Los votantes progresistas abrazan una narrativa positiva frente a la impotencia y rabia de los conservadores en la oposición
NotMid 22/10/2024
USA en español
Para muchos analistas, los minutos finales del único debate televisado que han mantenido Kamala Harris y Donald Trump en esta campaña presidencial son la clave para entender no sólo su cosmovisión, sino las motivaciones que empujan a sus votantes. El cara a cara dejó claro que representan dos estilos irreconciliables, pero también dos visiones antagónicas de su país. Harris, la vicepresidenta, se centró en el futuro mientras que Trump, entonces como ahora, sólo habla del pasado y de un presente oscuro, apocalíptico. Ella incide en las oportunidades, en la felicidad. Habla constantemente de superar una etapa de división y mirar al futuro. Él describe la decadencia de la nación, el hundimiento de EEUU, la policrisis como mantra.
El mensaje central de Trump es que su Presidencia fue la mejor de la historia y sólo si repite se podrá evitar la catástrofe. El de Harris es que ella no es Biden y que el suyo será un liderazgo que ponga el optimismo en el centro: “En vez de estar siempre enfadado hay que pasar página. Tenemos dos visiones del país, una en el futuro y otra en el pasado y que nos quiere arrastrar. Pero no vamos a volver atrás”, resaltó esa noche.
Escuchando a sus votantes sólo caben dos conclusiones: o ellos escucharon a sus líderes atentamente y repiten sus eslóganes, o las campañas han leído bien a su público y clavado sus preocupaciones. Desde hace 12 semanas, EL MUNDO ha preguntado a decenas de votantes republicanos y demócratas de Wisconsin, Pensilvania, Nueva York o Georgia cuál es el sentimiento, el adjetivo, el sustantivo que mejor explica su voto en estas elecciones. Los progresistas hablan constantemente de “ansiedad” y “preocupación”, pero sobre todo de “esperanza” y “cambio”. Los republicanos, en la oposición, de “rabia”, “frustración”, “impotencia” y “deber”.
En Georgia, a las puertas del North Cobb Senior Center del condado de Cobb, a menos de tres cuartos de hora en coche del centro de Atlanta, John Vick, un hombre blanco de 56 años que acaba de votar por Trump aprovechando las horas más tranquilas de un domingo muy soleado, explica que si bien no ha acudido a las urnas en todas las ocasiones en las últimas décadas, esta vez, como en 2020, “no hay más remedio que hacerlo. Muchas veces me he puesto de perfil, pero siento que si no aporto no puedo quejarme después“.
Defiende, mientras su mujer observa pero no interviene, su apuesta por el ex presidente porque “Georgia tiene muchas cosas buenas, como el gobernador Kemp [republicano y con una relación más que complicada con Trump, al que apoya con la boca pequeña] y es hora de volver a las raíces”. Y asegura que su motivación, es sobre todo, de ‘duty’, de “deber cumplido”. Lina, blanca también y algo más mayor, es mucho más radical, y asegura que Harris es “un peligro para el país” y que hay que pararle los pies. Habla del “miedo” como su principal motivación, pero al mismo tiempo no duda en señalar que sólo creerá en el sistema y su integridad si gana el republicano. “No hay forma de que pierda si es todo limpio, como no perdió hace cuatro años”, afirma.
En el frente demócrata la opinión, obviamente, es la opuesta. Pero también las razones, las prioridades. Los conservadores de Georgia, desde las juventudes republicanas a los campos de golf de Augusta hablan de la economía, del coste de la vida, de alquileres y facturas. De inmigración, deportaciones, inseguridad y crimen. La macro no va mal, pero tienen la sensación de recesión. Los delitos, especialmente los violentos, han caído, pero las noticias de delincuencia centran el mensaje de Trump, infundiendo miedo y preocupación.
Los partidarios de Harris, ejemplo de libro, miran a otro sitio. A las cuestiones sociales, raciales, de oportunidades. No hablan de inflación, ni de inmigrantes, pero sí de vivienda, trabajos y derechos civiles. Tramaine Walker, oriundo de Florida pero residente en Georgia por “las oportunidades” para la su generación, la que roza los 30, dice que ha votado, pero que no entiende “el dramatismo. No es el fin del mundo y si gana uno u otro no se acabará el país“. Ha optado por Harris, pero relativiza casi de inmediato: “Me da un poco igual quién gane. En 2017, mi empresa me envió a una recepción en Washington y acabamos comiendo nachos en la Casa Blanca y saludé a Trump. Lo recuerdo como un día increíble”.
Yanick Pringle, jubilado afroamericano que siempre ha votado demócrata, insta a la comunidad afroamericana y sobre todo a los jóvenes a “pensar en su futuro. No podemos volver al pasado, no podemos ser indiferentes. Mi madre trabajó en los campos de algodón y no podemos volver a esa vida”, afirma. “El sentimiento que me mueve es la esperanza. En un futuro mejor, más próspero, con más oportunidades”.
Anne y Erica, dos amigas blancas que rondan los 20 años, están felices con su pegatina, la primera de su vida que constata que han votado en unas elecciones presidenciales. Tienen muy claro que para ellas, los “derechos reproductivos” son sin duda el factor decisivo. El segundo, la edad. Harris no es precisamente joven, ni un referente de su generación, pero “no tiene nada que ver con Trump o Biden. No sé por qué dos hombres de 80 años me iban a representar”, explicar al salir de votar, irónicamente, en las mesas instaladas en un centro cívico para personas mayores. Ambas destacan que “ilusión” y “esperanza” es su motor, ya que “por primera vez estamos cómodas hablando con nuestros amigos de estas cosas, del aborto, de la política, de los derechos”.
Ninguna de ellas tiene planeado ir al mitin del próximo jueves de la vicepresidenta con Barack Obama, pero confían en que el estado acabe en manos demócratas. “No somos exageradas, pero es difícil de asimilar que la opción sea alguien que no acepta todavía que perdió hace cuatro años y sólo sabe insultar, criticar, quejarse y decir que todo está mal. Y luego dicen que nosotros somos una generación de cristal“, bromean entre risas.
A esa pregunta, la de cómo puede ser una opción, tratan de responder las juventudes republicas del Estado, una agrupación con 13 divisiones a lo largo y ancho de Georgia. Trump no acepta que perdió en 2020 e impide que cualquier republicano de nivel diga en público que Biden ganó. Pero, para los suyos, Harris es simplemente peor y la economía (les) va tan mal, que prefieren sin dudar a alguien que pone en cuestión un fundamento esencial de la democracia como es la alternancia y la concesión pacífica.
“Yo, personalmente, no me puedo permitir cuatro años más con una presidenta demócrata. No puedo hacer frente a las facturas. Es además una mentirosa que en un vídeo que he visto hace poco decía que los jóvenes somos, básicamente, estúpidos”, asegura Jacquelyn Harn, una joven de 25 años, al frente de la asociación, y que no tiene rubor en presentar una historia distorsionada y fácilmente verificable a un grupo de periodistas internacionales.
Gabriel Page, de 22 años y su segundo, lo pasa aún peor defendiendo lo imposible. Preguntado sobre cómo pueden sostener a un candidato que dice que no perdió, aunque ellos mismos saben que sí y reconocen los resultados, esquiva la cuestión y saca el manual, afirmando que una vez, cuando vivía en California, vio a un hombre de Tijuana que no hablaba inglés votando libremente y sin control. “En 2020 pasaron cosas raras”, tratan de zanjar los jóvenes republicanos. “Todo fue muy raro con la pandemia y la polémica. Lo que queremos son elecciones limpias. Si en 2020 hubiéramos convencido a más jóvenes el resultado hubiera sido otro. Y esta vez será diferente porque nos hemos organizado muchísimo mejor”, prometen.