Frente a las estrategias derrotistas del populismo, Europa debe practicar una pedagogía del compromiso con la libertad, que hoy se juega en Ucrania
NotMid 05/03/2022
OPINIÓN
Cuando nota que empieza a perder el control absoluto, todo dictador intensifica la violencia hacia el exterior y a la vez la represión sobre su propio pueblo. Vladimir Putin está cumpliendo está vieja ley histórica viendo que la guerra no se desarrolla como el paseo militar que preveía. La resistencia ucraniana hace mella en la moral de las tropas rusas, a las que se les han dado pretextos inverosímiles para persuadirles de que destruir las casas y las vidas de otros eslavos equivale a «desnazificar» Ucrania, país presidido por un judío. Personalidades importantes de la cultura rusa han elevado su protesta pública e incontables manifestantes arriesgan su libertad en las calles y en las plazas -Navalny llama a grandes movilizaciones en Moscú y San Petersburgo desde la cárcel- protestando contra la vergüenza de esta guerra, en un intento admirable de enviar un mensaje necesario: Putin no es Rusia. Y menos rusos le apoyarán según se alargue el conflicto y se hagan sentir las durísimas sanciones económicas. El problema es que será también el momento en que el tirano se vuelva más peligroso.
La censura de las redes sociales, las miles de detenciones de activistas -incluyendo a una superviviente del sitio de Leningrado- o los vetos a medios extranjeros obedecen al deseo de Putin de ocultar la realidad a sus propios súbditos. En especial sus soldados. El sátrapa percibe grietas en casa. Y el éxodo ya no se circunscribe a los ucranianos: muchos rusos empiezan a abandonar el país, temerosos de que se implante la ley marcial.
El ataque calculado a la central nuclear de Zaporiyia, la más grande de Europa, envía varias amenazas en un solo movimiento temerario: a los europeos les advierte de que está dispuesto a todo, al tiempo que intenta disuadirles de fomentar esta fuente de energía para huir de la dependencia del gas ruso; a los ucranianos les avisa de que si no deponen su actitud numantina podrían padecer otro Chernóbil. Occidente, por tanto, debe ser consciente de que se enfrenta a un psicópata peligroso, un fanático imperialista que no va a cejar en su voluntad de reponer las fronteras soviéticas si el mundo libre no le detiene con una respuesta contundente, sostenida y unitaria.
En España, el estallido de la guerra no ha dejado en buen lugar a los responsables de la Estrategia de Seguridad Nacional aprobada hace solo dos meses. Ya se ha quedado obsoleto un documento que apenas menciona a Rusia, y que cuando lo hace no la define como una de las grandes amenazas para la seguridad europea. Por el contrario, los servicios de inteligencia estadounidenses han demostrado que siguen contando con la mejor información: Biden se anticipó al relato ruso advirtiendo del ataque cuando aún nadie lo creía posible. De ahí la necesidad de restablecer las mejores relaciones con Estados Unidos, asignatura pendiente de un Sánchez que todavía no se ha repuesto del ridículo que supuso aquel encuentro forzado en un pasillo en Bruselas.
No ayuda a proyectar una imagen de seriedad la presencia de un partido como Podemos en el Gobierno. Los socios antisistema de Sánchez replican el argumentario derrotista que interesa al Kremlin: oponerse al envío de armas a la resistencia ucraniana es invitar al tirano a consumar la invasión sin desgaste, y las que vengan. Significa avalar la primacía del más fuerte y la rendición preventiva de la democracia. La campaña desatada por Iglesias en favor de ese antibelicismo tramposo no solo persigue tutelar los posicionamientos del partido -con éxito innegable cuando se escucha a Echenique, Belarra o Montero- sino sembrar el terreno del descontento social cuando el efecto de la guerra empiece a pesar en los bolsillos de los españoles. Podemos prepara ya el próximo asalto a los cielos: enésima reedición de la abyecta fórmula de la politización del dolor.
Frente a las estrategias del populismo, Europa debe practicar una pedagogía del compromiso firme con la libertad, que hoy se juega en Ucrania.
ElMundo