Ayuso sigue siendo la única oposición visible a la sociedad de la subvención y los cuidados que diseña el Gobierno con dulzura cada vez más agobiante
NotMid 02/50/2023
OPINIÓN
ARCADI ESPADA
En los días ya bien mediados de la pandemia, aun confusamente y favorecida por el azar, pero eficazmente fiada a su instinto político, Isabel Díaz Ayuso organizó con éxito la única respuesta cultural de calado que la derecha ha dado a la izquierda en los últimos años. En los bares abiertos y las cañas espumeantes no solo había respeto a la Ciencia -ni entonces ni ahora hay datos que avalen un aumento de la mortandad por su política-, sino una reivindicación del riesgo y la intemperie como claves de la felicidad humana.
La tensión entre la libertad (desigualdad) y la igualdad (mediocridad) es un clásico de la naturaleza humana previo a cualquier formulación política y que sobrevivirá a todas ellas, como lo prueba su vigencia inalterable, años después de la caída de la siniestra fantasía comunista. Hay perros y hay lobos, y esa es toda la zoología.
Ayuso se convirtió rápidamente en el objetivo principal del Gobierno no solo porque fuese -y siga siendo- la única expresión de auténtico liderazgo del Partido Popular, o por la importancia política de la Comunidad que preside: es y sigue siendo la única oposición visible a la sociedad de la subvención y los cuidados que diseña el Gobierno con dulzura cada vez más agobiante. Sean la burocratización de la mujer, la reforma de las pensiones o la ley de vivienda, todas las iniciativas del Gobierno tienden a la protección benéfica y a su maligno correlato, que es la parálisis. Se reprocha a la mayoría que las aprueba una incoherencia ideológica hasta monstruosa (Frankenstein); pero no es real: de la podemia a los nacionalistas la subvención es la práctica política privilegiada de esa mayoría. Y convendría entender que subvención no designa solo una dádiva económica sino que extiende su intervención mucho más allá. Con harta, muy harta, frecuencia esta mayoría da también lo que pensar.
El modelo acabará agotándose, en especial cuando ya sea imposible seguir pagándolo. Pero es dudoso que haya llegado este momento. España tiene toda la apariencia de seguir siendo una sociedad felizmente instalada en la unidad de cuidados intensivos. El complacido sosiego con que se ha acogido a la lechosa enfermera Díaz no hace más que confirmarlo. Y, por supuesto, la actitud de Feijóo, en realidad otro creyente y practicante de la también llamada Unión de Comunidades Ibéricas.