Los rumores de crisis de los príncipes de Gales se disparan en medio del peor trance de la Corona británica en muchos años. El ‘Photoshopgate’ hace saltar por los aires la estrategia de extrema opacidad de Kensington.
NotMid 16/03/2024
RESTO DE EUROPA
“Ni por asomo me paso las noches soñando con ser rey”. Es una frase que el príncipe Guillermo repetía en su entorno hace años, saliendo al paso de las críticas que algunos medios le dirigían por el desapego que parecía mostrar por las funciones como miembro tan destacado de la Corona. “Si no te andas con cuidado, las obligaciones de la realeza pueden quemarte antes de tiempo“, añadía.
Los biógrafos del primogénito de Carlos y Diana coinciden en que, por su carácter, probablemente su anhelo más profundo haya sido siempre el de haber podido ser un ciudadano anónimo. Y, presumiblemente también, hoy le cause más pesar que otra cosa el ver cómo sin embargo se acerca el momento de ocupar el trono más importante del globo.
Y no va a ayudarle a avanzar en su travesía el hecho de estar suspendiendo en su primera gran prueba de fuego como heredero. Porque la crisis reputacional y de imagen que zarandea estos días a la Monarquía británica, con el photoshopgate como punta del iceberg, tiene como protagonista señalada a Kate, la etiquetada hasta ahora princesa perfecta, pero en realidad como máximo responsable a él, que en meses tan duros para la institución se está mostrando incapaz de dar la talla como futuro rey.
La polémica de la foto manipulada de Kate junto a sus tres hijos, que pone en cuestión la credibilidad de la familia real británica, es la gota que colma el vaso de la paciencia de la opinión pública y publicada en el Reino Unido por la opacidad informativa del palacio de Kensington, sede oficial de los príncipes de Gales, sobre asuntos de tanta trascendencia como la salud de la esposa del sucesor. Pero no estamos sólo ante una indudable pifia, ante un monumental error por el que la misma princesa Kate pidió insólitas disculpas a través de las redes para tratar de rebajar el suflé del escándalo.
Lo ocurrido evidencia que al primogénito del rey y a su mujer se les ha acabado volviendo en contra como un bumerán el desesperado intento -que viene de muy lejos- por tratar de defender a capa y espada una inmensa parcela de privacidad como si fueran ciudadanos anónimos, pretensión tan incompatible con la necesidad que las monarquías tienen en el siglo XXI de extremar la transparencia -en todos los niveles-, junto a la ejemplaridad en los comportamientos, para su supervivencia.
Era naive, y era absurda, la pretensión del palacio de Kensington de mantener el cerrojazo absoluto durante al menos tres meses sobre algo que tiene tanto interés como qué le pasa a Kate. Y, con la difusión de la foto fake con motivo del Día de la Madre, sólo ha pasado lo que tenía que pasar. No bastó para mantener a los medios apaciguados un poco más de tiempo. Por el contrario, abrió la caja de Pandora que ha venido a confirmar que algo verdaderamente serio -sea lo que sea- le sucede a la princesa, y quién sabe si al matrimonio en su relación de pareja, lo que es más trascendente para la institución.
La falta de transparencia, el empecinamiento en el oscurantismo y en refugiarse en la opacidad, han abierto la veda a que se difundan todo tipo de rumores, incluidos los más marcianos. Y ello daña la imagen de la Corona. La errática estrategia informativa y de imagen del propio Guillermo le convierte en uno de los culpables de que el foco de la opinión pública vuelva a centrarse -con fundamento o sin él- en sus supuestas infidelidades y que acapare otra vez titulares Rose Hanbury, la mujer que ya en un pasado no lejano apareció como posible amante del príncipe. Se estudiará todo lo que está ocurriendo como uno de los más garrafales desaciertos de comunicación de una gran corporación, como es la Monarquía, en el siglo XXI.
Las alarmas saltaron el 17 de enero. Ese día, Kensington anunció a través de un comunicado oficial que la princesa de Gales había sido intervenida quirúrgicamente por una cirugía abdominal planificada. Se añadió que iba a necesitar una larga recuperación que la mantendría fuera de la actividad pública hasta pasada Semana Santa. El primer error fue no dar una información más concreta sobre el estado de salud, hasta el punto de que fueron tantas las especulaciones en medios de todo el mundo que Palacio se vio obligado a salir al quite para desmentir que se tratara de un cáncer. Pero igualmente fallido ha sido no facilitar periódicamente algún detalle -y no digamos ya imágenes- que tranquilizaran sobre la evolución de la princesa.
DIFERENCIAS CON EL REY
Máxime porque la estrategia de Kensington ha chocado de plano con la de Buckingham -la falta de sintonía entre el equipo del actual rey y el de su primogénito también es legendaria, y muy preocupante-. Y es que aquel mismo 17 de enero se informó de que Carlos III padece cáncer y de que iba a ser igualmente operado. Desde entonces, sobre la salud y la evolución del monarca hay mucha más transparencia que en ningún otro momento en la historia de la Corona. Por ello, pese a que el rey no haya vuelto a acudir a actos con público, no se dejan de difundir videos e imágenes, incluidos paseos en los que se le ha visto asistir a servicios religiosos, que calman acerca de su estado.
Kensington dejó claro que Guillermo también se iba a apartar unos días de sus compromisos de trabajo para centrarse en la recuperación de su mujer y en los cuidados de sus tres hijos. Una decisión que inicialmente fue aplaudida por la ciudadanía. Pero, de nuevo, su obsesión por la privacidad le llevó a cometer otro gran error, como destacaría cualquier profesional del campo de la imagen y de la gestión de crisis institucionales. Y es que durante las dos semanas largas que Kate permaneció ingresada en The London Clinic, el príncipe sólo se dejó ver una vez acudiendo a visitarla.
Nada hubiera sido más lógico que haber visto a Guillermo en incontables ocasiones en el hospital, como habría hecho cualquier ciudadano normal -eso que él anhela tanto-. Pero es que, además, el Heredero acabó estando prácticamente tres semanas sin asumir compromisos de Estado, cuando su padre, el rey, había quedado fuera de juego por el cáncer, y de pronto era la reina Camila -paradojas de la Historia- la única sobre la que descansaba el peso de la Corona. Por seria que fuera la situación de Kate, ningún futuro rey puede hacer tal dejación de funciones en un momento tan delicado para la institución sin que se resienta su imagen, sobre todo si se pretende transmitir calma y no tensión máxima.
Tampoco fue suficientemente eficaz la vuelta al trabajo de Guillermo ya en febrero. Por un lado, por la pobreza de su agenda oficial, con contados actos en las últimas semanas y en general de un perfil muy bajo, cuando toda la atención se centra en él como el imprescindible revulsivo para que la convalecencia del rey afecte lo menos posible a la Corona.
Y, por otro, por episodios como el de su incomprensible ausencia en la misa de acción de gracias en memoria de su padrino, el rey Constantino de los Helenos, en Westminster -a tiro de piedra de su residencia-, anulando su asistencia que estaba ya confirmada apenas una hora antes del acto, sin más explicaciones oficiales, dando pábulo una vez más a la rumorología tan dañina.
Guillermo fue en su juventud maliciosamente bautizado por los tabloides como el príncipe con desgana. Eran los tiempos en los que parecía más preocupado por encontrarse a sí mismo que por aprender el oficio de rey. Su entorno asegura que fue inmensamente feliz durante los dos años que pilotó ambulancias aéreas porque el trabajo la permitía probarse que era alguien por sí mismo. Desde su adolescencia, tras la traumática muerte de su madre, Diana de Gales, desarrolló una gran aversión por los paparazzi. Y también una lucha por su derecho a la privacidad que mantiene hasta hoy.
Su matrimonio con Kate Middleton le asentó como sucesor del Heredero. Y el gran cambio se produjo ya en 2017 cuando, con una reina Isabel II ya muy mermada de fuerzas, el matrimonio se mudó desde Norfolk a Londres y asumió una gran carga de responsabilidades, en un reparto con el entonces príncipe de Gales, Carlos, quien tomó de verdad las riendas de la institución. Pero ahí comenzó también el choque entre los equipos de padre e hijo, con estrategias de comunicación y visiones de la institución enfrentadas.
En verano de 2022 -poco antes de morir la reina-, Kensington fichó a Lee Thompson, ex empleado de la cadena NBC, triatleta y experto en comunicación, como nuevo responsable de Comunicación de los príncipes Guillermo y Kate, con el encargo de que diseñara una estrategia para mejorar su imagen pública. Y no es que no fueran los dos Windsor más populares entre la ciudadanía sólo por detrás de Isabel II -en la actualidad mantienen el respaldo más amplio entre los Windsor-, sino que habían sucedido episodios tan lamentables como su visita a las naciones de la Monarquía en el Caribe en la que todo habían sido fallos para su proyección. Y aún estaría por venir el gran escándalo por el libro de memorias de Harry.
Guillermo vuelve a estar necesitado de un giro de guion que le saque de este annus horribilis. Más allá de lo que sea que le suceda a su esposa, el príncipe no puede dormirse en los laureles si quiere ser percibido como un Heredero preparado para asumir las riendas del Reino en cualquier momento.
Agencias