Lo mejor de Feijóo es que parece dispuesto a sacar la política nacional del jardín de infancia
NotMid 02/04/2022
OPINIÓN
JULIO VALDEÓN
Cada vez que sus enemigos lo acusan de blando, Alberto Núñez Feijóo, gallego como Casares Quiroga, Fraga o Rajoy, responde con una cambiada irónica. El hombre que por currículum exhibe ruidosas mayorías y calmó el gallinero galaico, aspira a contradecir la sentencia de Scott Fitzgerald cuando descarta los segundos actos en las vidas de sus compatriotas. A diferencia del poeta de Suave es la noche, desesperado y romántico, Feijóo nació en Orense y estudió Derecho. Llega a Madrid tras la marejada que devoró a la anterior dirección, incapaz de encontrarse el pijo, loca de celos y obsesionada con destruir la única alternativa viable al sanchismo.
Como cualquier novato, Feijóo necesitará tiempo para absorber el abecedario de la política nacional, aunque el reloj aprieta. Sería trágico que crea que las guerras culturales, el gran asunto de nuestra época, constituyen un pasatiempo de intelectuales divinos. O que confunda el tablero inclinado (©Cayetana Álvarez de Toledo) con un mueble de Zara. Ojalá no descarrile en Cataluña, donde debe coaligar la alternativa constitucionalista, a ser posible comandada por un Alejandro Fernández épico en su batalla para rescatar al partido de décadas de inanidad y complejos. Asumir como moderado el viejo discurso catalanista, aquella xenofobia lustrosa apadrinada por la corrupta burguesía local y la izquierda reaccionaria, equivaldría a regalar el campo de juego a unos aliados rancios, que buscan su yugular mientras prometen disparates libertarios y descorchan proclamas cristeras.
Lo mejor de Feijóo es que parece dispuesto a sacar la política nacional del jardín de infancia, donde amarillea secuestrada por ministros y secretarios generales que se manifiestan contra sí mismos, rea de la vocación de este gobierno por reventar los puentes del 78. Optimista y zorro, aterriza para rescatar al PP del shock anafiláctico. Más vale que acierte con las teclas. Ninguna democracia sobrevive a la implosión y muerte de sus partidos sistémicos. De momento tonteamos con el precipicio, allí donde según el Nobel CJC «la mar muge como un coro de cien vacas pariendo».
Las cien reses son las del populismo, los cromañones y la romería identitaria, magnetizados bajo la garra de un Pedro Sánchez obsesionado con faraonizarse en Moncloa. Si Feijóo no cuaja, si no logra sobreponerse a la retórica envenenada de quienes condenan al lazareto a la mitad del electorado, enemigos jurados de la igualdad y la libertad, este pobre país nuestro seguirá directo al sumidero.
ElMundo