Desde que en 2014 llegara al poder el primer ministro Narendra Modi, cada vez hay más violencia contra las minorías. India gana peso internacional pero su armonía social se desgarra
NotMid 27/03/2024
ASIA
La mezquita de Anjuman Jama ha quedado reducida a un bloque de hormigón lleno de escombros y polvo. Era uno de templos más concurridos por los musulmanes de Gurugram, al norte de India. Casi 500 fieles se juntaban todos los viernes hasta que la mezquita fue atacada el año pasado por extremistas hindúes. Un incendio devoró todo el edificio. En la puerta, intentando impedir que los asaltantes entraran y prendieran fuego, se encontraba el imán, un joven de 22 años llamado Mohammad Saad. Primero, fue apuñalado en el pecho. Después, mientras se desangraba en el suelo, fue rematado a tiros a bocajarro.
Unas horas antes, una procesión religiosa liderada por dos organizaciones de extrema derecha hindú acabó en una batalla campal cuando un grupo de hombres musulmanes comenzaron a lanzar piedras contra la multitud que marchaba por un barrio de Gurugram. Estaban enfurecidos porque esas organizaciones habían presionado a la administración local regida por el Partido Bharatiya Janata (BJP), la formación gobernante a nivel nacional, para que prohibiera el rezo del domingo en varias mezquitas de la ciudad. Hubo cuatro muertos en aquellos enfrentamientos, entre ellos dos policías.
Las autoridades, para tratar de frenar los disturbios, impusieron un toque de queda y cortaron internet en la zona donde se concentraban los altercados. Pero eso no frenó a los hindúes, que buscaron venganza. Atacaron tiendas y restaurantes de musulmanes, así como la mezquita de Anjuman Jama, uno de los pocos lugares de culto que quedaban abiertos.
La violencia también se extendió 30 kilómetros al sur, hasta la vecina localidad de Sohna. Un barrio donde viven alrededor de 200 familias musulmanas terminó con casas asaltadas y vehículos quemados. Los testigos contaron que una turba de hombres armados con pistolas y porras arrasaron con todo mientras gritaban: “Los musulmanes serán masacrados en nombre de Ram”, refiriéndose a una de las deidades del hinduismo que representa la justicia.
Las autoridades tardaron más de 48 horas en controlar la ola de violencia. En ese tiempo, en otra parte del país, una joven doctora musulmana fue golpeada y violada por un grupo de hombres. En un tren con destino a Bombay, un agente de policía mató a tiros a cuatro personas a sangre fría, todas musulmanas. Algunos pasajeros grabaron con sus móviles el suceso. “Si quieres vivir en India, debes votar por Modi”, se escucha decir al asesino en hindi.
ELECCIONES GENERALES
El próximo 19 de abril, en India comienza un largo periodo de elecciones generales que durará casi dos meses. El primer ministro Narendra Modi es el gran favorito para revalidar un tercer mandato en medio de continuos episodios sangrientos de violencia contra los musulmanes. Un turbulento ambiente que está desgarrando la armonía y diversidad religiosa de un gigantesco país cuyas minorías -entre ellas 200 millones de musulmanes y casi 30 millones de cristianos- representan el 20% de sus más 1.420 millones de habitantes.
Después de la explosión de violencia en Gurugram, más de 3.000 familias musulmanas habrían huido a otras regiones del norte de India. Esta es la cifra que da Mufti Mohammed Salim, uno de los líderes de la comunidad musulmana en la ciudad. “A muchos les han quemado las casas y los negocios, se han quedado sin nada y además tienen miedo por sus vidas. Aunque los enfrentamientos han cesado, sigue habiendo ataques esporádicos”, explica Salim.
Alrededor de la calcinada mezquita de Anjuman Jama hay presencia policial de lo habitual. Nayla, una vecina que trabajaba como profesora de inglés en un instituto, cuenta que muchas mujeres como ella ya no salen de casa por la noche por miedo a ser violadas o apaleadas por los nacionalistas hindúes. “Hace una semana, dos hombres increparon a una adolescente porque llevaba el hiyab. Esta se negó a quitárselo y los tipos comenzaron a golpearla. Luego, amenazaron con quemar la tienda que regentan sus padres si denunciaba a la Policía”, cuenta Nayla.
La zona de los disturbios donde se encuentra la mezquita, conocida como Sector 69A, es uno de los barrios marginales más pobres de Gurugram, con varios asentamientos chabolistas en suelo público. La gran mayoría de la población que reside es musulmana. A unos pocos kilómetros de allí el paisaje es bien diferente: avenidas asfaltadas y limpias que están rodeadas de grandes edificios, restaurantes y modernos centros comerciales.
Algunas de las grandes corporaciones internacionales, como Google, Facebook y Deloitte, tienen oficina en esta parte de Gurugram, una ciudad más de millón y medio de habitantes, vecina de la capital, Nueva Delhi, que hace apenas 50 años era poco más que un conjunto de aldeas que vivían de la agricultora y que ahora es uno de los centros tecnológicos de India. Es la tercera ciudad con mayor ingreso per cápita. Y un claro ejemplo de los dispares contrastes que se encuentran en el país cuya economía es una de las que más rápido crece en el mundo y que este año superó a China en población.
Hay un barrio rico al lado de otro devorado por la pobreza y sacudido por una cruzada ultranacionalista hindú a la que ha dado alas el partido del primer ministro Modi, incluyendo llamamientos al genocidio por parte de algunos políticos.
NACIONALISMO HINDÚ
El nacionalismo hindú comenzó a ganar prominencia a principios del siglo XX en India como parte del movimiento independentista que buscaba romper con la identidad del dominio colonial británico y de la dinastía mogol, que anteriormente había gobernado desde el siglo XVI. Se popularizó el concepto “hindutva” (hinduidad) como creencia a que la identidad y la cultura nacional iban de la mano de la religión hindú. Este fue utilizado por movimientos de extrema derecha como el Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS), considerado por muchos historiadores como una organización paramilitar y germen ideológico del BJP.
Modi comenzó su carrera política en las filas del RSS, al igual que Nathuram Godse, el radical que mató a tiros el 30 de enero de 1948 a Mahatma Gandhi. El grupo, prohibido tras el asesinato, fue rehabilitado poco después y continúa hoy defendiendo la construcción de un estado teocrático hindú donde aquellos que profesen otras religiones, principalmente el islam, deben ser considerados ciudadanos de segunda clase. Para muchos intelectuales indios, el partido de Modi es el ala política del RSS.
Una de las cosas que los detractores de Modi le echan habitualmente en cara es la respuesta a los disturbios de 2002 mientras gobernaba el estado de Gujarat, con un millar de muertos, en su mayoría musulmanes. El líder fue acusado de permitir que ocurrieran las masacres, pero los tribunales lo absolvieron. “Esta violencia es una parte integral de la estrategia del BJP, que permite polarizar a los votantes para asegurar el voto de la mayoría hindú enviando el mensaje de que sólo el partido puede proteger a los hindúes”, señala Nilanjan Mukhopadhyay, un periodista indio que escribió una biografía sobre Modi.
Los enfrentamientos étnicos se dispararon a finales de 2019 por la aprobación de una ley de ciudadanía que otorgaba la ciudadanía a las minorías religiosas perseguidas en los países vecinos, excepto a los musulmanes. Uno de los grandes defensores de esa ley fue el ministro del Interior, Amit Shah, famoso por su política para deportar a los refugiados rohingyas, a los que definió como “termitas y una amenaza para la seguridad nacional”. Hubo muchos enfrentamientos que se extendieron hasta la primera sacudida de la pandemia en 2020, incluida una matanza en la capital, Nueva Delhi, donde murieron 50 personas.
Este mes de marzo, en medio de la campaña electoral, el Gobierno ha promulgado aquella ley de ciudadanía después de cinco años paralizada. Como ocurrió en 2019, han estallado esporádicas protestas en distintos puntos del país. Desde el estado de Assam, al noreste, hasta en la región sureña de Tamil Nadu. En la próspera Kerala, también al sur, el Partido Comunista, que gobierna en ese estado, convocó protestas contra una ley “divisiva” que socava los fundamentos seculares de India.
A las recientes manifestaciones hay que sumar el conflicto étnico más crítico que ya ha dejado centenares de muertos en Manipur, un remoto estado en el noreste. Comenzó tras una protesta contra la petición del Tribunal Supremo de incluir a la comunidad Meitei, de mayoría hindú, dentro del sistema de “tribus registradas” en India en detrimento de la comunidad cristiana Kuki. Esto permite a los Meitei acceder a mayores recursos sanitarios y de educación, así como la posibilidad de optar a empleos gubernamentales.
India lleva año y medio en primera línea del escaparate mediático global tras convertirse en el país más poblado del mundo y por ser la economía que más rápido crece actualmente. La potencia asiática gana fuerza y presencia en los juegos de poder globales, pero dentro de casa tiene un gran problema con la violencia étnica, sobre todo impulsada por un nacionalismo hindú que emana de un Gobierno que dice proteger a todos los indios.
Agencias