El Tribunal Supremo de Justicia ratificó los resultados ficticios del pasado 28 de julio, como era previsible. El error de evaluar las acciones del dictador con ojos occidentales y republicanos.
NotMid 25/08/2024
OPINIÓN
LAUREANO PÉREZ IZQUIERDO
Nicolás Maduro tiene un espejo propio, a medida. No es un portal que lo conduzca a otras dimensiones o un reflejo en el agua que rebote la belleza de la que podría creerse propietario. De entre sus marcos reverbera la imagen imperturbable de otro dictador, lejano, brutal, impiadoso: Bashar Al-Assad. La falta de escrúpulos y la subsistencia en el poder los identifica. Pero sobre todo, es el apoyo de la Rusia de Vladimir Putin la que garantiza su perpetuidad.
En 2011 y bajo un contexto regional revolucionario -la Primavera Árabe- estalló en Siria una ola de violencia que pretendía terminar con la dinastía Al Assad, nacida en 1971 con el padre del actual regidor, Hafez Al-Assad. La respuesta estatal fue brutal y dio inicio a una guerra civil que se fue extendiendo en el tiempo hasta casi languidecer en la actualidad provocando más de 500 mil muertos -160 mil de ellos civiles- de acuerdo al Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH), una ONG con sede en el Reino Unido. También provocó una de las más masivas olas inmigratorias de la historia moderna: casi 7 millones de sirios debieron abandonar su país y buscar refugio en naciones vecinas y Europa, principalmente, de acuerdo a datos del ACNUR.
La Venezuela que derrumbaron Hugo Chávez y su secuela, Maduro, registra números similares en cuanto a destierro humano. De acuerdo a esa misma agencia de las Naciones Unidas 7,7 millones de venezolanos decidieron escapar del colapso político, económico, humanitario, social y moral que arrasó al país sudamericano bajo la bandera del Socialismo del Siglo XXI. Pero existe una diferencia fundamental en las causas de uno y otro cisma poblacional: en Siria una guerra intestina que involucró al estado, sociedad civil y grupos terroristas islámicos arrasó con la vida y el intento de supervivencia más básico.
Pero otro componente se filtró para evitar el colapso de Al-Assad y su régimen. Vladimir Putin salió a su rescate en diciembre de 2015 y el curso del conflicto se inclinaría definitivamente del lado del eterno aliado de Moscú, desde tiempos del padre del actual dictador, cuando era apoyado por la Unión Soviética. Las tropas rusas -sobre todo su fuerza aérea- bombardearon y desolaron grandes extensiones urbanas sin ahorrar en explosivos e incluso bajo denuncias por el uso de armas químicas. Tampoco se detuvo a preguntar la filiación política y otro civil. La limpieza rusa en tierra siria fue absoluta. Para ello, el Zar dispuso de los servicios de Alexander Dvornikov, un general conocido como “el carnicero de Siria” por su escasez de criterio humano, y quien años más tarde cumpliría funciones en la invasión a Ucrania.
Esto le permitió a Putin ser un barón dentro de Siria y convertirse en el garante que Al-Assad necesitaba para no caer de su trono. Rusia, junto a Irán y el grupo terrorista Hezbollah, fueron los refuerzos militares que sostuvieron al régimen. Moscú consiguió mejorar y ampliar sus bases navales y aéreas en el país, en el cual permanece con plenos derechos hasta tiempo indeterminado. El dictador sirio sabe que su suerte hubiera sido otra sin la brutalidad rusa.
A ese soporte, Al-Assad sumó también a China. El 21 de septiembre de 2023 retribuyó su solidaridad y visitó Beijing por primera vez en 20 años. Claro, el régimen conducido por Xi Jinping tenía un interés compartido con Damasco: reconstruir las ciudades arrasadas por fuego ruso. “Socios estratégicos”, se llamaron entre sí. Los intereses económicos y políticos del Partido Comunista Chino (PCC) no se detienen en antecedentes.
Es, además, sumamente curiosa la intimidad que une a Al-Assad con Putin y Xi; parecería más fuerte ese vínculo que el que debería tener el sirio con su población. En julio de 2020 tanto Rusia como China vetaron ante el Consejo de Seguridad de la ONU el envío de ayuda humanitaria de alimentos y medicina para centros de desplazados y hospitales que hubieran significado la diferencia entre comer y morir de hambre para millones de sirios. En ese entonces, Sherine Tadros, directora de la oficina de Amnistía Internacional ante ese organismo internacional lo puso en estos términos: “Que Rusia y China hayan abusado de su prerrogativa de veto es deleznable y peligroso”.
Los dictadores de Siria y Venezuela, Bashar Al-Assad y Nicolás Maduro, durante una reunión en Damasco, en 2019 (SANA)
Quizás alguien recuerde el bloqueo que la dictadura chavista hizo de la ayuda humanitaria que debía llegar por las fronteras desde Colombia y Brasil en febrero de 2019. En esas fechas -en las cuales Juan Guaidó había sido electo como Presidente encargado- el veto fue dictado exclusivamente por Maduro, pero tanto Rusia, como Irán y China apoyaban y abrigaban al dictador de Miraflores.
Como antes Chávez, Maduro profundizó sus lazos con Damasco durante sus años al frente del estado. Mientras masacraba a su propia población, se solidarizó siempre con Al-Assad. Festejó el ingreso de tropas rusas e iraníes en Siria y la ayuda que China podría proveerle “contra el imperialismo de Estados Unidos”. El chavista lo visitó varias veces en la histórica capital.
Tan fuerte y perdurable es ese lazo, que en mayo del 2023 un avión comercial de la aerolínea venezolana Conviasa reinauguraba la ruta Caracas-Damasco una vez más. Esos llamativos vuelos representan un desafío intelectual para los académicos del comercio y el marketing por su falta de rentabilidad. A menos que la ausencia de pasajeros que completen las cabinas sea compensada con algún otro cargamento o encomienda. Preguntas que flotan en el aire.
Los guiños fueron frecuentes todos estos años. La correspondencia (irónica) entre Maduro y Al-Assad no cesó pese a la distancia y las crisis que atravesaron estos años uno y otro. En los últimos días de mayo de 2021 el dictador chavista felicitó a su par sirio por haber ganado unas elecciones presidenciales a las que calificó como una “ejemplar jornada democrática”. El régimen venezolano se adelantó en su mensaje quizás entonado por los dones de pitoniso del pope de Caracas: aplaudió al sirio antes de que se conocieran los resultados oficiales.
Al-Assad, un poco más prudente en los tiempos, esperó al día siguiente de los recientes comicios venezolanos para las salutaciones protocolares. La agencia oficial SANA repitió el comunicado: “Felicitaciones al pueblo amigo de Venezuela por el éxito del proceso electoral en la que expresó su adhesión a la soberanía y constitución de su país, y su voluntad libre e independiente, lejos de cualquier intento de injerirse en sus asuntos internos”. Quizás, ante la evidencia, al régimen sirio le haya parecido demasiado obsceno hacer referencia a algún tipo de “ejemplaridad democrática”.
Como Al-Assad, Maduro cuenta con el apoyo irrenunciable de Rusia y China, dos países sin fanatismos de representatividad soberana. También Cuba -que penetró todos las estructuras de gobierno y de defensa- es uno de sus sostenes. Esas autocracias lo sostuvieron en los momentos más críticos de su administración, cuando la calle se alzaba con furia, la presión internacional y las sanciones caían fuertemente y la brutalidad, la cacería política y la diáspora de millones se hacían tan evidentes como ahora.
En Medio Oriente, nada torció la voluntad de Putin de mantener en el poder a Al-Assad pese a las aberraciones cometidas contra la humanidad durante más de 13 años y de haber expulsado a millones de sirios para afianzarse como el amo consorte del país. En América Latina, unos cuantos votos de Edmundo González Urrutia contra su protegido no cambiarían el curso de la historia ni conseguirían doblegar al jefe de estado ruso.
El marco de ese espejo en el que Maduro se ve reflejado en su homólogo sirio es sostenido, fundamentalmente, por Putin.