El presidente, que nunca reconoció la derrota ante Lula ni felicitó a su rival, afronta sus últimos días como presidente sin emitir palabra y sin actividades de Gobierno
NotMid 26/12/2022
IberoAmérica
La política brasileña se encamina hacia la fecha clave del 1 de enero en modo psicodrama y con importantes dosis de tensión: llora el presidente electo, Luiz Inácio Lula da Silva, cuando le dan el diploma que lo certifica como tal, y llora el presidente en ejercicio, Jair Bolsonaro, en un acto con líderes evangélicos. Llora y enmudece a la vez el aún inquilino del Palacio de Planalto. ¿Por qué? Teme que si vuelve a hablar, sus declaraciones empeoren aún más su situación con la Justicia y molesten además a su base de apoyo más radicalizada.
Es el callejón sin salida de Bolsonaro, un líder en depresión.
“Aunque sigue afirmando que fue perjudicado por el Tribunal Superior Electoral (TSE), Bolsonaro no está dispuesto a liderar un movimiento que intente perturbar la investidura del presidente electo Luiz Inácio Lula da Silva, como piden sus partidarios”, señaló recientemente ‘O Globo’.
El Partido Liberal (PL) de Bolsonaro presentó una demanda sin pruebas en la que pedía anular parte de los votos emitidos en la segunda vuelta de las elecciones del 30 de octubre, que Lula ganó ajustadamente por 50,9 a 49,1%. Demanda que resultó ser un búmeran: el TSE multó al PL con casi cinco millones de euros por “litigar de mala fe”.
Mientras esto sucede, grupos de bolsonaristas extremos siguen manifestándose ante cuarteles militares pidiendo que se impida la llegada de Lula al Palacio del Planalto. La situación, que hubiera envalentonado al Bolsonaro de los últimos cuatro años, es hoy un problema para el presidente, que está hundido en la depresión, según Folha de Sao Paulo.
“Después de ensayar movimientos para salir de la reclusión en la que se ha sumido desde la derrota ante Lula, Jair Bolsonaro ha vuelto a hundirse en la tristeza con la proximidad de su salida de los palacios de Alvorada y Planalto, aseguran aliados cercanos que han estado con él en los últimos días”.
Bolsonaro, que nunca reconoció la derrota ante el izquierdista Lula ni felicitó a su rival, estuvo 37 días sin emitir palabra y prácticamente sin hacerse ver en actividades de Gobierno. Intentó reponerse, pero los movimientos de mudanza y limpieza de despachos en la sede del Gobierno y en el palacio de la Alvorada, la residencia presidencial, golpearon su ánimo y volvieron a hundirlo.
Las fuentes que hablaron con el periódico brasileño aseguraron que Bolsonaro, un derechista duro que en sus primeros años de Gobierno se alineó con Donald Trump, planea alejarse de la política en los tres primeros meses de 2023, algo que tiene cierta lógica en pleno verano brasileño y con un Gobierno que se estrena.
“Además de estar deprimido y descontento por la derrota, que atribuye a la injerencia del Supremo Tribunal Federal (STF), Bolsonaro se ha quejado de la fatiga acumulada por la campaña electoral”.
La derrota de la selección de Brasil en los cuartos de final del Mundial de Qatar también impactó negativamente en Bolsonaro y en su movimiento político, que se había apropiado de los colores verde y amarillo -los de la bandera y la selección de fútbol- para convertirlos en símbolo político de la derecha, que en su versión más extrema boicoteó días atrás la ceremonia de entrega de diploma a Lula con graves y violentos disturbios en Brasilia.
Tras la derrota electoral de octubre todo cambió, escribió el analista Pablo Ortellado en O Globo: “En lugar de aprovechar la ola verde y amarilla que trajo la Copa del Mundo y sugerir que los brasileños orgullosos de la selección de Tite y los activistas movilizados en los cuarteles eran un solo cuerpo, muchos bolsonaristas se empeñaron en separarse de las masas, abandonando la camiseta y adoptando el verde oliva y el negro como uniforme”.
Así, a Bolsonaro le está sucediendo algo que no había imaginado: su creación se le está escapando de las manos, como si la Inteligencia Artificial efectivamente comenzara a sentir y pensar por sí misma.
Fue muy evidente esta semana, en una cena que el presidente compartió con senadores y diputados del PL. La muy polémica diputada Carla Zambelli, que el día de las elecciones persiguió a un hombre por las calles arma en mano, le pidió al presidente directivas acerca de qué decirle a los bolsonaristas que se siguen manifestando ante cuarteles y bloqueando carreteras. “Cada uno actúa por su cuenta, estamos desorganizados”, alegó.
Según O Globo, Bolsonaro se irritó. Gesticulando y con dureza dijo que no tenía ninguna directiva que transmitir y que no hablaría del tema.
“Bolsonaro aún no sabe cómo dirigirse a los simpatizantes. El temor del presidente es que, al no satisfacer los deseos de radicalización, la propia base se vuelva contra él”.
Eso explica que el presidente se haya casi esfumado de las redes sociales, herramienta clave para su victoria en 2018 y para su muy buena performance en 2022: sus interacciones bajaron un 93%, al caer de 7,6 millones en octubre a 487.700 en noviembre.
Sus hijos le piden que vuelva a situarse en el primer plano, critique las nominaciones ministeriales de Lula y comience a organizar la oposición. Pero el presidente no sabe, no quiere o no puede. Se ve en el espejo de Trump, y la imagen que le devuelve ya no le gusta.
Agencias