Existe un grupo mayoritario de españoles que solapan con naturalidad su identidad nacional y continental, que extraen las lecciones de nuestra historia y aprecian las ventajas de la pertenencia al club europeo
NotMid 08/06/2024
OPINIÓN
JORGE BUSTOS
Ignoro si Ortega tuvo la culpa cuando grabó en el mármol sentencioso y atildado de su fraseo aquello de que España es el problema y Europa la solución. Pero tantos años después, ante el proyecto comunitario una porción no desdeñable de españoles se debate entre la idolatría y la demonización. En un extremo (aunque ellos se perciben moderados) figuran profesionales vinculados a la política, el periodismo o la academia que se creen herederos del europeísmo orteguiano sin sospechar que a menudo solo militan en el tópico del oscurantismo español, la excepción cultural ibérica, el secular prejuicio negrolegendario. Para no ser confundidos por su colegas con la estirpe neandertal de paisanos que repta por la caverna nacionalcatólica a la espera del próximo alzamiento, se ponen una banderita azul en sus perfiles. Creen aún que el mayor de nuestros males es el nacionalismo español: por alguna tara sinestésica los aurreskus y las sardanas del nacionalismo catalán o vasco suenan en sus finos oídos como la Novena de Beethoven.
El extremo opuesto se lo disputan eurófobos de izquierda y de derecha. Pueden votar a Irene o a Alvise, pero en lo fundamental están de acuerdo: opinan que la UE es un tinglado elitista que nos roba soberanía, nos empobrece fomentando la desindustrialización, nos impone reglas ideológicas no compartidas por el pueblo -para unos la Agenda 2030, para otros el neoliberalismo- y nos somete a gravosas burocracias que benefician a mercados extranjeros o a fondos buitre y multinacionales desalmadas. A unos les angustia la sustitución identitaria musulmana; a otros, la gentrificación de sus barrios y el vaciado de sus pueblos. A todos les da miedo la globalización, que amenaza el modo de vida en que se criaron. Todos idealizan la perdida edad de oro de la homogeneidad social, como si esta hubiera existido alguna vez. Pero a pesar de esa gran puta babilónica llamada UE, todos aspiran a un puesto de salida en sus listas para gozar de los mismos privilegios salariales y judiciales que dicen combatir. Casta con casta se quita, al parecer.
Existe por último un tercer grupo, que es mayoritario. Españoles que solapan con naturalidad su identidad nacional y continental, que extraen las lecciones de nuestra historia en el XIX y el XX, que aprecian las ventajas de la pertenencia al club europeo: del AVE a los fondos Next Generation, del espacio Schengen a la masiva compra de deuda por parte del BCE que salvó nuestra economía durante la pandemia. Y que no renuncian ni a europeizar España ni a españolizar Europa.