Rodrigo Quian Quiroga, que halló uno de los hitos del funcionamiento del cerebro, publica ‘Cosas que nunca creeríais’, una introducción fascinante a los últimos hallazgos sobre la conciencia
NotMid 09/01/2024
Ciencia y Tecnología
Vivimos en la actualidad una revolución que, como la desencadenada por Descartes hace casi cinco siglos, vuelve a estremecer los cimientos de la filosofía. Pero, a diferencia de las ideas tan brillantes como erradas del sabio francés, hoy sí estamos a punto de iluminar el tesoro oculto de nuestro cerebro mediante una comprensión científica, y cada vez más exacta, de aquello en lo que consiste ser humanos.
Es lo que defiende el prestigioso físico y neurocientífico argentino y profesor investigador ICREA en Barcelona, Rodrigo Quian Quiroga. Descubridor de las neuronas de concepto, también llamadas neuronas “de Jennifer Aniston“, por activarse solo con imágenes de la actriz, Quian Quiroga es una referencia internacional en el estudio del cerebro. Acaba de dar cuenta del estado de las modernas investigaciones -ilustrándolas con los filmes clásicos de género como 2001 o Matrix– en Cosas que nunca creeríais: De la ciencia ficción a la neurociencia (Debate, 2024).
Quian Quiroga navega entre neuronas, no tiene móvil porque sabe que no hay nada más beneficioso para la mente que el aburrimiento y es un extraño ejemplo de alguien que aterrizó en las neurociencias desde una formación inicial en física y matemáticas.
“¿Qué aportamos la gente de ciencias duras al estudio del cerebro?
Hay ventajas y desventajas. Entre estas últimas, las más claras son que los físicos tenemos repuestas interesantísimas a preguntas que a nadie le interesan, que no parece que sirvan para nada práctico. Pero también hay una ventaja: poseemos un bagaje de herramientas y métodos matemáticos que nos permiten descubrir nuevos hallazgos. Y así fue como terminé por ver neuronas que nunca nadie había visto”
Si las neuronas concepto o neuronas de Jennifer Aniston son las que nos hacen ser humanos y nos distinguen del resto de los animales, ¿en qué consiste exactamente nuestra peculiaridad como especie?
Si no son las únicas, sí son uno de los componentes fundamentales que nos hacen ser humanos. Y me arriesgo a afirmar que no existen en ninguna otra especie. Lo que venimos demostrando en mi laboratorio desde hace varios años es que las neuronas concepto son la base del almacenamiento de recuerdos, los pilares de nuestra memoria. Y, por tanto, la peculiaridad del razonamiento humano consistiría en que tendemos a pensar en términos de conceptos. Cuando usted forma recuerdos y basa sus pensamientos en abstracciones como “caballo”, al margen de si el caballo es blanco o negro, el nivel de partida ya es muy elevado. Argumento que esto nos permite dejar de lado los detalles, enfocarnos en lo esencial y poder generar lo que llamamos metacognición.
Si hay una neurona de Jennifer Aniston, ¿también hay una neurona de Taylor Swift? ¿O de Javier Milei? Quiero decir, ¿disponemos de una neurona en concreto por cada concepto?
Si existe una neurona de Jennifer Aniston, tiene que haber otras miles. Lo que nosotros descubrimos y publicamos fue que las neuronas tienden a responder a cosas que son importantes para los sujetos de estudio, asuntos para los que estos sujetos formarán “memoria”. En el cerebro de un profesor de matemáticas hallamos una neurona que respondía al teorema de Pitágoras. Ahora, no encontramos esa neurona en una persona a la que no le interesen las matemáticas.
No se han encontrado neuronas concepto en ninguna otra especie animal. Arrancamos pues con una buena noticia: ningún simio superinteligente nos va a esclavizar.
¡Exactamente! (Risas). Discuto, de hecho, en mi libro El planeta de los simios, que no deja de contener una idea brillante: en algún momento del futuro, de repente, los simios se convierte en la especie dominante y subyugan a los seres humanos. ¿Sería esto posible? Creo que no, ningún simio superinteligente va a esclavizarnos. En el siglo XX se realizaron varios experimentos para intentar educar simios. Una familia adoptó por ejemplo a una cría de chimpancé y le educó igual que a sus hijos. ¿Qué observaron? Al principio, el chimpancé aprendía rápido, pero llegó un día en que se estancó, al mismo tiempo que el aprendizaje y la inteligencia del bebé humano se disparaban. En algún momento de nuestra evolución, en los últimos cien mil años, tuvo lugar un cambio radical en el funcionamiento del cerebro. Y probablemente estuvo relacionado con la aparición del lenguaje. El uso del lenguaje, del cual los simios carecen, reforzó el pensamiento abstracto.
En 2001 una odisea en el espacio, el ser humano vence a la máquina y logra desconectar a HAL. ¿Podremos desconectar a ChatGPT si se nos va de las manos?
2001 plantea una pregunta fascinante en estos tiempos de la Inteligencia Artificial para la que no tenemos respuesta. ¿Algún día la IA tomará conciencia de sí misma? Es lo que ocurre también en Terminator cuando Skynet despierta. ¿Qué hace falta para que una máquina tome conciencia de sí misma? Le respondo: no tenemos la menor idea. Pero si esto llega a ocurrir, no creo que fuera sencillo desconectarla. En cualquier caso, ChatGPT aún está muy lejos de convertirse en una inteligencia artificial general. No digo que tal cosa sea imposible. Tal vez lo logremos en el próximo lustro. Ahora bien, si conseguimos una inteligencia general, mi intuición me dice que será necesariamente consciente, se “despertará”
Pero hay una parte de la teoría de la mente encarnada por filósofos como Dave Chalmers que defienden que hay algo irreductible en nuestra conciencia que aún no entendemos, el llamado problema difícil. Nunca lograremos replicarla. Y, por tanto, la IA general es imposible. ¿Existe una zona de sombra en la comprensión de la conciencia que no lograremos iluminar?
No estoy de acuerdo, eso sería tirar la toalla demasiado temprano: no puedo explicarlo hoy y, por lo tanto, nunca tendrá una explicación. Los científicos nunca decimos “nunca”. Pero vayamos al argumento en sí. ¿Por qué nos cuesta tanto entender la conciencia? Probablemente porque seguimos presos de la trampa del dualismo cartesiano. Nos preguntamos cómo las neuronas del cerebro generan la sensación del olor de la rosa…
Los qualia
Exacto. Pero, ¿y si no hay qualia? ¿Y si es lo mismo? Es como si yo preguntara: ¿cómo es posible que el movimiento cinético de las partículas haga subir la temperatura? ¡Pero si es el mismo fenómeno explicado de dos maneras distintas! Atrevámonos a ser radicales y a aceptar que, en los últimos veinte años, la filosofía ha cambiado para siempre. Me arriesgo a decir que el llamado problema difícil de la conciencia, en realidad, no es ningún problema. La filosofía sigue teniendo un sentido pero ha cambiado. La gran pregunta ya no es la conciencia.
¿Y cuál es entonces la gran pregunta ahora?
Si antes era cómo las neuronas logran generar una sensación, la gran pregunta ahora sería qué cosa concreta debemos implementar en una máquina para volverla consciente. Y tal vez podamos responderla pronto.
La filosofía sigue teniendo sentido, de acuerdo. ¿Y la religión? Si la neurociencia no ha encontrado ninguna señal de que el cerebro humano haya sido diseñado por un creador, ¿podemos despejar a Dios de la ecuación?
Los científicos proporcionamos evidencias, nada más. Luego cada uno podrá elegir qué hacer con ellas. Ni afirmo ni niego la existencia de Dios. El lector puede sin problema incardinar mis conclusiones en una visión religiosa. Es cierto que en el siglo XIX Darwin le dio un mazazo terrible a la religión. De pronto, el ser humano ya no era la especie elegida. Pero alguien podría decir, sin negar a Darwin, que, en algún momento de nuestra evolución, Dios intervino para hacernos diferentes. Tal vez Dios nos puso en el cerebro las neuronas de concepto que descubrí. Pero yo no me meto ahí, solo proporciono información.
¿Puede demostrarme que nuestros cerebros no están ahora mismo en realidad dentro de un frasco y vivimos en una simulación estilo Matrix?
Creo que sí podemos demostrar que nuestros cerebros no están ahora mismo dentro de un frasco. Hay dos argumentos al respecto. Por un lado, Wittgenstein y su hipótesis del lenguaje privado: si mi cerebro estuviera aislado dentro de un frasco, nunca podría aprender nada, no podría contrastar la información de mi memoria con nadie. Y, en segundo lugar, tenemos a Dennett con una argumento tan pragmático como genial. Si la realidad fuera una simulación, el nivel de sofisticación que necesitaría tal simulación sería inconcebible y probablemente imposible.
En Origen, Desafío total o Hasta el fin del mundo, se manipulan sueños y recuerdos en mentes ajenas y defiende en su libro que es algo perfectamente posible en un futuro próximo.
¡Ya lo hacemos! Lo que era ciencia ficción hace unos años, es ciencia hoy. El MIT, por ejemplo, ha logrado estimular las neuronas de un ratón para generar una memoria falsa, para que recuerde algo que nunca ha vivido. Ya vivimos en Desafío total.
En el siglo XX la física cuántica o la teoría del caos liquidaron la idea de un universo determinista… salvo para los neurocientíficos. Ustedes siguen pensando que el ser humano está determinado y el libre albedrío no existe.
Sigamos el hilo de su argumento. La mecánica cuántica liquida la idea de un universo determinista. De acuerdo. Y si el universo no es determinista, ¿qué es? ¿Puro azar? ¿Es esa la libertad que usted quiere? ¿Le alegra pensar que, cuando toma una decisión, lo que ocurre es que su cerebro tira un dado a ver qué sale?
No mucho
Lo que nos gusta del libre albedrío es, de nuevo, la trampa del cartesianismo, pensar que tenemos una mente autónoma que decide, manda una orden al cuerpo y este ejecuta. ¿Pero qué es esa mente autónoma? Sabemos que los efectos cuánticos en el cerebro son despreciables. Las neuronas se disparan o no por una serie de procesos complejos completamente determinados. ¿Dónde cabe entonces el libre albedrío? Tal vez podría salvarlo la teoría del caos, cierta impredecibilidad. Yo puedo saber, monitorizando su cerebro, que va a levantar la mano derecha unos segundos antes de que decida levantarla. Esto ya lo han demostrado varios experimentos. Ahora, una cosa es predecir que usted va a levantar la mano y otra si va usted a dejar a su pareja. Esa imprevisibilidad es precisamente la que permite que la ilusión del libre albedrío funcione.
Si mañana un avance tecnológico permite descargar mi conciencia en un disco duro, ¿seguiría siendo yo?
No, lo que se descargue en ese disco duro no sería usted. Esa es una de las grandes nuevas preguntas de la filosofía. El gran Derek Parfitt reflexionó mejor que nadie sobre la identidad personal. Planteaba, por ejemplo, el asunto del teletransporte que podemos ver en Star Trek. Imagine que ahora mismo aprieta usted un botón y aparece en Marte. Pero, debido a una avería, aparece en Marte y, a la vez, sigue estando en la Tierra. ¿Cuál de los dos es? Existe una gigantesca paradoja en la identidad, en aquello que somos. Lo que yo propongo es que la paradoja tal vez pueda resolverse si aceptamos que no hay un solo yo, sino varios.
¿La lucha científica para vencer a la muerte es una nueva religión o sólo otra estúpida manera de plantar cara a la segunda ley de la termodinámica?
Mire, por eso la filosofía sigue siendo necesaria. Si a usted le criogenizan como en Abre los ojos, si le congelan el cerebro y dentro de 500 años la tecnología es capaz de resucitarle… ¿seguiría siendo usted? ¿Como si se despertara de un sueño? ¿Qué significa estar muerto? Hace dos siglos, se consideraba que alguien había muerto cuando se le paraba el corazón. Hoy no, podemos resucitar a un paciente un par de minutos después de que se le pare el corazón. Pero tenga clara una cosa, si le resucitan dentro de quinientos, usted no va a ver por los ojos de esa persona.
Agencias