La época de próspera estabilidad que comenzó con el fin de la Guerra Fría (‘Pax Americana’) ha terminado de golpe. La superpotencia que la impulsó ahora es contestada por China, Rusia, Irán y Corea del Norte. “A veces es preferible un mal guardia que ninguno”, advierten los analistas
NotMid 26/01/2024
MUNDO
El 18 de mayo de 1904 se produjo un incidente internacional en Tánger (Marruecos). Ese día, el empresario greco-estadounidense Ion Perdicaris, su esposa británica y su hijastro fueron secuestrados en su mansión por el líder bereber Ahmed El Raisuni. Aunque aquellos ricachones ni siquiera conocían a su captor, no se trataba de un mindundi: el gobierno local le consideraba un malhechor y la tribu que acaudillaba le veneraba como a un profeta. El periodista David Senter Woodman dijo de él que era «una combinación de Robin Hood, señor feudal y bandolero tiránico»
El asunto escaló rápido al ámbito de las cancillerías. Raisuni quiso mostrar al mundo que el sultán Abdelaziz era incapaz de garantizar la seguridad de los ciudadanos extranjeros en el reino. Estados Unidos reaccionó interpretando lo que había pasado como una amenaza, de modo que el presidente Theodore Roosevelt ordenó a su secretario de Estado que actuara. Siete acorazados de la Flota Atlántica fueron enviados ipso facto a la costa marroquí después de que Teddy dejara clara su postura en un mitin: «¡Perdicaris vivo o Raisuni muerto!»
Los cañones, por supuesto, facilitaron el rescate. El sultán accedió a las exigencias de su archienemigo -70.000 dólares en oro y el nombramiento como pachá de Tánger- y la familia fue liberada ilesa. Con el tiempo, Raisuni acabó siendo retratado como el feroz y a la vez seductor antihéroe al que Sean Connery prestó su barba en la película El viento y el león (1975), una libre adaptación del incidente. Con el tiempo también quedó probado que Roosevelt no se andaba con tonterías y que respondería a cualquier ataque contra la vida o los bienes de sus conciudadanos se produjese donde se produjese. La política que promovió desde el Despacho Oval se conoce como La doctrina del gran garrote (Big Stick), inspirada en un viejo proverbio africano que recomienda hablar bajito pero tener siempre a mano un buen palo como receta para prosperar en la vida.
El Big Stick, que un castizo compararía con nuestro as de bastos, reflejaba la voluntad de Roosevelt de mantener negociaciones con adversarios de dentro y fuera de su país. Eso sí, reservándose la posibilidad de dar un golpe en la mesa a capricho. Se entiende entonces que fuera el primer presidente de EEUU que envió a sus buques de guerra a patrullar el planeta de forma disuasoria. Así, con un secuestro un poco al tuntún en África, quedaba inaugurada la era del imperialismo estadounidense, que fue al siglo XX lo que fue el español al XVI.
Su consolidación como potencia hegemónica, sin embargo, no se produjo hasta el desenlace de la II Guerra Mundial y el uso del mayor garrote que ha probado la Humanidad en sus carnes: la bomba atómica. De las ruinas humeantes de Hiroshima y Nagasaki y, mas aún, de los cascotes grafiteados del Muro de Berlín, emergió la Pax Americana: la supremacía que EEUU ha alcanzado y mantenido en los cuatro puntos cardinales desde el final de la Guerra Fría gracias su proyección militar, económica e incluso cultural. Una posición dominante que ha logrado mediante iniciativas como el Plan Marshall, que se ha traducido en más de medio siglo de próspera estabilidad y que hoy está más discutida que nunca… cuando no dada por muerta.
«Poco a poco se ha ido deteriorando en la medida en que el orden mundial ha sido abandonado por ciertos actores y la gran potencia -Occidente en general- no representa ya ni siquiera a la mayoría de ese orden ni en términos de población, ni de riqueza, ni de influencia», explica por teléfono Félix Arteaga, investigador del Real Instituto Elcano. «EEUU es ahora un líder venido a menos. Por el desgaste que le ha supuesto tratar de resolver los problemas de seguridad global. Y también porque ha ido renunciando a ese papel de potencia benefactora a medida que los resultados no le han permitido mantener el esfuerzo o no se le ha reconocido. Eso explicaría el repliegue hacia dentro de la última generación de políticos e intelectuales».
Arteaga resume el actual pulso geoestratégico con la jerga del lenguaje deportivo: desafío al campeón. «Se han multiplicado los actores estatales que hacen de la disidencia una identidad», señala.
Hace unos días, el historiador Niall Ferguson declaraba en un hilo en la red social X y en un artículo en Bloomberg que la Pax Americana parecía «estar llegando a su fin». Y apuntaba a la tenaz labor de zapa de varios antagonistas de Washington en el progresivo desmantelamiento de la arquitectura que permitió la creación de instituciones como Naciones Unidas, el desarrollo del sistema interbancario Swift o la puesta en funcionamiento del GPS.
«Los futuros historiadores se maravillarán con todo esto. Para 2033, si no antes, parecerá obvio que la Pax Americana se enfrentó a un desafío bien coordinado por parte de China, Rusia, Irán y Corea del Norte a principios de la década de 2020. El primer paso fue la invasión de Ucrania. El segundo fue la guerra de los proxies [organizaciones militares no reconocidas oficialmente] de Irán contra Israel. El tercero probablemente será un desafío chino a la primacía estadounidense en el Indo-Pacífico, tal vez -si Xi Jinping es audaz- un bloqueo de Taiwán», enumera con preocupación a través de videollamada.
Ferguson es el historiador que más y mejor ha reflexionado sobre cómo EEUU se convirtió en hiperpoder. Desbancando de lo más alto del podio, por cierto, a su Reino Unido natal. Ha publicado Civilización: Occidente y el resto (2012), La gran degeneración: cómo decaen las instituciones y mueren las economías (2013) y Coloso: auge y decadencia del imperio norteamericano (2016), una trilogía de ensayos/autopsia -todos en Debate- que permite entender lo que está en juego ahora mismo.
Sin ir más lejos, el historiador y profesor en las universidades de Harvard y Stanford alerta de tres consecuencias «inmediatas» de un hipotético retroceso de las fuerzas armadas de Ucrania este año debido a la falta de apoyo del bloque euroatlántico. Es decir, de la demolición definitiva de la Pax Americana por acción u omisión. Y del encumbramiento del bloque que agrupa a las autocracias del Este, al que algunas voces del Partido Republicano y el primer ministro Netanyahu ya han saludado como «nuevo eje del mal».
«En primer lugar, más refugiados fluirán desde Ucrania hacia Europa. En segundo lugar, será aun menos probable que los inversores privados arriesguen su dinero en Ucrania. En tercer lugar, los gobiernos europeos tendrán que tomarse mucho más en serio su gasto en Defensa, con todos los obvios dolores de cabeza políticos que eso implica», resume el escocés.
Ferguson sólo se estaría equivocando en una cosa: no ha hecho falta que pase una década para que algún colega denuncie lo mismo que él. «Hoy existe una especie de alianza informal de dictaduras en Rusia, China, Irán o Venezuela que busca dinamitar la cultura europea y la norteamericana», subrayaba la historiadora Anne Applebaum hace una semana en La Lectura. «Lo hacen a través de la guerra de información, pero también de la real, como en Ucrania… Es parte habitual de nuestro paisaje y siempre habrá gente en nuestras sociedades que coopere con ellos e incluso los admire».
Si jugásemos a encontrar diferencias entre los tiempos actuales y los de los orgullosos antiimperalistas yanquis como Fidel Castro, Hugo Chávez o Sadam Husein -las últimas tres décadas y media- seguramente nos saldrían más de las siete de marras. La principal es que desde que la Unión Soviética hizo catacrack y hasta antes de ayer mismo, EEUU no había tenido enfrente a un adversario dispuesto a competir por la poltrona del liderazgo mundial. Ahora tiene enfrente a China, que provoca al gigante norteamericano dolores de cabeza por doquier. Seguramente en el Pentágono no habrá un sólo recluta que se no conozca al dedillo La trampa de Tucídides, la teoría del historiador y politólogo Graham T. Allison sobre las fricciones tectónicas entre superestados.
Según Allison, cuando la potencia emergente crece hasta retar a la potencia decadente, el resultado suele ser un enfrentamiento armado.
Por suerte, hay ejemplos recientes de justo lo contrario. EEUU y Reino Unido no intercambiaron un sólo disparo cuando se produjo el sorpasso. Los estadounidenses tampoco necesitaron recurrir al Big Stick para imponerse en los años 70 y 80 no a uno, sino a dos adversarios al mismo tiempo: militarmente a la URSS y económicamente a Japón. La autodestrucción de la primera y el desfondamiento del segundo frente a vecinos al alza como China, Corea del Sur y Taiwán le dejaron el camino expedito para convertirse en la primera potencia global de la Historia.
“Se han multiplicado los actores que hacen de la disidencia una identidad”
Desde entonces, sus portaaviones han garantizado la libertad de tránsito en los océanos y el suministro mundial de petróleo, su paraguas nuclear ha protegido incluso a países que no eran miembros de la OTAN y sus tropas han actuado como sheriff universal en la lucha contra el terrorismo. Además, Wall Street ha ejercido como puerto seguro para el capital, con el dólar afianzado como moneda de referencia, y Silicon Valley ha marcado la pauta en lo tecnológico tanto como Hollywood en lo cultural o la NBA en lo deportivo.
En resumen, la Pax Americana ha significado relaciones económicas estables garantizadas por tratados comerciales; medios internacionales de pago y crédito; estandarización de normas, pesos y medidas; una lingua franca (el inglés) para las transacciones de cualquier tipo…
Ése es concretamente el orden que hoy boquea casi a punto de estirar la pata.
En cualquier caso, en su desguace están operando otros factores al margen del crecimiento sin precedentes del 10% anual de China durante cuatro décadas, de su posicionamiento en sectores estratégicos clave y de su magnetismo como modelo de éxito para sistemas autoritarios de todo el mundo. Ferguson aludía en su artículo a tres déficits -económico, de mano de obra y de atención- que, como la carcoma, han ido mordisqueando el andamiaje interno de un imperio «que no se atrevía a pronunciar su propio nombre».
Tampoco hay que perder de vista la crisis del planteamiento neoliberal, pagano de la factura de la globalización; la erosión del derecho internacional o la ferocidad de la competición por los recursos que deben nutrir las transiciones verde y digital. Incluso la cara oculta de la Luna se ha convertido en territorio en disputa. Un contexto del que ha surgido una geometría variable de acuerdos y alianzas que contrasta con la unidireccionalidad de antaño.
“Asistimos a la consolidación del Sur Global como espacio de confrontación y liderazgo”
Por último está el aumento y la sofisticación del arsenal con el que poder hacer daño a quien decide las reglas del juego. Éste puede decretar un embargo unilateralmente o enviar a un comando de Navy Seals a una región hostil, como ha hecho durante décadas. Pero sus antagonistas pueden desestabilizar un proceso electoral con fake news o saturar la frontera con una oleada de migrantes. La llamada guerra híbrida contempla mil y una variantes.
«Hay muchos instrumentos que no son sólo de naturaleza diplomática», admite Arteaga cuando se le pregunta por dichos mecanismos de presión. «Una potencia, para serlo, tiene que disponer de todos estos instrumentos y en el mayor grado posible. Antes era muy fácil ser una gran potencia. España lo fue cuando gracias a la capacidad de navegación, la diplomacia y unos pequeños ejércitos podías moverte por el mundo. Esto ha cambiado y a EEUU le ha tocado cambiar».
«El declive del poder hegemónico de Occidente se empezó a incubar hace más de una década, con la transformación mediática y la emergencia de nuevos polos de influencia. Asistimos desde hace tiempo a la consolidación del Sur Global como espacio de confrontación y liderazgo», constata por correo electrónico Carme Colomina, investigadora del think tank CIDOB (Barcelona Centre for International Affairs). «La imagen más simbólica de este momento de expansión geopolítica la veremos en octubre, cuando los BRICS se reúnan en Rusia para formalizar su ampliación. Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica suman a su club a Arabia Saudí, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía e Irán. Juntos suponen el 46% de la población mundial, un 29% del PIB global e incluyen a dos de los tres mayores productores de petróleo del mundo».
Colomina atestigua que los viejos conceptos ya no sirven para explicar la hiperconexión y las nuevas dinámicas del interés estratégico. En el año 2020 había cuatro economías europeas entre las ocho más pujantes del mundo (tres de la UE, más Reino Unido); en 2050 ya sólo habrá una: Alemania.
No hay consenso a la hora de expedir el certificado de defunción de la Pax Americana.
Algunas voces consideran que la supremacía estadounidense comenzó a petardear en 1971, cuando el país dejó de convertir dólares en oro a un precio tal y como se había establecido en Bretton Woods. Otras opinan que los atentados del 11-S (2001) expusieron con crudeza su vulnerabilidad y su ocaso. Y otras ven en la precipitada salida de Afganistán en 2021 algo así como la última paletada de tierra sobre el ataúd.
Una campaña aérea liderada por estadounidenses y británicos bombardeó posiciones hutíes en Yemen -otros proxies iraníes en el cuello de botella del Mar Rojo- hace apenas unos días. La acción demuestra que la superpotencia no ha sucumbido del todo a «la tentación aislacionista», en palabras de la experta del CIDOB. O que sigue teniendo «reflejos, visión e instrumentos» y emplea su capacidad de acción «aunque esté en un proceso de paso atrás», según Arteaga.
«Aún se espera a ver qué hace o piensa EEUU, que está llevando a cabo una revisión de sus partenariados estratégicos con la idea de reducir el componente de disuasorio de introducción en asuntos internos o de supervisión de valores por una relación más pragmática, comercial, más equilibrada, con los socios de América del Norte (Canadá y México). También buscando democracia en América Central y del Sur, tratando de establecer arquitecturas de seguridad con los países árabes que le permitan no tener que acudir a apagar cada incendio y evitando una colisión con Irán que no ha sabido gestionar en las últimas dos décadas. Donde más se nota este giro es en relación a sus socios en el Pacífico», señala el investigador del Real Instituto Elcano a propósito de foros regionales de contención del expansionismo chino como Quad (EEUU más India, Japón y Australia) o Aukus (EEUU más Australia y Reino Unido). Nuestras casi antípodas representan la cesta donde Washington quiere poner ahora la mayor parte de sus huevos.
En El viento y el león, la película dirigida por el indómito John Milius en la que Sean Connery se presenta como un Curro Jiménez con turbante, el Roosevelt de la ficción reflexiona en voz alta diciendo: «El oso pardo es un símbolo del carácter americano. Fuerza. Inteligencia. Ferocidad. A veces un poco ciego y temerario… pero valeroso, sin duda. Y con una característica más: la soledad. Un oso vive toda su vida solo. Indomable, invencible, pero siempre solo […] El mundo nunca nos amará. Pero nos respetará. Quizá llegue a temernos, pero nunca nos querrá. Porque tenemos demasiada audacia… y a veces somos algo ciegos y temerarios […] El oso pardo encarna el espíritu de América. Debería ser nuestro símbolo, y no esa ridícula águila. Es un buitre con pretensiones»
Por descontado, la Pax Americana tiene un reverso tenebroso. El fracaso militar de la Guerra de Irak (2003-2011), iniciada a raíz de las inexistentes y tristemente famosas armas de destrucción masiva de Sadam, y la incapacidad para cambiar el paso de la sociedad civil en Afganistán (2001-2021) hicieron recular al imperio y envalentonaron a sus enemigos. El embajador de EEUU en Libia y otros tres compatriotas suyos no tuvieron tanta suerte en 2012 como los Perdicaris en 1904: murieron en un ataque al consulado de Bengasi perpetrado por milicias locales tras la descomposición del régimen de Gadafi. El asesinato del cámara de televisión José Couso en un hotel de Bagdad, la emboscada mortal a siete agentes del CNI camino de la capital iraquí y la muerte en acto de servicio de 102 hombres y mujeres (96 militares, dos guardias civiles, dos policías nacionales y dos intérpretes) en las provincias afganas de Herat y Badghis representan el sacrificio aportado por España a la causa.
Arteaga apunta al excluyente my way -el artículo 33, diríamos aquí- como otra de las razones que han acabado por darle la puntilla a medio siglo de orden dictado desde el Capitolio. «En algunas de las últimas actuaciones han tratado de imponer un modelo democrático que no era factible en sociedades que no estaban preparadas, o no se han dado cuenta de que ese modelo ya no casaba con las nuevas aspiraciones o los grandes cambios sociales y de valores que se han producido en el mundo. Eso les ha llevado a veces a intentar mantener el liderazgo a toda costa. Un liderazgo no compartido, sino tomando ellos las grandes decisiones»
Lo que sí parece incontestable es que Europa tendrá que hacerse cargo sí o sí de muchos de los cometidos a los que ha renunciado EEUU para centrarse en el Indo-Pacífico. «Nos guste o no, tendremos que ocuparnos de nuestros espacios de seguridad naturales: el Mediterráneo y, seguramente, Oriente Medio. Estados Unidos necesita la cooperación de terceros. Y ese vacío de poder es lo que permitirá a los europeos desarrollar una mayor autonomía»
¿Un mundo cada vez más descentralizado, o la tan cacareada multipolaridad, es entonces una buena o una mala noticia? «No estamos ante un mundo de dos -marcado por la confrontación entre Estados Unidos y China-, sino ante dos mundos que se van configurando en paralelo, pero con espacios de interrelación», aclara Colomina. «La integración seguirá, especialmente en aquellos sectores donde la conectividad o la necesidad mutua es vital para el desarrollo de los actores, y el desacoplamiento sucederá en sectores estratégicos de la confrontación geopolítica, como la tecnología, la seguridad y la defensa»
Sobre la caída del Imperio Romano hizo chistes hasta Chiquito de la Calzada. Es de esperar, por tanto, que la extinción de la Pax Americana llegue a generar incluso más literatura que la de la Pax Romana. Lo que está por ver es que nos provoque carcajadas. «A veces un mal guardia es mejor que ninguno», concluye Arteaga. «Eso no quiere decir que lo que había hasta ahora haya funcionado, pero su ausencia crea incertidumbre y tensa las relaciones internacionales. Como ocurrió con Roma, tendremos una Edad Media bastante oscura. Hasta que no aparezca un orden como el de las instituciones globales de la posguerra lo que vamos a tener más bien es un desorden»
Agencias