Dentro de uno es posible saber cómo va el Euribor y si bajarán los precios de la vivienda, lo que es importante en estos tiempos de incertidumbre
NotMid 26/10/2022
OPINIÓN
JORGE BENÍTEZ
Dentro de un ascensor es posible saber cómo va el Euribor y si bajarán los precios de la vivienda, lo que es importante en estos tiempos de incertidumbre. Si en el edificio donde vive hay un muerto (en paz o con herederos a la gresca), una deuda con un banco o una ganga a la venta eso se lo cuenta el ascensor. El papel de estraza que lo forra indica el comienzo de una reforma; el polvo acumulado, su presupuesto y, si está constantemente ocupado los domingos por los obreros, que el nuevo dueño del piso tiene prisa y es un inversor.
En Madrid hay aún 43.000 edificios de más de tres plantas sin ascensor. Todo el mundo aspira a uno, no sólo por comodidad o para revalorizar su inmueble, sino para ver pasar la vida. Si no se tiene, hay que pedirlo prestado a un amigo y hacerse un par de viajes por semana para revitalizar la mente y quemar calorías. Cuando se sube, la gente está de mejor humor y cuando se baja, se ve cómo el barrio se despuebla de pequeños comercios que son transformados en apartamentos. Es la demanda, dicen. La desaparición de los rótulos callejeros son heraldos de estos tiempos que anuncian una quiebra, otro cadáver -el mercado inmobiliario no es más que contar muertos con los dedos- y a un hijo que reniega del bar o la mercería de los padres.
Por primera vez en varias generaciones hay gente adinerada que prefiere bajos y locales reconvertidos de los barrios más nobles a las viviendas en altura. Quieren muchos metros y una diseñadora de interiores que se los decore con cocina abierta, lámparas de suspensión y color terracota. Así se creen que viven en el West Side de Manhattan, aunque la vista no sea un skyline sino un patio de luces. No usan el ascensor, ellos se lo pierden.
Esta moda es el regreso a la época en la que el adinerado de una comunidad ocupaba la primera planta del edificio, alquilaba las plantas intermedias y la buhardilla era destinaba a la servidumbre. Pero el ascensor lo cambió todo. Los ricos subieron y los pobres bajaron -en montacargas o por las escaleras-, como siempre. Cosas de la sociedad vertical.
Hay quien ha follado dentro del ascensor, sufrido un atraco y pedido un divorcio. Incluso hay perros que se tiran pedos. O personas que dicen que ha sido el perro. Los espejos del cubículo censuran la soberbia delatando calvas que no quieren mostrarse y enseñan a sus transeúntes a hablar sin decir nada, lo que es el ejercicio dialéctico más brillante que se conoce. Todo pasa por allí, desde la quimioterapia o el silencio cómplice hasta la moda juvenil de temporada.
Buero Vallejo tenía que haber escrito una Historia de un ascensor.