La masiva protesta a favor de la sanidad pública del domingo ha sido relacionada con una estrategia partidista para hacer daño a Ayuso. Eso es darle un poder de convocatoria a la izquierda que hoy no tiene y un protagonismo a la presidenta que no merece
NotMid 15/02/2023
OPINIÓN
JORGE BENÍTEZ
En 2012, casi 3.000 personas se manifestaron en la puerta del Hospital de la Princesa, en el barrio de Salamanca, contra la decisión de la Comunidad de Madrid -de Ignacio González- de convertir el centro en un geriátrico y eliminar sus funciones de hospital general. Entre los manifestantes no sólo había sanitarios y sindicalistas, sino también entrañables pititas del terraceo de Serrano. Era maravilloso ver a aquellas señoras con abrigos de visón (era noviembre) lanzando consignas guerreras y portando pancartas que olían a sales de baño. Nadie quería que se cerrara el hospital. Daba igual que la decisión viniera de un gobierno apoyado por el granero de votos del distrito. No era una batalla política, sino vecinal.
Hoy el Hospital de la Princesa sigue abierto.
A la masiva protesta a favor de la sanidad pública del domingo en Madrid se la relaciona con una estrategia partidista para hacer daño a Isabel Díaz Ayuso. Eso es darle un poder de convocatoria a la izquierda que hoy no tiene y un protagonismo a la presidenta que no merece. Se trata de un malentendido habitual de quienes mandan, como se demostró con el tuit contestatario desde la cuenta de la CAM en relación a las palabras de la viuda de Carlos Saura en la ceremonia de los Goya. Si los hospitales o la atención primaria funcionan mal, al ciudadano le jode igual que los gestione la derecha, la izquierda, los nacionalistas o el PACMA.
Esta inquietud ciudadana se produce porque la sanidad es de los pocos motivos de orgullo nacional y transversal. El federalismo sanitario aún no ha impedido que el sistema sea, junto a la Renfe y la Guardia Civil (al menos hasta hace bien poco) el gran vertebrador del país. Todo gracias a la genialidad de su arquitectura: la imposición del bien común a costa de un trato injusto a su personal. Por eso la sanidad pública ha sido un éxito y se compara con entusiasmo con otras de mayor presupuesto respecto al PIB. No porque seamos más listos que los demás países.
Y ha valido la pena.
Conviene también recalcar que esta estrategia ha hecho que médicos y enfermeras hayan cobrado durante décadas mucho menos que sus colegas en el extranjero (no sólo en países más ricos, sino también en los más pobres) a cambio de dos compensaciones que fueron aceptadas sin ser firmadas: prestigio social y seguridad laboral. Sin embargo, estos diques de contención llevan años resquebrajándose por la torpeza de muchos políticos, mientras las sucesivas crisis reducían medios y servicios. La amenaza final se consumará cuando los estudiantes de Medicina dejen de creerse el mantra de sus mentores que sostiene la fe en la sanidad pública y se marchen del país en busca de mejores oportunidades. Nadie se lo podrá reprochar. Un goteo que empieza a ser ya lluvia. Y el único fontanero de guardia son los impuestos, aunque algunos se nieguen a marcar su número.
Hasta el momento no hay investigaciones que distingan variaciones en la intensidad del dolor provocado por una apendicitis en un paciente de derechas respecto a otro de izquierdas. Pero todo se andará.