¿Alguien se cree que Sánchez no va a «cambiar de opinión» sobre el referéndum en Cataluña? Lo hará si le conviene y eso es lo que está en juego
NotMid 04/07/2023
OPINIÓN
JOAQUIN MANSO
El filósofo político de la Universidad de Sidney John Keane recordó el viernes en la Real Colegiata de San Isidoro cómo los políticos e historiadores británicos presumieron durante siglos de que su Cámara de los Comunes era «la madre de los parlamentos» y «sin lugar a dudas el mayor regalo del pueblo inglés a la civilización mundial». El acto conmemorativo de esta semana implica el reconocimiento por toda Europa del hecho histórico de que las primeras Cortes con participación del estamento popular tuvieron lugar realmente en León en 1188, bajo el reinado de Alfonso IX, y los entrecomillados citados por Keane situán la dimensión trascendental de ese legado extraordinario que España entregó al mundo.
El discurso de Felipe VI en San Isidoro es una de sus mejores piezas de pedagogía y racionalidad democrática. El derecho de todos los ciudadanos a participar en los asuntos públicos «presupone la existencia de una opinión pública libre», porque las libertades de información, de expresión y de opinión son la piedra angular del pluralismo: «Democracia es debate, confrontación de ideas y posiciones, pero dentro de un espacio común en el que se comparte la creencia en el valor de la verdad». Esto es, la reivindicación de la verdad como fuente de confianza, imprescindible para el funcionamiento de las instituciones que son la garantía de la libertad y el progreso.
El concepto de verdad, o en realidad su antónimo mentira, ocupa precisamente el centro del debate público durante esta campaña para las elecciones generales del 23-J, porque el presidente del Gobierno así lo ha decidido: casi desde el minuto siguiente a la derrota del 28-M, Pedro Sánchez se ha sentido por fin compelido a enfrentarse a la convicción ciudadana de que nadie puede confiar en su palabra.
Donde más claramente se expuso a sí mismo fue el martes pasado en El Hormiguero. Más allá de su actitud vital, arrolladora y arrogante frente al presentador Pablo Motos, como en un conflicto permanente con su propio orgullo, el presidente se defendió de la acusación de mentir con otra mentira: «Se ha hinchado una burbuja y se ha llamado el sanchismo; ahora mismo el 90% de estos programas tiene una orientación conservadora». Es decir, que él no miente, sino que una conspiración de mentirosos medios de comunicación ha construido esa percepción. Porque lo que él hace es «rectificar»; Zapatero, estilete de campaña del PSOE, dice que lo que hace en realidad es «cambiar de opinión».
Lejos de refutarse, estamos ante una autoafirmación descarnada. Sánchez tiene razón cuando dice que Suárez, González, Aznar o Rajoy recurrieron a la mentira. Es cierto, pero la diferencia con sus antecesores es que aquellos lo hicieron siendo conscientes todavía del prestigio moral de la verdad y cuidándose por tanto de las consecuencias; Sánchez, en cambio, hace ostentación de sus mentiras, que es precisamente uno de los rasgos de la postverdad. Le resbalan. Las utiliza como herramienta identitaria de cohesión tribal -¿qué pretende si no cuando dice que el 90% de los programas de radio y televisión es conservador?- y las institucionaliza: hoy está en vigor una Ley que deroga al servicio de sus socios políticos uno de los delitos más graves contra el orden constitucional, y su Exposición de Motivos es una sucesión de falsedades, como que se trata de homologar con Europa el tratamiento del delito de sedición.
¿Puede confiarse en un presidente que «rectifica» de manera inopinada sobre elementos estructurales del modelo de convivencia y siempre en el sentido que conviene a su supervivencia? ¿Está Sánchez en condiciones de que alguien crea que no va a «cambiar de opinión» sobre la celebración de un referéndum en Cataluña? Lo hará si le conviene y eso es lo que está en juego. El presidente sólo podría renovar su mayoría de la mano de los mismos independentismos disgregadores que han marcado esta legislatura. La estrategia de comunicación que consiste en victimizarse para lavar su imagen es un clásico de los populismos, que pervierten el lenguaje para retorcer la realidad. Y la partición binaria de los medios es coherente con la estrategia de maniqueísmo, polarización y vaciamiento de la centralidad que practica para superar los escrúpulos que provocan su estilo de gobernar y sus alianzas.
La recuperación del valor de la verdad será una de las obligaciones morales a las que tendrá que enfrentarse Alberto Núñez Feijóo si gobierna. Por eso el lamentable episodio que ha protagonizado María Guardiola, desdiciéndose a sí misma después de haber colocado a Vox en el plano de demonización en el que el PSOE no sitúa a Bildu ni ERC, supera la categoría de anécdota y pone en peligro la credibilidad de ese compromiso con la palabra dada. Tiene que quedar claro que el PP, al contrario que Sánchez, no va a gobernar a cualquier precio. De momento, los puntos programáticos acordados con Vox en la Comunidad Valenciana y Baleares no sólo son razonables, sino que contienen importantes avances en materia de libertad educativa y lingüística. Esta misma semana, en cambio, ERC, Junts y el PSC decidieron desoír todas las evidencias que constatan el fracaso educativo de Cataluña y se conjuraron para defender la inmersión.
El independentismo tendrá la oportunidad de reactivarse esta misma semana: el miércoles se conocerá si el Tribunal General de la UE retira la inmunidad a Carles Puigdemont. Si lo hace, el juez Pablo Llarena remitiría a Bélgica inmediatamente una euroorden para que sea entregado a España y juzgado por malversación. Ese mismo día, la Comisión Europea hará público el informe sobre el Estado de Derecho, en el que nuestro país recibirá una seria advertencia, incluso de enfrentarse a un procedimiento de sanción, por la falta de renovación y reforma del Consejo General del Poder Judicial. Se trata de uno de los desafíos más importantes para el próximo Gobierno. Sólo desde la verdad y la confianza en el respeto a los consensos constitucionales podrá resolverlo.