NotMid 22/08/2022
EDITORIAL
El asesinato de la hija de Alexander Dugin, principal ideólogo del putinismo, es un crimen abyecto que debe ser condenado sin paliativos. El terrorismo jamás es la respuesta legítima a ninguna agresión, por brutal que esta sea, y ciertamente la invasión de un país lo es. Pero que la violencia solo engendra violencia es algo que el propio Putin olvidó no ya cuando decidió que sus tanques cruzaran la frontera ucraniana: lo lleva olvidando toda su vida, porque lleva toda su vida recurriendo a métodos mafiosos y abiertamente criminales como expresión de su voluntad de poder. Métodos que incluyen el asesinato por encargo. Hace mucho tiempo que para el autócrata ruso el crimen es una forma legítima de hacer política. Y era inevitable que cundiera ese ejemplo en un territorio política, social y moralmente degradado en el que finalmente un terrorista se ha sentido legitimado para atentar contra la vida de los Dugin.
El móvil y la autoría no están claros, y es dudoso que lleguen a estarlo tratándose de ese imperio de la desinformación que es Rusia: hay quien no descarta incluso la teoría conspirativa de una operación de falsa bandera al señalar las rápidas reacciones rusas que acusan a Zelenski de terrorismo de Estado. Las primeras hipótesis apuntan a que la explosión del coche bomba -perfectamente planeada- a las afueras de Moscú buscaba segar la vida de Dugin y no de Daria Dugina, pero en cualquier caso parece obvia la motivación política de este crimen.
Daría Dugina, que conducía el coche de su padre en el momento de la detonación, era una propagandista activa -y sancionada por Reino Unido- de esa revolución ultraconservadora y nostálgica del imperialismo soviético que anima la agenda política interior y exterior de Putin. Ucrania ha negado cualquier relación con el atentado, pero no cabe ignorar el impacto directo que esta noticia pueda tener en el devenir de la guerra. Si es posible golpear a un gurú del régimen ruso en la propia capital, entonces significa que no hay espacios seguros o libres de la posibilidad de la violencia. La primera conclusión firme que cabe extraer del luctuoso suceso es que el brutalismo de Putin solo ha servido para incrementar la inseguridad de sus propios compatriotas.