PSOE y PP discuten si tras el 12-M el proceso independentista sigue vivo cuando éste fue sobre todo un neologismo nacionalista
NotMid 16/05/2024
OPINIÓN
IÑAKI ELLAKURÍA
¿Las elecciones del 12-M mataron al procés o, al contrario, este sigue muy vivo? He aquí el equivocado debate que la Moncloa ha conseguido colocar en la conversación pública gracias a la victoria del PSC en las urnas y la «debacle nacionalista» -el 42,7% de los votos-, y en la que el PP se ha metido de cuatro patas como un cachorrito de labrador aún por educar en vericuetos catalanes. Con Alberto Núñez Feijóo proclamando que el proceso independentista continúa, y, en frente, con Pedro Sánchez celebrando que la amnistía y el diálogo con los sediciosos le puso punto final, devolviendo la normalidad social e institucional a Cataluña.
Dos conclusiones postelectorales que, ya sea por el incomprensible desconocimiento de los populares o por la habitual manipulación sanchista, parten de una premisa equivocada: considerar que el procés ha existido alguna vez, y que, por lo tanto, tuvo un inicio claro en el tiempo y puede tener un final, si no lo ha tenido ya. Una manera de dotar de una lógica dramatúrgica a un supuesto sujeto político que habría tenido su inicio con Artur Mas como presidente de la Generalitat, su nudo, con Carles Puigdemont y Quim Torra, y su desenlace, con Salvador Illa como enterrador.
De ser así, ciertamente, la realidad catalana tendría una rápida y simple solución: acabar, si no está muerto ya, con el procés. Sin embargo, tanto los que advierten de que este continúa adelante y los que proclaman su deceso obvian, por igual, que el procés nunca existió más que como un neologismo nacionalista. Como lo fueron y son el derecho a decidir, el soberanismo, la transición nacional, las estructuras de Estado o el pacto fiscal…
En todo caso, el procés fue una efectiva marca publicitaria y de posmoderno agitprop con la que CiU dio nombre a un intento de cambiar por la vía unilateral el estatus político de Cataluña -la criminal aceleración del tiempo histórico del nacionalismo, en palabras de Rafa Latorre– y que los medios de comunicación asumimos y legitimamos encantados porque nos permitía simplificar lo que ocurría en Cataluña. Y, muy importante para las rutinas diarias, poder titular con una palabra corta.
La narrativa del procés de la que estamos todavía infectados sitúa en la crisis económica de 2010, que golpeó con especial severidad a las clases medias y dirigentes catalanas, cuyos ahorros y fuentes de ingresos dependían principalmente del sector inmobiliario, los motivos de que Mas y el resto de hijos políticos del pujolismo se echaran al monte. Rompiendo así con la supuesta tradición de sentido común y pragmatismo de la vieja Convergència. Un diagnóstico que permite a la oligarquía catalana utilizar hoy a los Mas, Quico Homs, David Madí, etc, como como chivo expiatorio, los inútiles que llevaron a Cataluña a las puertas del abismo. Y al menos les permite salvar la etapa de Pujol, a quien hasta el socialista Illa vindica como referente político. Pero ni el rei Artur era más independentista de lo que había sido Pujol, ni Madí más xenófobo que Lluís Prenafeta.
No fue con el gobierno de Mas, tal como considera la narrativa del procés, cuando Cataluña entra en la senda unilateral y decide romper con el statu quo del 78, sino que lo hizo con dos presidentes socialistas, Pasqual Maragall y José Montilla. El primero, al traicionar a Rodríguez Zapatero e impulsar un nuevo estatuto catalán inconstitucional; el segundo al proclamar, tras la sentencia contraria del TC al proyecto de ley, que ningún tribunal «puede jugar con los sentimientos y la voluntad de los catalanes».
Difícilmente, pues, el 12-M puede haber acabado o continuado con algo que no fue el origen de nada, sino la expresión airada -como las hubo en el pasado y las habrá en el futuro-de una ideología nacionalista que es atávica, estructural y que para desaparecer necesitaría de una revolución cultural y política impulsada por un gobierno catalán dispuesto a arrasar con el régimen levantado por Pujol.
Como afirma Bernat Dedeu, el hundimiento nacionalista el 12-M se debe que el electorado ha querido castigar con la abstención a los partidos que les engañaron con la promesa de una república catalana. O hacerlo prestando su voto a un partido como el PSC que es sistémico y con el que comparten trinchera al defender un trato fiscal privilegiado para Cataluña, la bilateralidad, acusar a Madrid de dumping fiscal, avalar la discriminación del español en las aulas y agitar la retórica del agravio.