Tras expirar el Título 42 reina la incertidumbre en la frontera
NotMid 13/05/2023
USA en español
El día después del Título 42 la frontera más caliente del planeta hierve con la misma intensidad que en jornadas precedentes. La viabilidad del punto de inflexión que busca Washington con la reactivación del Título 8 y de todas las medidas que lo acompañan, algunas en alianza con México, es todavía una incógnita. De momento, los agentes estadounidenses continuaban el procesamiento administrativo de los cientos y cientos de emigrantes que lograron saltar al otro lado durante el “ahora o nunca” de los últimos días.
La incertidumbre reina a los dos lados de la frontera, aumentada porque un juez de Florida ha suspendido la estrategia de las autoridades, que pretendía liberar a grupos y familias de emigrantes para que permanecieran en territorio estadounidense mientras se decidía su futuro. Las instalaciones de la Patrulla Fronteriza (CBP) están al límite ante la llegada de miles de emigrantes.
La disyuntiva para los miles que permanecen en el lado mexicano y para los muchos miles que avanzan desde el sur es distinta desde ayer. En Tapachula, frontera sur con Guatemala, los emigrantes protestaron porque las autoridades mexicanas han dejado de otorgar permisos para continuar su camino al norte. El Instituto Nacional de Migración también ha cerrado sus 33 albergues.
En Ciudad Juárez y otras ciudades fronterizas con EEUU, como Matamoros o Tijuana, los emigrantes ya saben que si son atrapados en el intento de cruzar el gigantesco muro serán deportados, incluso que no podrán viajar a Estados Unidos durante cinco años. Algunos han decidido porfiar en el intento, con los coyotes (“intermediarios de la emigración”, como les llaman los expertos), más hambrientos que nunca.
“Están pidiendo 5.500 dólares para cruzar por Sonoyta (frontera con Lukeville, en Arizona). Pagas la mitad ahora y la otra mitad al llegar a la ciudad que elijas en Texas. Imposible para mí, hace dos días que no comemos”, asegura el agricultor guatemalteco Apolinario Morán Escalante, de 32 años, nada más bajarse de la Bestia, el tren que atraviesa México de sur a norte y que tantos cuerpos ha despedazado durante décadas de migra. A lo largo del camino parte de los emigrantes se bajaron del ferrocarril tras llegar a distintos acuerdos con los coyotes y “polleros”.
La otra opción que ofrece Washington a los emigrantes que buscan asilo es usar la App CBP One, que proporciona fecha y hora para una cita con agentes estadounidenses, que darán el visto bueno inicial, o no, a su solicitud. Las quejas sobre su mal funcionamiento son constantes, pese a que se ha convertido en la única esperanza de lo que hasta aquí han llegado.
“El problema es mucho más complicado y lamentablemente con tecnología no se puede resolver la incapacidad burocrática del sistema migratorio”, aclara María Puerta Riera, profesora de gobierno americano en Florida. “Pedirle a ese mismo sistema que procese de manera acelerada cientos de miles de solicitudes de asilo defensivo, que es el de la frontera, es una aspiración desconectada de la realidad. Nada más hay que ver el cuello de botella de los asilos administrativos, aquellos que ocurren dentro del territorio, donde los aspirantes a asilo político deben esperar años por sus entrevistas. Los permisos de trabajo tardan hasta un año”, concluye la politóloga.
“Yo quiero entrar por la puerta grande (cita de la App y posterior concesión de asilo)”, asegura pese a todo Rafael Briceño, de 33 años, tras haber conseguido la cita para la semana que viene tras “siete meses en esta odisea”.
El zapatero venezolano de Ciudad Bolívar, frontera con Brasil, ya ha vivido la amarga experiencia de una expulsión. “Uno va con una misión, con un propósito, y tiene la certeza y la agilidad para atravesar la frontera. Me lancé por la montaña y ahí me agarró emigración en El Paso, Texas. Estuve 17 días preso y me iniciaron el proceso. Me sacaron esposado el otro día en un avión directamente hasta Tijuana (a 1.200 kilómetros). De los cientos que estábamos sólo permitieron que continuaran hacia EEUU a una veintena, al resto nos expulsaron. Pero no me puedo rendir, tengo que seguir luchando para mantener a mi familia”, asegura a este periódico.
El zapatero espera con paciencia que los pastores evangélicos de un templo situado muy cerca de la estación de ferrocarril repartan la cena de todas las noches a venezolanos, haitianos y centroamericanos. Rafael maneja una teoría, amasada con el tiempo y con su experiencia en la frontera: las posibilidades de quedarse al otro lado para cumplir el “sueño americano” son del 50% para todos los que llegan hasta aquí. Ningún dato estadístico avala su tesis.
Agencias