Miles de migrantes cruzan cada día la frontera natural entre Guatemala y México a bordo de unas balsas controladas por los ‘coyotes’ y toleradas por las autoridades de ambos países
NotMid 28/12/2023
IberoAmérica
El hijo del venezolano Cristian Primera duda si poner un pie en la inestable balsa neumática a la que se están subiendo una decena de migrantes. “Ay no papá qué terrible, esto se hunde”, aduce nervioso el niño de cinco años, sin soltar los brazos de su padre. El angustioso recuerdo del último río que cruzaron está demasiado reciente. Ocurrió en la peligrosa selva del Darién, entre Colombia y Panamá, y tuvieron que hacerlo a nado, sujetados a unas cuerdas para evitar que los arrastrase la corriente.
Tras salir de la selva, y recorrer Nicaragua, Costa Rica, Honduras y Guatemala, han llegado al río Suchiate, la penúltima frontera en su larga ruta hacia EEUU. En la otra orilla, a escasos 200 metros, pueden ver México. “Ya queda poco y no hay que tenerle miedo”, asegura Primera, mientras el balsero suelta amarras para llevarles un paso más cerca del sueño americano.
En los escasos tres minutos que dura la travesía, la balsa se cruza con otras embarcaciones que atraviesan el río en ambas direcciones cargadas de personas y mercancías. El tránsito es constante y ocurre a la vista de las autoridades de ambos países, que toleran este intercambio. De la ciudad fronteriza de Tecún Umán, en Guatemala, salen a la gemela Ciudad Hidalgo, en México, principalmente migrantes y trabajadores transfronterizos, pero también frutas, hortalizas, ganado, drogas y armas. En el sentido inverso, se transportan refrescos, maíz, electrodomésticos y hasta motocicletas.
Varios grupos criminales se disputan el control de este lucrativo comercio irregular, mientras que las poblaciones locales tratan de aprovechar el creciente flujo migratorio para ofrecer todo tipo de servicios: alquiler de habitaciones, envío de dinero, cambio de divisas, transporte, internet, comida, ropa, trámites burocráticos, cruce en balsa….
El embarcadero guatemalteco es una mezcla entre una zona de descarga de un mercado y una sala de espera de pasajeros. A un lado, varios trabajadores se forman en fila y vacían el contenido de las balsas, pasándose de mano en mano las cajas de leche, aceite, cerveza o arroz, para subirlo en unos triciclos de carga que se llevan la mercancía hasta el centro de la ciudad.
Grupos criminales se disputan el control, mientras que los locales aprovechan el creciente flujo migratorio para ofrecer todo tipo de servicios
Junto a ellos, varios migrantes esperan pacientemente a que el coyote les avise de que son suficientes para emprender el viaje. En medio del bullicio, también aparece un repartidor de periódicos voceando las últimas noticias con ayuda de un altavoz: “Información en ‘Nuestro Diario’ para hoy, aquí viene la noticia: Hallan a 130 guatemaltecos hacinados en un camión en Veracruz, México”.
El goteo de migrantes es constante desde primera hora de la mañana. Algunos llegan solos, con cara de despistados, otros en grupos grandes, decididos a negociar un mejor precio por pasaje. En cada balsa, pueden viajar hasta 15 personas. En algunas ocasiones, el peso llega a hundir tanto la embarcación que los pasajeros se mojan los pies.
En la época de lluvias, el caudal del río baja tanto que los balseros son incapaces de llegar al otro lado apoyándose exclusivamente en las largas varas de madera que usan a modo de remo. Se ven obligados a bajar al agua y arrastrar la embarcación con una cuerda. A diferencia de otros cruces fluviales, como los del río Bravo en la frontera norte de México, las corrientes del Suchiate suelen ser tranquilas, así que los accidentes mortales son escasos.

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El guatemalteco Jonny Alexander tiene 23 años y trabaja como balsero en el embarcadero principal, conocido como ‘El Coyote’, desde que cumplió la mayoría de edad. Según explica a EL MUNDO, realiza alrededor de 30 cruces en ambas direcciones y gana alrededor de “100 quetzales (unos 12€)” cada día, una cifra que puede aumentar en épocas de mayor afluencia de migrantes, como la que vive la región desde que terminó la pandemia. Actualmente, estima que están cruzando a México “más de 1.000 migrantes diarios”.
El joven balsero responde con evasivas cuando se le pregunta por sus empleadores, a los que califica como “gente buena que nos da trabajo”, y reconoce que los militares mexicanos y guatemaltecos que vigilan la frontera “generalmente no nos molestan, saben lo que hay”.
UNA FRONTERA POROSA Y PELIGROSA
México y Guatemala comparten 960 kilómetros de frontera. La línea divisoria está marcada al oriente con Belice, en el centro con la selva maya de Chiapas y al occidente con el río Suchiate que desemboca en el océano Pacífico. En total hay ocho cruces formales y 56 informales, siendo los que comunican las ciudades de Tecún Umán y Ciudad Hidalgo los más usados por el flujo migratorio.

Estas dos urbes fronterizas están comunicadas por el puente Rodolfo Robles. Sobre él fluye el tránsito regulado y bajo el mismo, el clandestino. Incluso a la altura del río se observan diferentes niveles. Regularmente, los que utilizan el embarcadero de ‘El Coyote’ no han contratado el cruce con anterioridad. Simplemente llegan, pagan a los balseros y siguen su ruta solos. Al otro lado del puente internacional (del lado derecho si se mira desde suelo mexicano), la red de traficantes de migrantes, drogas y armas opera con total impunidad.
En un intento por documentar ese tráfico clandestino, EL MUNDO accede a ese tramo de la ribera del Suchiate, plagado de puntos ciegos, que los coyotes utilizan para moverse sin ser detectados por las complacientes autoridades de ambos países. Habitualmente, los grupos de migrantes que pasan por esta zona han pagado un paquete que incluye transporte y cruce de varias fronteras, incluyendo la de EEUU. Dependiendo del origen y el destino final, el precio puede variar desde pocos cientos de dólares hasta más de 5.000 por persona.
Del lado mexicano, los migrantes desembarcan y son guiados por un coyote a través de un camino tortuoso y selvático, que pasa a escasos metros del puesto fronterizo del Ejército mexicano, hasta ingresar en Ciudad Hidalgo. Cada pocos minutos, varios menores de edad que actúan como vigías se acercan para preguntar el motivo de nuestra presencia. “Mejor váyanse de aquí”, espeta uno de manera cortante.
Los migrantes pagan un paquete que incluye transporte y cruce de varias fronteras, incluyendo la de EEUU. Puede llegar a los 5.000 dólares por persona
Mientras cruzamos en balsa hacia el lado guatemalteco, varios coyotes alertados por la presencia de cámaras se tapan el rostro con sus camisetas, hacen aspavientos y ondean amenazantes sus remos. No quieren que nadie documente su trabajo y exigen que desembarquemos más abajo para evitar problemas.
En los últimos años, varios grupos criminales han desatado una guerra sin cuartel por el control del lucrativo negocio fronterizo. Entre los nuevos actores se encuentran los temidos cárteles de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación. Su enfrentamiento ha disparado las tasas de violencia en la zona y ha provocado escenas sin precedentes, como la aparición de cadáveres maniatados flotando río abajo; solo en el mes de octubre, se registraron tres casos.
Este aumento de los índices de violencia coincide con un flujo migratorio récord. Según cifras del Organización Internacional para las Migraciones (OIM), entre enero y agosto el flujo de migrantes irregulares en México se situó en 402.324, un 62% más que el mismo período del año anterior. Entre ellos, ha aumentado especialmente el número de niños pasando de 39.640 en 2022, a 62.921 este año.
En total se han registrado personas de hasta 114 nacionalidades diferentes, siendo la más común la venezolana. La diáspora provocada por el chavismo y la flexibilización de los requisitos de entrada en EEUU, han empujado a muchos, como la joven Yusbely Piedra, de 19 años, a arriesgarse a este largo viaje junto a su marido y su bebé: “En Venezuela la cosa está muy difícil, no alcanza la plata. Si comemos, no podemos comprar pañales, si compramos pañales, no comemos”.
Su compatriota Marlyn Andrade lleva una semana durmiendo, junto a su esposo y sus tres hijos, de 17, 16 y 13 años, en una tienda de campaña en la orilla mexicana del río Suchiate mientras esperan a que las autoridades les entreguen una visa de tránsito que les permita seguir avanzando sin temor a ser deportados.
En la selva de Darién uno desea hasta estar muerto. Hay riscos, ríos con crecidas, lodo, ves muertos, escuchas a monos aulladores, son cosas de otro mundo
Su testimonio supone un fiel reflejo de los múltiples peligros que acechan a los migrantes a lo largo de la ruta. Reconoce que la peor parte fue la selva del Darién, “uno desea hasta estar muerto. Hay riscos, ríos con crecidas, arenas de lodo, ves muertos, escuchas a los monos aulladores, son cosas de otro mundo”. También han presenciado hasta qué extremos puede llegar una extorsión: “Dos colombianos con pistolas nos pedían 100 dólares por persona para seguir. No teníamos dinero y afortunadamente no nos hicieron nada, pero a una pareja de haitianos que viajaban con su crío de cuatro años, los mataron”.
Esta madre venezolana describe otra escena sobre la que, cada vez, llegan más denuncias: “En Panamá abusaron de varias mujeres. Incluso tocaban a niñas de 13 y 15 años para ver si habíamos escondido el dinero en sus partes íntimas”.
Las amenazas no se limitan a los grupos criminales. “La Policía en Honduras y Guatemala te pide plata bajo la amenaza de bajarte del autobús y deportarte”, cuenta. Después de haber cruzado la penúltima frontera de su larga travesía, el objetivo lo siguen teniendo a más de 3.000 km, pero todo merecerá la pena, según explica: “Por ver la sonrisa en la cara de nuestros hijos más adelante. Si pasamos todo este infierno es por su futuro”
Agencias