El verdadero precio de Mbappé se sabrá en diciembre, cuando las selecciones acudan a jugar el Mundial en Catar
NotMid 23/05/2022
OPINIÓN
FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS
El verdadero precio de Mbappé se sabrá en diciembre, cuando las selecciones de todos los países acudan, partiendo por la mitad las ligas de los clubes que le dan lustre, a jugar el Mundial en Catar, tiranía que jamás cató el gran fútbol pero que ha sabido corromperlo hasta el tuétano gracias a Nicolas Sarkozy y Emmanuel Macron, presidentes de la República Francesa y socios del emir catarí. Dice Relaño que el PSG es un dragón creado por la UEFA. Cierto. Pero la cuna del chantaje que el fútbol mundial pagará en Catar es la FIFA, con Sarkozy de intermediario en la compra del PSG. Precio, el Mundial.
Tebas, presidente de La Liga, ha denunciado el contrato a todas luces fraudulento de Mbappé, que según la radio pública francesa provoca «la colére» en Madrid. Colére? Mépris! Desprecio por un futbolista que hoy se llama Mbappé y ayer Zidane, Benzema o Raymond Kopa, que tras jugar la final europea con el Stade de Reims fichó por el vencedor, el Madrid de Bernabéu y Di Stéfano, el mejor equipo de Europa, camino de ser el mejor club del mundo. Ahora, este Mbappé -cada año sale uno-, ni con todo el dinero de Catar jugaría en el estadio al que dijo que quería venir. Nunca lo aplaudirá el Bernabéu, como a Joaquín el viernes, que no llegó a jugar en el Madrid, pero merece el respeto de los amantes del fútbol. O como a Cristiano, en Turín, tras un grandioso gol de chilena, ovación que volvió humilde al delantero más soberbio del mundo. Luego se fue a la Juve, pero jugaba en contra cuando lo aplaudieron, ni ha tenido que venir Joaquín para que lo aplauda el Bernabéu; ni Iniesta, ni Ronaldinho.
Peor es el caso de Macron, y ahí debe insistir Tebas, que ha atentado contra la propiedad de 92.000 ciudadanos de la UE, a la que pertenece Francia, que son los socios y dueños del Real Madrid. A mí me daría vergüenza que Felipe VI llamase a Mbappé y a su madre para que vinieran. Pero en París, junto al falsario millonario, mientras la plebe aullaba «¡Puta Madrid!», sonreía, mular, Al Khelaifi, que bajó a pegarle al árbitro y coceó una puerta cuando su gigantesca inversión anual no pasó de octavos ante un equipo de abuelos –Modric, Benzema- y bebés –Rodrigo, Camavinga, Vinicius, Valverde– al que le bastó media hora de juego, la camiseta del otra vez finalista europeo y ese estadio mágico que aplaudió a Mbappé, pese a los goles en contra. Ya no se los toleraría a favor.
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