La fortaleza moral y bélica de Ucrania crece. La ayuda de la UE y de EEUU sigue siendo clave en una guerra que prevé atrincherarse en el invierno
NotMid 09/10/2022
EDITORIAL
La destrucción parcial del Puente de Crimea es la penúltima constatación de la posición de debilidad política en la que Vladimir Putin ha ido cayendo desde que invadió Ucrania en febrero. Las imágenes del emblemático viaducto en llamas y semi derruido tendrán un impacto cargado de simbolismo en Rusia, donde tras siete meses de lo que el Kremlin consideraba que iba a ser una operación casi relámpago, la tolerancia para con el dictador se encuentra en sus horas más bajas. Al descontento popular de una ciudadanía que escapa del país para huir del reclutamiento obligatorio o de la represión y de un ejército raso cada vez más diezmado en cuestión de recursos, se unen ahora las grietas que se están produciendo en el núcleo fuerte del dictador. Ya son varias las filtraciones sobre consejeros, asesores y, en definitiva, hombres de confianza de Putin que critican la «mala gestión del esfuerzo de guerra» y los «errores» cometidos por quienes ejecutan la campaña.
Ni siquiera la maquinaria mediática podrá ocultar esta vez lo ocurrido. Será complicado para Putin explicar que la caída del Puente de Crimea no es una derrota en el contexto de una guerra por mucho que se controle el relato. La importancia geoestratégica y figurativa de la construcción es enorme. Durante el siglo XX, fueron muchos los proyectos que se esbozaron para intentar conectar el territorio continental de Rusia con la península de Crimea. No lo consiguieron los nazis ni los ingenieros de la Unión Soviética. Por eso, cuando se concretó en 2018 bajo el mandato de Putin, se definió como «la construcción del siglo». La obra era una pieza clave en la estrategia del presidente, que en esas fechas pretendía anexionar Crimea físicamente tras apropiarse del territorio ilegalmente en 2014. El propio Putin lideró el convoy que inauguró el puente con toda la pompa.
La infraestructura ha estado en el punto de mira durante toda la guerra. El pasado 16 de junio uno de los principales asesores de Putin, Dmytro Peskov, desestimó la capacidad ucraniana de atacarla y se vanaglorió de que su «seguridad» estaba «garantizada». Una vez más, Rusia no ha medido bien la fuerza de Ucrania, que ha dinamitado una de las principales vías de suministro y refuerzos para las zonas ocupadas por el ejército invasor. Este bombardeo -de cuya autoría no hay reconocimiento oficial- llega en un momento muy importante para las estrategias futuras de Kiev, recuperando terrenos que se creían perdidos. Claves son, por ejemplo, los avances en Zaporiyia y la posible reconquista de la ciudad portuaria de Jersón. De hecho, son varios los analistas que apuntan que si se lograse recuperar al completo Jersón, incluso se podría traducir en una liberación de Crimea para el próximo año. Ucrania está solicitando a EEUU misiles de mayor alcance, claves para ello.
La fortaleza moral y bélica de Ucrania crece. La ayuda de la UE y de EEUU sigue siendo clave en una guerra que prevé atrincherarse en el invierno. Con la vía diplomática cerrada -Zelenski prohíbe negociar con Putin y Moscú no hará concesiones-, la duda es cómo responderá Rusia a este ataque, que tomará como una humillación. Ya se está propagando que Kiev ha pisado una «línea roja». Sobrevuela la amenaza nuclear, el «Armagedón» que ha referido Joe Biden, pero hay que recordar que la información de los equipos de inteligencia no sostienen cambios en este campo. Mientras tanto, se marca una fecha en el calendario: el 15 de noviembre, la cumbre del G-20 en Bali. EEUU está presionando a China para que coopere en la desactivación de las amenazas del Kremlin y ese día todos deberían estar en Indonesia: Biden, Xi Jinping y Putin.