“Si todas las polémicas que salpican al Gobierno forman parte de una lucha global por defender la democracia, ¿cómo reprocharle que recurra a métodos poco ortodoxos?”
NotMid 10/02/2025
OPINIÓN
DAVID JIMÉNEZ TORRES
A veces, los árboles nos impiden ver el bosque. En otras ocasiones, se habla del bosque para que no reparemos en el estado calamitoso de algunos árboles. Así ha ocurrido con la investigación al fiscal general del Estado. El oficialismo lleva meses situando las polémicas que rodean al Gobierno en un contexto global: las democracias están amenazadas por el auge de la internacional reaccionaria, la tiranía del algoritmo nos vuelve más vulnerables a los bulos, asistimos a un ataque sin precedentes de la “jauría ultra” y de intereses económicos que influyen en los medios y la judicatura, etc. Una espesa hojarasca argumental que, sin embargo, no dice nada sobre las cuestiones concretas que llevan a muchos a cuestionar el comportamiento de García Ortiz y su idoneidad para seguir en su puesto. Por ejemplo, por el hecho de que se encuentra imputado por una presunta revelación de secretos que habría afectado a una rival política del Gobierno. O por su negativa a responder a las preguntas del juez que instruye el caso. O por su decisión de borrar todo rastro de sus comunicaciones durante las fechas que se están investigando; decisión que, como ha revelado la UCO, tomó el mismo día en el que el Supremo le abrió una causa por todo aquello. Como ha escrito Rafa Latorre, cuesta sobreponerse a la imagen de todo un fiscal general comportándose como un vulgar caco.
Las defensas que se han venido haciendo de García Ortiz operan en dos niveles. En primer lugar, se sostiene que él no fue responsable de la revelación de secretos. Pero luego se utilizan argumentos que vienen a indicar algo distinto: si lo hizo, fue por un buen motivo. Era necesario “desmentir un bulo”, dicen; el propio García Ortiz declaró que “la mentira nunca puede ser un secreto”. Argumentos sorprendentes, y no solo porque un fiscal no debe sugerir que el fin justifica los medios; es que cuesta creer que la precisión de algunos detalles sobre la situación fiscal de la pareja de una presidenta autonómica merezca semejante grandilocuencia. Pero ahí es donde entra la hojarasca sobre la defensa de la democracia. Decir que García Ortiz actuó para desmentir un bulo adquiere un significado particular cuando se está afirmando, al mismo tiempo, que nuestras democracias están siendo amenazada por los bulos. Del mismo modo que negarse a responder a las preguntas del juez cobra un sentido específico cuando se ha naturalizado la idea de que el Gobierno es víctima del lawfare.
Ricardo Dudda señaló hace tiempo que el sanchismo se ha especializado en tomar problemas reales -como la desinformación o el avance de los autoritarismos- y utilizarlos de forma distorsionada e interesada, sobre todo cuando se encuentra en una situación embarazosa. Así, si todas las polémicas que salpican al Gobierno forman parte de una lucha global por defender la democracia, ¿cómo reprocharle que recurra a métodos poco ortodoxos? ¿Cómo criticar que juegue un poco sucio? Se intenta tapar, así, todo un patrón de conducta que va desde los casos de García Ortiz y Begoña Gómez hasta la colonización de las instituciones y la amnistía a Puigdemont. La hojarasca intenta cubrir todas las vergüenzas. Y se llega a un punto en el que, como dijo Orwell, se necesita un esfuerzo constante para ver lo que tenemos delante de las narices.