El emirato continuará ampliando su soft power internacional a través de la organización de eventos deportivos y habrá avanzado en un blanqueamiento en el que participa todo occidente
NotMid 17/11/2022
EDITORIAL
La reputación del fútbol internacional nunca estuvo tan manchada como cuando la FIFA anunció en 2010 que Qatar se convertiría en el país anfitrión del Mundial de 2022. Más allá de la sombra de la corrupción que planeó sobre 22 de los dirigentes que participaron en aquel proceso, en ninguna cita reciente mundialística el imperio del dinero se ha impuesto tan burdamente sobre los valores individuales y colectivos que debe representar el deporte. Se escogió como sede a un país-Estado en el que se violan los derechos humanos, acusado de financiar a grupos yihadistas y donde no existía ningún criterio deportivo de peso, al contrario: los 50 grados de temperatura que se alcanzan en verano suponían condiciones inhumanas para los futbolistas y jugar en invierno ha partido la normalidad de las competiciones nacionales. Pese a todo, una autocracia arábica, donde no hay derechos políticos ni libertades civiles, salió ganadora de un concurso en el que competía con Australia, EEUU, Corea del Sur y Japón.
Los petrodólares se impusieron al sentido común y a la dignidad del ser humano. Qatar, gracias a poseer la tercera reserva del mundo de hidrocarburos, ha pasado en escasas décadas de ser un pequeño enclave de pescadores y camelleros en el golfo pérsico a convertirse en el país con mayor renta per cápita del planeta. Mientras tanto, la vulneración de los derechos humanos que deriva de la aplicación de la sharia, la ley islámica, continúa imperando: una discriminación sin límite contra la mujer y la persecución de la homosexualidad. A ello se le suma la explotación laboral, por mucho que sus dirigentes presuman de haber modificado el marco normativo para eliminar el conocido kafala -un sistema feudal que regía el mercado laboral hasta escasos años-. The Guardian publicó que entre 2010 -fecha en la que se anuncia Qatar como sede- y 2020 han muerto 6.500 trabajadores en las obras del Mundial. Amnistía Internacional elevó la cifra a más del doble. Y las jornadas de trabajo de 12 y 14 horas al día se pagan a 400 euros al mes.
La hipocresía se extiende por todos los sectores. También entre quienes lanzan críticas pero no se bajan del torneo. En el plano político incluso el ministro de Exteriores británico pidió a los ciudadanos homosexuales respeto hacia las leyes de una tiranía. Los 220.000 millones que se han invertido en el Mundial son la razón de esta violación ética y moral. Mientras dure la competición, veremos a un Qatar convertido en un espacio de semi tolerancia ficticia, que desaparecerá cuando la selección ganadora levante la copa. El emirato continuará ampliando su soft power internacional a través de la organización de eventos deportivos y habrá avanzado en un blanqueamiento en el que participa todo occidente: desde los políticos a los empresarios hasta los propios futbolistas.