NotMid 30/04/2024
OPINIÓN
ARCADI ESPADA
Por mi gusto habría dedicado esta columna a Sapolsky. O a Feijóo, que siempre va bien. Pero habría necesitado un cierto apoyo interno. Básicamente, que el director del periódico hubiera mandado tratar la continuidad de ez en la segunda página de la sección de España, y quizá, y en función de los restos del día, con una breve llamada en la portada. Esto es lo que merecería la dignidad del lector de periódicos y hasta la propia condición de ciudadano. Un monumental pase del desprecio ante la conclusión de la innoble farsa organizada por el presidente del Gobierno.
Tras hacer pública el miércoles su flatua, el presidente del Gobierno solo tenía dos posibilidades: la indignidad y el ridículo. Ha elegido el ridículo. El presidente ha organizado el zafarrancho de combate más espectacular de la democracia. Irse ahora y dejarlo, aun transitoriamente, en manos de la graciosa loca del sábado en Ferraz habría sido ponerse a la altura del tipo que frecuenta las columnas de Santiago González. Y siendo cierto que su naturaleza imita vertiginosamente al arte, la decisión de seguir supone que aún le queda un leve resquicio de dignidad. El pavoroso ridículo en el que ha caído tiene, sin embargo, un rasgo inquietante: los cinco días que conmovieron a las folklóricas, a sus innanitys (qdmp) profesores deconstruidos y a sus mastuerzos apparatchik han confirmado la profunda falta de respeto del presidente por las instituciones. Entre las escenas que debería serme dado ver en este mundo figuran las conversaciones primera y segunda del presidente con el Rey Felipe VI, y este observándole las dos veces con aquel gesto circunspecto y severo de la toma de posesión de sus ministros.
Los medios de comunicación, la judicatura, el parlamento, la presidencia del Gobierno y la propia Monarquía han sido víctimas de la puerilidad narcisista y el sostenido afán de poder a cualquier precio del presidente. Pero era difícil prever que sometiera a sus inciviles intereses la institución del matrimonio. Y que lo hiciera, sobre todo, con el apoderado asentimiento de su santa esposa, ejemplo ya para siempre de la mujer que todo lo fía al éxito mundano de su cazador recolector.
Estos cinco días viles han demostrado en cualquier caso algo mucho peor que Pedro Sánchez: y es el disturbio de hechicería y malos sentimientos que lo sostiene por debajo.