El presidente ruso se presenta como el garante de la defensa de una patria amenazada por toda clase de enemigos, en especial Estados Unidos y la Unión Europea.
NotMid 25/12/2021
Vladimir Putin se envolvió ayer en la bandera del victimismo en la gran rueda de prensa anual que ofreció con motivo de fin de año. El presidente ruso se siente asediado por Occidente. O mejor cabría decir que vuelve a jugar la misma baza que tan buenos réditos le ha dado ya en el pasado: presentarse ante sus ciudadanos como el garante de la defensa y de la integridad de una patria que el Kremlin se encarga de presentar como continuamente amenazada por toda clase de enemigos, en especial Estados Unidos y la Unión Europea. Ese victimismo es, de hecho, una de las claras señas de identidad de lo que se ha bautizado como putinismo. Un modo de ejercer el poder altamente autoritario en el que, agitando bien el nacionalismo e inflamando el ardor patriótico, el mandatario promete seguridad y estabilidad económica a los rusos a cambio de restricciones a las libertades y a los derechos políticos.
El problema es que en esta perversa ecuación la economía falla mucho más de lo declarado. Y aunque Putin presumió ayer de que Rusia se está recuperando de la pandemia mucho más rápido que otros países, la realidad es que el estado de sus finanzas de ha visto seriamente golpeado tanto por la pandemia como por las sanciones de la comunidad internacional, impuestas por sus innumerables injerencias para desestabilizar Occidente. Esto último ayuda a entender por qué Moscú lleva meses elevando la tensión y recrudeciendo el enconamiento con Washington y Bruselas; la maniobra de distracción le permite echar balones fuera y esconder sus graves problemas internos.
Pero la estrategia de Putin es extraordinariamente peligrosa. Cuando sostiene, como hizo ayer, que tiene la responsabilidad de proporcionar a Rusia las «garantías de seguridad que busca» y que ello determinará las «acciones futuras de Moscú», la comunidad internacional teme que esté abonando el terreno para una proyectada invasión de Ucrania que tendría consecuencias impredecibles. Los Veintisiete, muy preocupados por un conflicto de esta envergadura casi en su misma frontera, llevan semanas redoblando los oficios diplomáticos pero advirtiendo a la vez al Kremlin de un endurecimiento de las sanciones.
Y la Administración Biden, por su parte, ha dejado claro que no consentirá una nueva maniobra de Putin como la que le permitió anexionarse Crimea con absoluta impunidad. Como un gesto de desescalada que cabe aplaudir, ayer también Moscú y Kiev acordaron restaurar el acuerdo de alto el fuego de 2020 en el este de Ucrania. Pero el amenazador victimismo ruso sigue ahí.
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