Un fallo de Musah en la tanda condena al Valencia tras una intensa e igualada final, en la que Hugo Duro había igualado el tanto de Borja Iglesias en la primera mitad
NotMid 24/04/2022
DEPORTES
Nada ha domesticado al Betis ni le ha hecho perder una alegría feroz. 17 años sin tocar plata, conformándose con placeres menores, esos que en la vida resultan lo mejor pero que en el fútbol siempre saben a poco. Los verdiblancos han conjugado demasiadas veces el verbo perder, tantas que lo han hecho una forma de vida. Pero el manquepierda lo ha aparcado un ingeniero que, sin que pierda un ápice de talento, ha convertido al equipo en una precisa máquina de fútbol. Y es que aunque no existen infinitas maneras de ganar, el Betis ha elegido un estilo que lo acerca al único objetivo que se persigue en una final: la victoria.
Todo justifica ese fin, el de lograr un estallido de felicidad, que el beticismo siente tan sostenible como Joaquín. El capitán soñó con alzar la Copa, en casa, en un estadio rendido que atesorarán en la memoria los verdiblancos como un gran botín. Y lo logró sobreponiéndose a un rival que lo miró de tú a tú hasta la tanda de penaltis.
El Betis arrancó el partido tocando su sinfonía de memoria y encontrando las costuras al Valencia con tanta facilidad que enmudeció al fondo norte del estadio. Armó Bordalás un equipo con cinco defensas, con Paulista al mando al que le sacaron la amarilla sin romper a sudar, y un centro del campo que tenía que morder los tobillos de Canales, Guido y Fekir. Desde ahí quería el Betis ganar el partido y el Valencia no perderlo. El plan que salió fue el verdiblanco. Rompió el francés por la orilla izquierda, apoyado en el velocista Bellerín que arribó al fondo y sirvió para el cabezazo a bocajarro de Borja Iglesias, intérprete de los sueños de los dos tercios de la grada teñidos de verde y de blanco.
Pareció haberse abierto la caja de Pandora que desataba el vendaval, el aluvión de señales. Primer remate, primer gol, y la evidencia de que el Valencia, golpeado en las cicatrices por las que sangra, no encontraba su lugar. Ni la coraza que le puso el técnico sirvió para sostenerlo ajeno a golpes como el que Juanmi quiso asestar poco después a un espectral rival. Bailaba la final al ritmo de los sevillanos, tanto que Iglesias se atrevió con un taconazo en el área a Bellerín para que pusiera elevara un balón que no halló testa que lo convirtiera en una ventaja mayor.
DURO, TALISMÁN
Mientras Pellegrini visualizaba su guion, Bordalás se desgañitaba, reordenaba a su empequeñecido once y ni se atrevía a mirar al banquillo, porque ahí solo tenía la bala de Bryan Gil en la recámara. Todo había ocurrido demasiado pronto.
Se sintió el Betis tan superior que cayó en la trampa de dar por muerto al Valencia, que no necesitó sobar la pelota para igualar el marcador. Con tres pases les bastó. Con tres jugadores fue suficiente. La buscó Carlos Soler en banda, filtró un pase que nadie en el estadio imaginó a Ilaix para que dejara solo a Hugo Duro ante Bravo. Era imposible que fallara el hombre talismán de las últimas copas valencianistas. Tocó en Hugo Duro en 2019 y la picó en 2022. Se permitió hasta equivocarse al tratar de asistir a Guedes en otro arreón ofensivo. Grogui el equipo de Pellegrini, aún apareció Canales para disparar al palo casi camino del vestuario. Todo estaba por escribir.
Y con mejor letra volvió al césped el Valencia. Inclinó el campo hacia su fondo y empezó a demostrar que la pelota hay llevarla a la portería. Con personalidad de quien busca en sus días más grises la novena Copa, el título bálsamo que abra las puertas de Europa. Si el Betis lo hace con pausa, ellos optaron por la electricidad. Se encontraron Guedes y Gayà para armar una jugada que salvó Claudio Bravo. Hasta Paulista se animó a volver a golpear desde la frontal. Emergía así el general que ordena, manda y da ejemplo de conducta.
Difícil resultaba para el Betis entender qué estaba pasando, cómo el rival se había olvidado de ese lema de bronco y tenía la pelota. Quería competir. Ilaix emergió para encontrar huecos, para asociarse y buscar las cosquillas al trío bético que parecía haber desaparecido.
Se levantó el fondo sur cuando Pellegrini envió a calentar a Joaquín y, como un latigazo de energía, el Betis reaccionó. Fue, otra vez, Borja Iglesias quien se zampó a la defensa para dejar solo a Juanmi ante un Mamardashvili que estiró el pie para evitar el tanto de los locales. El duelo se abrió para que buscara Canales un disparo lejano y, otra vez, Juanmi se estrellara en la cepa del poste. Rozó también el palo el balón rebañado por Borja Iglesias y mientras Fekir reclamaba penalti y, al rehacerse, se estrellaba en el meta georgiano. Los verdiblancos habían tocado arrebato. Era la hora de Joaquín para locura verdiblanca sin conseguir dominar a su rival. La locura se desató. Volvió a amargar Mamardashvili a Borja y emergió Bryan Gil para intentar que los capitanes, Gayà y Soler, esquivaran una prórroga inevitable y los penaltis. Solo falló el joven Yunus, condenando al Valencia sin querer a quedarse sin título y sin Europa.
El Betis festejó y compartió su gloria con los ausentes, los aquellos que durante años sostuvieron el escudo. Porque la gloria siempre honra a todas las generaciones anteriores.
ElMundo