Fue el puente providencial que unió Rusia al mundo libre, acercando la democracia a millones de personas que jamás la habían conocido, hasta que llegó Putin
NotMid 01/09/2022
OPINIÓN
Frente al abuso sistemático del adjetivo histórico se alza la dimensión incuestionable de Mijaíl Gorbachov, uno de esos pocos hombres a quienes verdaderamente les es dado cambiar el curso de la historia. Incluso aunque no lo pretendieran. La trayectoria política del último presidente de la URSS arroja incalculables lecciones sobre la capacidad de un solo hombre para influir en el rumbo del mundo, pero también revela toda la impotencia de la política doctrinaria para regir a voluntad el destino de los pueblos sometidos cuando les llega la hora de la libertad. Porque Gorbachov jamás se propuso dinamitar el régimen totalitario en el que había nacido, crecido y medrado como leninista devoto que era; sencillamente hizo lo que hacen los mejores estadistas: recorrió su país, observó el sufrimiento de los rusos y decidió finalmente anteponer el bienestar a la ideología.
El último líder soviético deseaba reformar el sistema comunista para que funcionara mejor, para evitar el inevitable colapso al que conducían la mentira como norma, la represión como sistema y la negación de la propiedad como medio de subsistencia. Gorbachov se dio cuenta tarde de que su intento de reformar el comunismo introduciendo en su seno el aperturismo de la perestroika y la transparencia de la glasnost equivalía a sabotear sus cimientos totalitarios, corroídos ya por décadas de miseria, corrupción, crimen y desmoralización.
Pero si por fortuna se equivocó en el objetivo, destruyendo lo que quería conservar, tuvo la lucidez ética de acertar con los medios. Flexibilizó las entradas de extranjeros y las salidas de rusos, permitió mayor libertad de prensa, retiró las tropas que habían invadido Afganistán a un coste insoportable en vidas, renunció a enviar los tanques contra las repúblicas bálticas cuando declararon su independencia, redujo su arsenal nuclear, replegó a muchos soldados desplegados por sus antecesores en los países satélites, trató de introducir elementos liberales en la economía mediante incentivos a la productividad agraria, se reunió cordialmente con Reagan y Thatcher, alcanzó acuerdos.
Acercó, en suma, la dictadura comunista al Occidente democrático cuya prosperidad envidiaban los rusos. Fue el puente providencial que unió Rusia al mundo libre. Tras su dimisión, con la URSS descompuesta y Rusia sumida en el caos, una promesa de libertad se abría para millones de personas que jamás la habían conocido. Pero unas élites corruptas malograron la transición en marcha, en mitad de fuertes turbulencias económicas. Y ahí llegó Putin.
Todos los líderes democráticos han lamentado su muerte y elogiado a un Nobel de la Paz tan merecido. Y los extremistas que odian el capitalismo y la democracia liberal (mientras disfrutan de sus ventajas) han reaccionado con tibieza a la noticia, empezando por un Putin que siempre lamentó la caída de la URSS y que ha hecho todo lo contrario que Gorbachov: alejar a los rusos de la democracia, reprimirlos, enviarlos a invadir países vecinos, engañarlos con empresas ideológicas que solo conducen a la destrucción mutua.
Ojalá la lección de Gorbachov inspire un día al sucesor del sátrapa de Moscú para devolver la paz a Europa y la meta del progreso en libertad a la sociedad rusa.