China ha lanzando el mayor plan de despliegue de misiles nucleares llevada a cabo por ninguna potencia desde los años cincuenta
NotMid 08/08/2023
ASIA
El lema en el trabajo del almirante John Aquilino (‘Lung’ o sea, ‘Pulmón’ para sus amigos) es “disuadir, tranquilizar, competir, y ganar”. Ése es, se supone, el principio con el que guía todos los días a los 375.000 militares y 40.000 civiles, 1.100 aviones, y 200 barcos – o sea, algo más de la mitad de toda la Armada de Estados Unidos -, que están bajo sus órdenes en el Mando del Índico y del Pacífico de Estados Unidos (Indopacom), la región militar de Estados Unidos que ocupa, literalmente, el 52% del planeta Tierra, y que va desde India hasta Chile, y desde el Polo Sur hasta el Estrecho de Bering, una lengua de agua de apenas 89 kilómetros de ancho que separa a la Siberia rusa de la Alaska estadounidense, justo la misma distancia que hay en línea recta entre el Parque del Retiro, en Madrid, y el acueducto Segovia.
El almirante, tiene bajo su responsabilidad, literalmente, la mitad del mundo. El Indopacom cubre una región en la que vive el 53% de la población mundial, en la que están siete de las diez Fuerzas Armadas más grandes del mundo por número de soldados, tres de las ocho potencias nucleares (China, Rusia, y Corea del Norte), dos de las tres mayores economías (China y Japón), y la mitad de los flujos comerciales y financieros y 3.200 idiomas, o sea, el 45% de todos los que se hablan en la Tierra.
Y, sin embargo, cuando hace dos semanas Aquilino abrió el Foro de Seguridad de Aspen Institute – algo así como el equivalente estadounidense de la Conferencia de Seguridad de Múnich -, 21 de los 26 minutos en los que le hizo preguntas la periodista de la cadena de televisión NBC Courtney Kube fueron sobre dos países: Corea del Norte y China. Los otros 34 que están en el Indopacom solo fueron nombrados en el contexto de Pyongyang y, sobre todo, Pekín. Los seis minutos restantes fueron dedicados por Kube a preguntarle a Aquilino por las dos películas Top Gun, ya que él estuvo destinado en esa escuela de entrenamiento, y por el origen de su extraño mote, que en realidad procede de la pronunciación en inglés de su nombre.
Aquilino, en realidad, está dirigiendo en primera línea la preparación de lo que puede ser la próxima gran guerra que afronte el mundo, entre Estados Unidos, con el apoyo de Japón, Corea del Sur, Taiwan, Filipinas y Australia, y China. Cuando en junio de 2005 la revista The Atlantic tituló su portada ‘Cómo combatiríamos contra China’, en un artículo que, precisamente, se centraba en el Indopacom (que entonces era el PACOM, ya que en su zona de operaciones no entraba el Índico) la tensión entre Washington y Pekín estaba mostrando una tendencia creciente.
Dieciocho años después, la CIA – cuya influencia sobre Joe Biden es enorme – afirma que el presidente chino, Xi Jinping pidió en enero a las Fuerzas Armadas de ese país que estuvieran dispuestas a invadir Taiwán en 2027. Y ésa es una versión que acepta Aquilino. “Eso lo dijo Xi”, dijo en Aspen, antes de enfatizar que “mi trabajo es impedir que eso suceda”. Eso significa una nueva Guerra Fría. “Tenemos que tener las fuerzas necesarias, las capacidades necesarias, y los socios necesarios. Todo eso genera disuasión, y la disuasión evita el conflicto“, recalcó. Pero ‘Lung’ también dejó muy claro que “si la disuasión falla y hay conflicto, nuestra misión es ganar”. Ya en abril, Aquilino dijo en un testimonio en el Congreso que “lo que más nos cuesta entender es la velocidad del cambio [en Asia] porque hemos estado en guerra en Oriente Medio durante veinte años”. En octubre, Washington afirmó que China es su principal rival y China ha lanzando el mayor plan de despliegue de misiles nucleares llevada a cabo por ninguna potencia desde los años cincuenta. Como dijo Aquilino, “la expansión militar de China no tiene rival en el mundo”. Entretanto, las relaciones diplomáticas entre los dos países están bajo mínimos, aunque en los últimos meses el Gobierno de Joe Biden ha tratado de reactivarlas, más que nada porque no quiere que Xi Jinping dé algún susto económico que pueda comprometer la reelecciones del presidente en 2024.
No es solo competición militar. También lo es económica. En el mismo Foro de Seguridad de Aspen, el embajador chino, Xie Feng, afirmó que, si Estados Unidos endurece todavía más los controles a la exportación de tecnología a su país, Pekín reaccionará de la misma manera. “Hay un refrán chino que dice que una cosa es no provocar, y otra cosa amilanarse ante las provocaciones de los otros”, dijo Xie al periodista Steve Clemons, de la web Semafor
Dos semanas antes, en parte como respuesta a la tremenda limitación de exportaciones e inversiones tecnológicas decretada por el Gobierno de Joe Biden en octubre pasado – a la que se han unido Holanda, Japón, y Corea del Sur – Pekín había impuesto restricciones a las ventas de galio y germanio, dos minerales pertenecientes al grupo de las llamadas tierras raras, que se emplean en la fabricación de microprocesadores y equipos electrónicos, médicos y ópticos. Estados Unidos está negociando con una serie de países – desde Mongolia, pese a que es casi un ‘satélite’ chino, hasta Japón – nuevas vías de suministro de ‘tierras raras’, en previsión del día en que Pekín corte definitivamente el grifo de esos minerales.
La economía se mezcla con la policía, y así es cómo la semana pasada el Departamento de Defensa anunció que va a colaborar con otras ramas del Gobierno de EEUU para crear una estrategia económica. Porque gran parte de la política económica estadounidense está dirigida por el Consejo de Seguridad Nacional, tal y como quedó claro el 30 de abril, cuando el máximo responsable de ese organismo, Jake Sullivan, dio un discurso en el think tank Brookings Institution titulado ‘La renovación del liderazgo económico de Estados Unidos’. Economía y defensa, así, se entremezclan en una situación en la que apenas hay contactos diplomáticos entre las dos mayores potencias del mundo.
Agencias