NotMid 10/04/2022
EDITORIAL
Tan solo unos meses después de la aprobación de la reforma laboral, el Gobierno habla ya de una «transformación acelerada» del mercado de trabajo tras el reciente aumento de los contratos indefinidos. Nada más falso. En realidad, las estadísticas sólo reflejan el resultado previsible del cambio en la denominación de los contratos impuesto por la ley. En efecto, los nuevos 513.677 contratos indefinidos de marzo responden a que ese es el modelo de contrato ordinario con el que ahora se accede al mercado de trabajo. Pero son cifras que en modo alguno constatan el principio del fin de la precariedad laboral pues, se llamen como se llamen, se trata de contratos de barata resolución durante los dos primeros años.
Convertir la contratación en indefinida por decreto supone un burdo ejercicio de maquillaje enfocado a la propaganda, adjetivando como de calidad un empleo que no lo es, puesto que de indefinido solo tiene su semántica. El máximo exponente del embuste son los llamados «fijos discontinuos» -antes, «de obra y servicios»-, que se erigen en los nuevos contratos coladero del empleo precario y, al tiempo que falsifican la cifra de indefinidos al alza, perpetúan la lacra de los contratos ultracortos. En el colmo de la paradoja, hay más contratos indefinidos pero estos tienen una duración más corta que nunca antes. Quizá esta reforma laboral era la única posible con este Gobierno, pero es inadmisible su querencia por los anuncios triunfalistas en lugar de enfocarse en diseñar un marco seguro para crear empleo de calidad.