Una ilusión verdaderamente transformadora exige desterrar las ortodoxias morales y el infantilismo dogmático, pero también sustituirlos por la pasión por la convivencia
NotMid 29/01/2023
OPINIÓN
JOAQUÍN MANSO
“Españoles, ya tenéis patria”. Argüelles El Divino expresó así bajo la cúpula elíptica del Oratorio de San Felipe Neri de Cádiz la síntesis enardecida del hito que representaba aquella Constitución de 1812 para la causa de la libertad, la soberanía nacional y la racionalización del poder. Alberto Núñez Feijóo, cuyo fenotipo sin ninguna duda es más prosaico, escogió el lunes ese mismo escenario para proporcionarle carga épica a la presentación de la que debería ser la piedra filosofal de su programa político de alternativa al sanchismo en 2023.
El líder del PP acierta en el diagnóstico: cuanto más sólidas son sus instituciones, más fuerte es un país. Y la convicción ciudadana de que Pedro Sánchez las conduce a una erosión irremediable recorre las capas más dinámicas, influyentes y emprendedoras de la sociedad: el centro político. Los resultados en Madrid y Andalucía han devuelto la competencia electoral a la lógica centrípeta y la polarización ha dejado de funcionar como estrategia. Decidirá la moderación.
El plan de Feijóo para garantizar la separación de poderes, la independencia de los órganos constitucionales y la profesionalización de las empresas públicas y los órganos de control externo quedó opacado por la insistencia en la propuesta de la lista más votada, ajena al espíritu de búsqueda de espacios de concertación propio del sistema parlamentario. En las próximas semanas, el partido presentará una batería de proposiciones de ley en el Congreso para colocar en el debate público esas medidas y comprometer una respuesta del PSOE.
En su viaje hacia las paredes del electorado del PSOE, Feijóo aterriza sobre los atributos de regeneración y modernidad constitucional que caracterizaron a Ciudadanos. Tiene todavía un camino para resultar verosímil un partido que ha participado de esa ocupación institucional, pero por algo se empieza. Más de 625.000 votantes de Sánchez apoyarán ahora al PP según las encuestas. Hay otros 800.000 socialistas indecisos, recelosos del carácter tóxico del presidente, que pueden terminar en la papeleta popular o en la abstención. Feijóo ha atraído ya también a más de la mitad de los 1,6 millones de respaldos que obtuvo en su debacle Albert Rivera, una cifra que tiende al alza ante la descomposición centrista. Génova cree que un buen resultado en las municipales y una victoria en la Comunidad Valenciana -donde Ximo Puig afronta una fase de debilidad tras la explosión del caso de corrupción Azud y el fracaso en la negociación del trasvase del Tajo- acelerarán el proceso.
166 cargos de Cs han pasado ya al PP sin necesidad de OPA. Probablemente esta semana darán el paso varios más. No parece que vaya a hacerlo su dirigente con mayor peso simbólico, Inés Arrimadas, que en el emotivo reportaje con Julio Valdeón hace una semana fue clara: «Yo, con Cs o con nadie». Pero Begoña Villacís ha pedido a su partido que dé libertad a los candidatos que decidan integrarse en listas del PP. Ni Génova va a permitir «corrientes internas» ni ella despierta ninguna simpatía en Isabel Díaz Ayuso ni en José Luis Martínez Almeida. Villacís señala el dilema de una formación condenada a disolverse, aunque aún puede recibir un puñado de votos cuya única utilidad será perjudicar las opciones de desalojar a Sánchez en un momento de encrucijada nacional. El PP teme su impacto en Aragón y en la Comunidad Valenciana, pero no en Madrid.
El presidente podría presumir de compañías europeas y de los razonablemente buenos datos de crecimiento, pero tiene atado su futuro (y su pasado, y su presente) a la radicalidad. El deslizamiento autoritario de diciembre confirmó los peores presagios: llegará hasta al final en su proyecto compartido con Bildu y ERC, que ayer aprobó su propuesta de referéndum. Crónica publica hoy un estremecedor reportaje de Ángeles Escrivá y Andros Lozano que revela con toda crudeza los perfiles de los agresores sexuales excarcelados por el sí es sí.
Moncloa deslizó ayer posibilidad de cambiar la ley: si ya da igual. Cada día que Irene Montero pasa en el Ejecutivo queda más en evidencia la dependencia de Sánchez de los extremismos. Cualquier ciudadano que no sea un fanático ha entendido ya que el terrible fracaso de esa norma es la consecuencia de anteponer al interés general el activismo ideológico y una frívola vocación de dramatizar hasta sacar de quicio causas que podrían ser cabales en manos de un legislador razonable. Todo por construir antagonismos irreconciliables y conflictos en el vacío. Una rectificación ahora, después de la quiebra de la seguridad jurídica y de un ataque sin precedentes a la independencia judicial, debería equivaler a la muerte política de cualquiera con un mínimo de amor propio. Las invectivas contra Juan Roig, espejo de las que el propio Sánchez profirió contra Ana Botín o Ignacio Sánchez Galán, nos evocan una sombría conexión con los populismos más tenebrosos.
Aquí es donde un proyecto regenerador de modernidad liberal tiene que presentar combate intelectual si quiere resultar creíble. No basta con derogar las normas que definen ese modelo de sociedad cautiva: la sociedad abierta tiene su propia forma de entender la vida. Una ilusión verdaderamente transformadora exige desterrar las ortodoxias morales, el infantilismo dogmático y el intervencionismo resentido, sí, pero también sustituirlos por la relajación de costumbres, la tolerancia social y la pasión por la convivencia. Incentivar la economía abierta y favorecer el liderazgo innovador de la sociedad civil. Reformar la educación para orientarla al esfuerzo, el valor añadido y los desafíos del cambio global. Desconfiar de la uniformidad interna y facilitar voz propia a diferentes espacios de valores.
Y ocupar el sitio de Ciudadanos impone también, por encima de todo, mirar de frente sin ambigüedades al principal reto para la estabilidad y la concordia que sigue afrontando el país: los nacionalismos centrifugadores. Sin resignarse a asumir como inevitables sus marcos culturales y sus privilegios ni limitarse a apaciguarlos con diplomacias mal impostadas. Con ambición de ganar y valentía para enraizar el proyecto compartido. Porque si hay Constitución, hay patria.