El Vox inicial ha mutado. En nombre del Estado de derecho, se alía con quienes en EEUU y Hungría lo están desmontando
NotMid 11/02/2025
EDITORIAL
El salto de Vox al grupo de europarlamentarios liderado por el prorruso Viktor Orban se hizo visible, con todas sus consecuencias, en la cumbre de Patriots en Madrid. Santiago Abascal convirtió la cita junto a varios de los dirigentes de la derecha radical y populista en un alineamiento político y emocional con Donald Trump y con el primer ministro húngaro. Ambos son referentes muy problemáticos. Especialmente, porque comparten tres principios que socavan las bases de nuestras democracias: el abandono a su suerte de Ucrania, si no la simpatía hacia el expansionista Vladimir Putin; la captura de los árbitros del sistema para que el Gobierno opere sin contrapesos; y un repliegue soberanista que, sobre el argumento de la inmigración, cuestiona el multilateralismo y, en el caso de Europa, el necesario fortalecimiento de la UE a través de una mayor integración económica y política.
Estos son los elementos nucleares de la propuesta en la que Vox ha decidido insertarse. La denuncia de los excesos identitarios en favor de las minorías (wokismo) que ha contribuido al ascenso de Trump concita adhesiones transversales, pero solo es el pegamento cultural entre una miríada de movimientos que, diciéndose libertarios, actúan contra el liberalismo mismo. En España tienen en el nuevo Vox a su franquicia y en el Gobierno de Pedro Sánchez a su mejor aliado.
A diferencia de sus hermanos europeos -quizá la semejanza con el trumpismo sea aquí más oportuna-, Vox no nació como el partido euroescéptico y netamente populista que es hoy, sino como una escisión conservadora del PP. Aquí su auge electoral se produjo en respuesta al procés independentista, ante la necesidad de que el Estado de derecho se aplicase también en Cataluña. Eso ha cambiado. En nombre de ese Estado de derecho que Sánchez está efectivamente erosionando, Vox se alía con quienes lo desmontan ante los ojos del mundo en Hungría y EEUU.
Y si en el plano económico, tras un proceso de purgas y abandonos, la apuesta por un programa liberal ha dado paso a premisas más bien colectivistas, en el terreno europeo el rechazo a Putin ha derivado en la estrategia prorrusa de los Patriots, frente al compromiso de Giorgia Meloni. El sábado nadie de Vox protestó cuando Orban dijo:«Por culpa de Bruselas se está destinando nuestro dinero a Ucrania, a una guerra sin esperanza».
En la cumbre, que reunió también a Marine Le Pen o Matteo Salvini, primaron los elogios al ausente Trump, cuyos posibles aranceles no solo quiebran el libre comercio sino que pueden dañar a una Europa para la que Abascal planteó una gran alianza entre los Patriots, Meloni y la ultra AfD.
Este marco polarizador es el que Vox viene subrayando tras romper con el PP, y ata los intereses del partido radical con los del PSOE en torno a un relato compartido: el de una España en pugna entre demócratas y tiranos en la que el centroderecha comparece como simple comparsa. La apuesta es arriesgada incluso para su electorado, pues dificulta que se visibilice una alternativa a Pedro Sánchez, que utilizará oportunamente el discurso antiestablishment y antieuropeo de Vox para reforzar su continuidad en el poder.