto para sacudirse la contención institucional. Al día siguiente de anunciar esa batalla ideológica, Sánchez protagonizó el ataque más grave contra la independencia judicial que se le recuerda. La asimilación del poder judicial con la ultraderecha evoca las peores tácticas del populismo latinoamericano. El viernes emergió para hacerle frente quien está llamada a ser una de las personalidades del curso: la presidenta del Supremo, Isabel Perelló, mujer, catalana y progresista sin discusión que en su sola persona encarna al mismo tiempo el desmentido rotundo de los clichés que pretenden encerrar a toda la judicatura en una burbuja y el mayor fracaso de este Gobierno en su acometida contra las instituciones: ella será el dique que conserve la separación de poderes como piedra de toque de la calidad de la democracia.
Hay otra efeméride importante en 2025, aunque el Gobierno ya haya escogido la suya: el 12 de junio se cumplirán 40 años de la firma en Madrid del Acta de Adhesión de España a las Comunidades Europeas. Un gran paso adelante de nuestra historia: la puerta abierta hacia la modernidad, el progreso y el espacio de valores que define nuestra posición en el mundo. El discurso de Felipe VI esta semana ante las Cortes de Roma -sólo Wojtyla como jefe de Estado extranjero lo había hecho antes en sesión conjunta- es un hito sensacional en ese recorrido, el reconocimiento de una de las grandes naciones como es Italia hacia España como socio de estatura equiparable y compañera en la aventura de la Historia, al que más allá de diferencias coyunturales o de miserias ideológicas le unen prioridades estratégicas. «La voz del Mediterráneo» como respuesta europea a los «retos globales» la puso el Rey de España.