Cuando se cumple medio año de guerra en la Franja, se teme que los precedentes históricos en otros países se repitan en la zona: bandas de delincuentes y grupos de terroristas fundamentalistas
NotMid 05/04/2024
MUNDO
El hambre y el caos son caros y, sobre todo, peligrosos. Ésa es la preocupación de Washington cuando la guerra de Gaza está a punto de entrar en su sexto mes. El conflicto ha dejado el territorio devastado en el sentido literal del término, y la autoridad del grupo islamista Hamas está empezando a ceder a la de milicias tribales y bandas de delincuentes. Ahora, lo que Estados Unidos teme, es que los grupos terroristas fundamentalistas vengan después.
El precedente histórico indica que ésa es una posibilidad muy real. Al Qaeda nació y prosperó en el Afganistán caótico y sin Estado de los años 90. El Estado Islámico (IS, por sus siglas en inglés), en el Irak que el Gobierno de Bagdad no lograba controlar hace una década. Al Qaeda en Mesopotamia, Al Shabab y otros grupos ultrafundamentalistas han aparecido en situaciones similares. EEUU teme que ése sea el camino que acabe siguiendo Gaza, un territorio, además, incrustado en Israel y situado a las puertas de Europa y de África del Norte.
Gaza ya ha caído en el caos. De los dos millones de personas que residen en el territorio, la mitad puede verse afectada por una hambruna de dimensiones africanas. Israel, que controla la mayor parte de la región, no ha ofrecido -ni parece interesado en ofrecer- ningún futuro post-conflicto. Y todas las guerras, como sabe cualquier militar (aunque algunos políticos parecen olvidarse de ello), persiguen objetivos políticos. Si no hay una visión de cómo debe ser Gaza tras la guerra, el caos y el hambre se pueden convertir en estructurales.
El Gobierno de Biden tiene incluso una palabra para definir el proceso: “somalización”. Así lo expresó el 19 de marzo el enviado especial de Estados Unidos para Asuntos Humanitarios en Oriente Próximo, David Satterfield: “El problema al que nos enfrentamos es la ‘somalización’ de Gaza”. El escenario fue significativo: una cena del ‘Davos’ del petróleo, la conferencia anual CERAWeek, que organiza S&P Global, ante un público formado por altos funcionaros y directivos de las mayores petroleras y empresas energéticas del mundo. Era el lugar perfecto para hacer declaraciones directas a un público discreto que sabe de lo que se le está hablando.

Satterfield, que tiene cuatro décadas y media de experiencia diplomática al más alto nivel en catástrofes humanitarias y de seguridad en Oriente Próximo, a menudo en cargos de confianza de presidentes demócratas y republicanos, puso un ejemplo a la vez claro y aterrador al mencionar a Somalia, una nación tan desintegrada que su tercio norte es, desde hace 34 años, un país independiente ‘de facto’, Somalilandia.
Desde 1989, Somalia – que es tan grande como España, Portugal e Irlanda juntas – ha sido el escenario de dos hambrunas que han costado la vida a casi 600.000 personas; una intervención humanitaria de EEUU en 1992 que acabó en desastre y hasta generó un taquillazo de Hollywood, Black Hawk derribado; la mayor crisis de piratería marítima en un siglo; la explosión del fundamentalismo (los Tribunales Islámicos, Al Shabab, Al Qaeda y el IS); y varias intervenciones armadas de la ONU, la Unión Africana y las vecinas Kenia y Etiopía. Ha pasado por todo eso y sigue sin ser estable. Hace menos de tres meses, dos miembros de las Fuerzas Especiales de la Marina de Estados Unidos – los archifamosos SEAL que asesinaron a Bin Laden en 2011 – murieron en ese país en una operación antiterrorista. Sus cuerpos nunca fueron encontraron.
Comparar a Gaza y Somalia, así pues, no es una broma. No solo por la gravedad de lo que puede suceder sino, también, porque es una manera indirecta de demandar a Israel que cambie su política hacia el enclave. Lo que Satterfield estaba diciendo es que, a medida que Israel va debilitando al grupo islamista Hamas, que controlaba la región, queda un vacío de poder que ocupan clanes familiares y grupos mafiosos armados hasta los dientes. Y Tel Aviv no está haciendo nada para evitarlo. El enviado de Biden no dijo eso. Pero sí dejó claro que la Casa Blanca cree que el Gobierno del primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, se está equivocando.
“GRUPOS DE DELINCUENTES ORGANIZADOS”
Las organizaciones que llevan ayuda humanitaria a la zona dan muchos ejemplos de ese caos. “Antes, teníamos, primero, que obtener el permiso de Israel y, después, el de Hamas, que tiene presencia sobre el terreno, para llevar los camiones con ayuda”, explica un responsable de uno de esos grupos. “Pero ahora, sobre todo cuando los convoyes llegan al Norte de Gaza [la parte donde Israel tiene un mayor control sobre el terreno] se encuentran con grupos armados que les obligan a parar y nos dice: ‘Tenéis que darnos dos camiones para que os dejemos pasar’. Esa gente no es Hamas. Son personas de allí, de clanes familiares o de grupos de delincuentes organizados, que mandan más que Hamas”, concluye esa persona.
Eso es muy preocupante para el Gobierno de Biden, que prefiere a Hamas que un todos contra todos. Pese a su bien demostrados fanatismo y brutalidad, Hamas es una organización jerárquica que puede actuar, para bien o para mal, como interlocutor, y acepar treguas puntuales y de realizar concesiones. Además, aunque su mayor patrocinador es Irán, que es un país que está al borde de la guerra permanente con EEUU e Israel, ese grupo también recibe un apoyo muy considerable de dos aliados de Occidente, Qatar y Turquía, lo que establece más canales de comunicación. Pero es imposible negociar nada con un conjunto de mafias o de tribus armadas hasta los dientes en las que cada cual hace, literalmente, la guerra por su cuenta. EEUU prefiere tener un interlocutor – aunque sea el enemigo – que no poder hablar con nadie.

Israel, además, quiere destruir cualquier forma de autoridad palestina en Gaza ya que, afirma, los terroristas han infiltrado a todas las instituciones del territorio, lo que aumenta el vacío de poder. Como explica la misma persona que ha trabajado en la entrega de ayuda humanitaria a Gaza, “al principio de la guerra, había policías palestinos que escoltaban los convoyes. Eran unos policías muy ridículos, porque iban vestidos de negro, como si fueran ‘ninjas’, que es, además, como se solían presentar en sus vídeos los terroristas del Estado Islámico, que es un enemigo jurado de Hamas. Cuando los policías terminaban de escoltar los convoyes de ayuda, iban a sus comisarías. Y, 15 minutos después de que llegaran, una bomba israelí pulverizaba el edificio y los mataba a todos. El resultado es que ahora nadie quiere ser policía, y hay que fiarse de los grupos armados locales, que en muchas ocasiones no sabes ni quiénes son ni a quiénes obedecen”. Israel tampoco se fía ni de las ONG ni de la ONU, hasta el punto de que ya van 196 cooperantes muertos.
Todo eso ha debilitado cualquier vestigio de orden en buena parte de la región, lo que abre, al menos en teoría, el camino a los extremistas. Como explica una persona que conoce Oriente Próximo, “cuando Hamas controlaba Gaza, allí no se movía nadie. No había sitio para el Estado Islámico ni para Al Qaeda. Ahora que Hamas está perdiendo el control ¿cómo sabemos que no va a llegar un enviado del IS a sembrar la semilla del fundamentalismo islámico más salvaje? ¿Quién sabe qué está pasando en las zonas de Gaza en las que no hay autoridad de ningún tipo, sino solo hambre? ¿Vamos a encontrarnos en unos años con que un palestino de esa región radicalizado por cualquier visitante de otro país árabe se vuela por los aires en un centro comercial en Europa?”
La situación parece más sombría porque Israel no tiene buena Inteligencia de lo que pasa en Gaza, tal y como quedó de manifiesto el 7 de octubre, con la oleada de atentados de los fundamentalistas que desencadenó la guerra. Tampoco EEUU conoce bien esa zona. Una semana antes de esa salvaje oleada de ataques, el consejero de Seguridad Nacional estadounidense, Jake Sullivan, había cometido un ridículo de dimensiones siderales al publicar un artículo en la revista Foreign Affairs en el que afirmaba textualmente que “hemos ‘desescalado’ la crisis en Gaza”. Todo eso implica que elementos extremistas pueden, posiblemente, circular por una Gaza en la que, de otra manera, hubieran sido borrados del mapa por Hamas.

La crisis parece destinada a durar, porque tampoco hay un plan para el día después de la guerra. Satterfield dijo en CERAWeek, “nosotros creemos que no es posible que haya un ‘día después’ viable en la región sin un compromiso claro con la solución de los dos Estados [uno judío y otro palestino]”, pero eso es inaceptable para Netanyahu. Lo cual a su vez genera la percepción de que el primer ministro de Israel está interesado en prolongar la guerra indefinidamente, en buena medida porque así se libra del peligro de ser procesado por corrupción. Si en noviembre gana las elecciones Donald Trump, Tel Aviv tendrá manos libres para, como ha dicho el candidato republicano, “terminar el trabajo”, es decir, ‘vía libre’ para endurecer todavía más una guerra que ya ha ganado.
No es una suposición. Los propios altos cargos del Gobierno de Joe Biden admiten que ése es el gran peligro de una guerra que parece que va a prolongarse de manera indefinida, hasta transformarse en una crisis humanitaria o a extenderse a otros países. Porque ésa podría ser, paradójicamente, una de las consecuencias de la intransigencia de Israel lo que, a su vez, daría una victoria a Hamas justo cuando esa organización ha perdido en el campo de batalla.
EEUU está convencido de que el objetivo de Hamas el 7 de octubre era desencadenar la entrada del partido político y milicia libanesa proiraní Hizbulá en una guerra contra Israel, lo que a su vez hubiera llevado a Irán a atacar al Estado hebreo. Hizbulá e Irán, sin embargo, han sido muy cautos, y aunque han multiplicado las acciones contra Israel y EEUU desde Yemen hasta Irak, se han cuidado mucho de ir a una guerra frontal. Pero este hostigamiento intermitente, al que Tel Aviv y Washington han respondido, tiene un inmenso peligro de escalada.
Volviendo de nuevo a Satterfield, “el peligro no es un ataque intencionado, sino un error de cálculo. Basta con que haya un misil de Hizbulá que cause un número elevado de muertes civiles en Israel para que ese país reaccione de forma masiva y Hizbulá o Irán lancen un ataque a gran escala contra Israel. Eso es lo que queremos evitar”, dijo. Dos semanas después, un dron de los hutíes de Yemen, también aliados de Teherán, desencadenó el bombardeo de Israel contra el consulado de Irán en Damasco. Cuanto más dure la guerra en Gaza, más peligro habrá de radicalización de los habitantes de ese territorio y de que el conflicto se extienda.
Agencias