NotMid 24/10/2023
OPINIÓN
ARCADI ESPADA
La razón de las decisiones que se toman es uno de los asuntos más difíciles de la política contemporánea. En Argentina acaba de ganar las elecciones el hombre que encarna como nadie la inflación, la pobreza y el caos económico del país. Es casi seguro que todo ello ha importado menos que su rostro agradable y su hablar empático, virtudes objetivas subrayadas por su rival Milei, hasta tal punto encarnación monstruosa del populismo, que ha conseguido dar al sorprendente Massa -populista de estirpe- el aire liofilizado de un socialdemócrata. Las decisiones políticas de la mayoría dependen del llamado Sistema 1 del cerebro que Daniel Kahneman describió «como el que sin esfuerzo genera impresiones y sentimientos que son las fuentes principales de las creencias explícitas y las elecciones deliberadas». El mentón y la sonrisa del presidente Sánchez son, quizá, los responsables de que pueda seguir gobernando. Y eso a pesar de que la imagen de competencia y confianza que esos dos rasgos físicos transmiten haya sido tajantemente desmentida por sus hechos, porque por suerte o por desgracia esos rasgos no predicen la conducta de su poseedor, ¡aunque son eficazmente capaces de disculparla!
La influencia del rápido y, por así decirlo, irracional Sistema 1 no afecta solo a los votantes, sino también a los propios actores políticos. De ello es un ejemplo majestuoso la negociación entre el prófugo Puigdemont y el presidente del Gobierno. El que esta frase haya podido escribirse -negociación entre un fuera de la ley y un presidente del Gobierno- valdría para predecir su resultado, porque el prófugo ya ha ganado mucho más con ella de lo que pudo soñar en el largo reuma de Waterloo. Pero hay otros dos asuntos fundamentales: el dinero y la capacidad de erosión política. Sobre el primero no hace falta extenderse, porque en España todo el mundo sabe lo que significa caixa, cobri. Es el segundo el que realmente importa para el nacionalismo. Fracasada, y por muchos años, cualquier posibilidad de insurrección, al nacionalismo solo le queda como opción el golpe palaciego, homeopático y a veces invisible. Nada esencialmente distinto de lo que practicó tantas veces Jordi Pujol, pero elevado de potencia gracias a la inverosímil circunstancia política española. Los dos actores de esta negociación solo pueden sacar beneficios del acuerdo, y ruina de su improbable fracaso. Pero el fracaso no cabe descartarlo del todo, porque Puigdemont es un político catalán de los pies a la cabeza -entre el complot de Prats de Molló y la independencia ocho segundos erecta hay una nación en pie de página-, enteramente regido por el Sistema 1 y su primitivismo automático, tamborilero y feroz.