Mientras que la izquierda del hemiciclo celebraba la exaltación de la España plural, en los escaños de la derecha en el Congreso se oficializaba el divorcio entre el PP y Vox
NotMid 18/08/2023
OPINIÓN
LUCÍA MÉNDEZ
Pedro Sánchez no sólo gana los pulsos que echa o que le echan. Es que además la vida le regala un extra. Sus grandes faenas, de las que surge fortalecido sin que se le mueva un pelo ni le salga una arruga en el traje, normalmente van acompañadas de algún infortunio o avería del adversario político. Así volvió a suceder el primer día de la XV Legislatura. No sólo su candidata, Francina Armengol, logró la mayoría absoluta a la primera y se visualizó que, en efecto, tiene posibilidades reales de conformar un Gobierno y seguir desempeñando el papel que más le agrada, que es el de líder global, es que además el partido de enfrente se pegó un testarazo, sin que a estas alturas haya una explicación muy clara de por qué y sobre qué tropezó el PP para pasar en una noche de tener 172 votos para su candidata a quedarse con los 139 que pusieron el nombre de Cuca Gamarra en la papeleta. Así que en la parte izquierda del hemiciclo todo fueron expresiones de júbilo, mientras que en el lado derecho todo fueron mohínes.
Los dirigentes socialistas no han tenido mucho que celebrar en los últimos años. Y el 28-M creyeron que ya no podrían celebrar nada en mucho tiempo. La vida les concedió una prórroga y el secretario general y presidente en funciones aún sigue con las celebraciones y parece que tiene intención de prolongarlas durante algún tiempo más. Quiere que quede claro como el agua clara que Feijóo no es un ganador, que el líder del PP ha perdido ganando y que él mismo ha ganado perdiendo. Un récord que añadir a los muchos que atesora en su despacho.
Hasta Carles Puigdemont, que ya es decir porque el ex presidente no se prodiga en generosidad con ningún representante del Estado español que le quiere detener, le ha echado una mano. El precio, de momento, no parece muy alto. Sí muy raro, como es que se puedan utilizar en el Congreso el catalán, el euskera y el gallego. Nadie sabe cómo se puede hacer eso, si los diputados podrán preguntar al presidente del Gobierno en las sesiones de control en catalán, vasco o gallego, si serán necesarios traductores permanentes, si veremos a las taquígrafas con cascos o si los diputados se limitarán a saludar o citar a Espriu, como hizo la nueva presidenta en su primer discurso amable, conciliador y empático. Hace unos años, los presidentes retiraban la palabra a quienes saludaban en lenguas distintas del castellano. Quizá, como advirtió alguien de la mayoría progresista, pase como con el tabaco, y nos acostumbremos a la traducción simultánea en la Cámara. Quién sabe. Igual dentro de cinco años nos llegue a parecer imposible que algún día los diputados sólo debatieran en una lengua. Y lo que a algunos les parece la torre de Babel sea la consagración de la España plural, o de la plurinacionalidad de España.
Es lo de menos. De momento, las cosas que antes espantaban a los socialistas por miedo a la reacción de su electorado están siendo asumidas por Pedro Sánchez con naturalidad, campechanía y hasta alegría. Como si le estuviera susurrando muy bajito a su partido. «Tanto miedo, tanto miedo que teníais a los indultos, a la malversación y a la sedición, y aquí sigo en La Moncloa, con muy alto porcentaje de posibilidades de continuar, mientras el PP se va encogiendo y el efecto Feijóo era un invento, no será porque no os lo dije».
En todo caso, la España plural nunca ha tenido un día tan glorioso en el Congreso de los diputados como este inicio de legislatura. Los diputados del PP y Vox, divorciados hasta en las expresiones corporales, asistieron atónitos a esta explosión de diversidades, de juramentos para todos los gustos y de verbena de la nación de naciones. Han caído los tabús.
La izquierda está unida y la derecha desunida. La izquierda puede armar una mayoría de Gobierno y la derecha, no. Pedro Sánchez puede ser presidente del Gobierno si Puigdemont confirma que está dispuesto a echarle la segunda mano en la investidura. Alberto Núñez Feijóo no puede ser presidente del Gobierno porque no le dan los números. Ésta es la realidad que dejaron las urnas y ningún milagro va a poder cambiar las tornas. Sólo el PP estaría interesado ahora en una repetición electoral, pero es dudoso que nadie le vaya a ayudar en el intento. Los dirigentes populares tienen el gesto permanente de todavía no sabemos qué nos ha pasado, aunque sabemos que nos ha pasado algo.
En el combate permanente que mantienen Moncloa y Génova, extensión de la campaña electoral, el próximo lance será el encargo de la investidura por parte del Rey. Una vez que los votos contantes y sonantes han sido contabilizados en el haber de Pedro Sánchez y en el debe de Feijóo, carecería de lógica que el presidente del PP quisiera presentarse voluntario a apurar el cáliz del fracaso del encargo de la investidura. Pero tampoco tenía mucha lógica que la dirección del PP -con políticos muy experimentados- creyera que Vox se iba a conformar sin un asiento en la Mesa del Congreso. Y así fue.