Moncloa estima que si la derecha se queda en 172 o 173 diputados, no habrá investidura. El mismo presidente que ha convocado las elecciones se servirá de sus socios para bloquear el país si ningún candidato reúne mayoría suficiente
NotMid 09/07/2023
OPINIÓN
JOAQUIN MANSO
La crónica periodística de Raúl Piña que describía en EL MUNDO el acto de apertura de campaña del PSOE contenía una cita de cargos socialistas, según la cual el 23-J no descartan «un escenario en el que nosotros sumemos», y aclaraba a continuación que ese nosotros «hace alusión al PSOE, Sumar y los partidos nacionalistas y minoritarios». Es decir, que los 16 partidos aglutinados por Yolanda Díaz pero también ERC y Bildu ya son nosotros. Esa utilización rutinaria de la primera persona del plural para asimilarse con formaciones abiertamente contrarias a la Constitución expresa la alteración de su naturaleza fundacional que padece el PSOE y su entrega a una coalición estructural de minorías radicales. Política de bloques. La continuidad del que lidera Pedro Sánchez, y sus consecuencias para el modelo social, institucional y territorial de España, es el plebiscito que se resuelve en dos semanas.
El programa socialista incluye una reivindicación y una promesa de perseverancia si vence el 23-J. De Cataluña dice que «sólo el tiempo permitirá valorar con justicia el éxito alcanzado: se ha superado la situación de ruptura que existía hace cinco años», de la que responsabiliza al «gobierno del PP en España». La ausencia de cualquier mención a una «consulta» o «referéndum» resulta inquietante.
Las cesiones al separatismo como precio imprescindible para desactivarlo constituyen una de las mentiras estructurales del sanchismo. ¿Era necesario derogar la sedición y abaratar la malversación para pacificar Cataluña? ¿O sencillamente Sánchez aceptó el pago de borrar el 1-O del Código Penal para beneficiar al líder de ERC que garantizaba su supervivencia en Moncloa? El fracaso del procés es la consecuencia del imperio de la ley y la fuerza del Estado, aplicada por funcionarios comprometidos y resilientes como el juez Pablo Llarena, y del pacto transversal entre los partidos constitucionalistas en el 155. La moción que aupó a Sánchez implicó la legitimación política de quienes habían protagonizado ese comportamiento antidemocrático inaceptable, les abrió la puerta a un proceso gradual pero implacable de erosión institucional y dio paso a un estilo de gobernar, sostenido sobre la polarización y la mentira recurrente, que ha quebrado la confianza en la vigencia de los consensos constitucionales entre las formaciones vertebradoras del Estado.
La dificultad para proyectar grandes acuerdos en España tiene por tanto nombre y apellidos. El número especial de la Nueva Revista de la UNIR que ha coordinado Nacho Torreblanca, bajo el título genérico de Pactos, reivindica la necesidad de esos pactos en un contexto complejo de desafíos geoestratégicos, cambio climático e invierno demográfico, en medio de retos globales como la inteligencia artificial o la transición energética, que exige respuestas de país que garanticen una libertad estable, una educación orientada al valor añadido y un estado del bienestar eficiente y sostenible. El impacto de la publicación tiene que ver también con el riesgo inmediato de que del 23-J surja una mayoría inestable de gobierno, o que nuevamente quede en manos de minorías que antepongan el sectarismo ideológico al interés general, o incluso otro bloqueo indefinido que aboque a repetir las elecciones, como en 2016.
Felipe González participa en el volumen y lo hizo también durante su presentación de manera muy elocuente. Se ha destacado mucho que defendió que gobierne la lista más votada -sólo siempre que no haya alternativa-, pero menos que reclamó a su partido que asuma su «papel sistémico», que denunció que sus ahora socios comunistas llevan «desde 1923» insultándoles como «socialtraidores» o que ironizó con que «a veces aparecen como iguales los que forman parte de una especie de bloque, pero son los menos iguales entre los desiguales que conozco». «No podemos abandonar nuestra historia, porque eso significa abandonar nuestra identidad y de dónde venimos. Nuestro pasado condiciona nuestro futuro», escribe.
Todas esas palabras de González dejan escaso margen para la interpretación. Él mismo, de haber seguido la lógica de Sánchez, podría haber bloqueado la alternancia que protagonizó José María Aznar en 1996 si hubiese buscado una alianza con el PCE de Julio Anguita, ciertamente inimaginable conforme a la cultura política de entonces. Pero hoy el destino del PSOE, y el de todo el país, está irremediablemente unido al de una persona. Sánchez ha llevado al paroxismo la doctrina iniciada en 2003 en el Pacto del Tinell, según la cuál el PSOE tiene más en común con partidos contrarios a la Constitución que se dicen «progresistas» que con el PP. Quizá por eso fue José Luis Rodríguez Zapatero el encargado de salir inmediatamente a desmentir que haya alguna opción de que el PSOE facilite un desbloqueo: estamos en la era del no es no y así será hasta el final, sea cual sea el precio para el interés general. Moncloa estima que si la derecha se queda en una suma de 172 o 173 diputados, no habrá investidura. El mismo presidente que ha convocado las elecciones se servirá de todos sus socios para bloquear el país si ningún candidato reúne mayoría suficiente.
Alberto Núñez Feijóo entregó en cambio sus votos al PSC en Barcelona o al PSE en Vitoria. Mañana es la gran cita, el acontecimiento más relevante de los que están previstos hasta las elecciones: el debate entre Sánchez y Feijóo en Atresmedia. Los votos que mueva pueden ser determinantes: el tracking de Sigma Dos para EL MUNDO concede una mayoría muy ajustada para la derecha. Es previsible que el programa intensifique la tendencia de concentración del voto en el bipartidismo. Está por ver que Sánchez mantenga el victimismo agresivo con el que se ha paseado por las televisiones, tan alejado de la centralidad que decidirá el resultado; en realidad, no es creíble en ningún otro. Para Feijóo es la oportunidad de sacarse de encima la losa de la gestión errática de sus acuerdos autonómicos con Vox y de visibilizar un liderazgo que apele a un mandato amplio e ilusionante. De adquirir un compromiso moral con la verdad, la racionalidad democrática y el optimismo ciudadano; con un gobierno, esta vez, de todos y para todos y no de unos contra otros. Y de establecer el discurso sustancialmente distinto que le separa del frentismo especular que aspira a marcarle el paso.