Si tan mal está su partido como creen González y Guerra, podrían haber vuelto. Y volver a hacer política de verdad, en la que creían, en la que, dicen, creen todavía
NotMid 31/10/2022
OPINIÓN
ANDRÉS TRAPIELLO
No debe de resultar sencillo salir de escena si se ha estado mucho tiempo sobre las tablas. Esparcir una última mirada sobre el público. Sin nostalgia de aplausos, sin miedo a llevar una vida solitaria. Hacerlo de una manera discreta, como Carlos V, retirado en Yuste, «para ponerse en paz»… Bien pudo decir aquel emperador: «Retirado en la paz de estos desiertos, con pocos pero doctos libros juntos, vivo en conversación con los difuntos…». Los difuntos… Los difuntos vivientes.
Sostenía el otro día aquí Rafa Latorre en un excelente artículo, a propósito del adanismo de Zapatero, que «lo extraño no es que se hayan olvidado de Alfonso Guerra en los fastos del aniversario de la victoria del 82, lo verdaderamente noticioso es que hayan invitado a Felipe González».
Cuando Latorre escribió lo suyo faltaban aún por suceder algunas otras cosas. Por ejemplo, que González, el hombre que más hizo para evitar que Sánchez llegase al poder, quisiera recibir un homenaje de éste, sabiendo que Sánchez no hubiera encontrado una manera más refinada de humillarlo que con aplausos, como humilló a Rubalcaba, corpore insepulto, dándole la fachada de Ferraz. Que Sánchez no tiene vergüenza no es noticia, pero ¿González no tendrá acaso dignidad?, se pregunta uno. ¿Honrilla al menos? El poder produce vanidad como la mar espuma, y al fin y al cabo ese hombre querrá seguir disfrutando de ese proindiviso que es la Historia, a través de su delegación del Psoe.
¿Y Guerra? Acabaron invitándole, desde luego, pero no acudió. Perro viejo. Un hombre de teatro. Un transformista. Supo desde el principio que no le haría falta ir para estar. La política es el arte de jugar a tres bandas, como el billar, por carambolas. Y desde luego que Guerra fue el Ausente en el entierro de González. Porque anteayer en Sevilla sus compañeros de partido no homenajeaban a González por los cuarenta años de su triunfo, sino para recordarle los veinticinco que lleva fuera de la política, los diez últimos conspirando inútilmente para expulsar al hombre que sentado en la primera fila aplaudía complacido. Mientras, es fácil imaginar lo que Guerra estaría diciéndose, en su casa, sardonio, entre colmillos. Lo que Bergamín del premio Cervantes que le arrebató Luis Rosales: «Se lo tiene merecido».
No es fácil hacer mutis por el foro. Aún tenemos reciente el del antiguo expresidente Hu Jintao. Tampoco quería salir Hu Jintao de escena. Tuvieron que arrancarlo de su silla ¡dos ujieres! ante la mirada atónita de los dos mil asistentes al teatro del partido comunista chino, quiero decir a su congreso extraordinario. Acaso pensara que merecía al menos dos jayanes del comité central. Su resistencia física a ser conducido al forillo resultaba, de tan triste, cómica. No fue más enérgica porque el hombre andaba escaso de fuerzas, pero tampoco podía uno compadecerse de él, porque antes ese anciano hizo lo mismo, y atropellos peores. Otro que se lo tenía merecido.
Esta escena me recordó una del Madrid de 1975. La cola kilométrica de parciales discurría con fluidez frente al féretro de Franco, sin interrupciones. De pronto un hombre, no mucho más joven que el difunto, se cuadró y se llevó la mano a la cabeza en un saludo militar, este sí muy enérgico. El duelo que fluía, se detuvo con el atasco. Pasados dos o tres segundos los ujieres de turno le invitaron a seguir, pero aquel partidario, embargado por la emoción, se negaba a moverse. Un pequeño empujón. Otro. Seguía firme y rígido. Acabaron llevándoselo como a un trasto de atrezo. Después de dejar atrás el catafalco, el partidario seguía con la mano soldada a su cabeza. Y teatro fue también aquello: el fin del régimen. Aquella estantigua lo representaba, desalojada por los nuevos tiempos y a la vista de todos los españoles, que no tardaron en dar fin a cuarenta años de una farsa castiza.
No debe de ser fácil dejar el poder, cuando se ha ejercido tanto tiempo. Resignarse a ser una sombra del pasado. El ciclo político de Guerra y González terminó hace mucho. No la Historia, sino la versión más triste de su propio partido, la de Largo Caballero, ha sacado a escena de nuevo a González. Unos minutos. Si tan mal está su partido como creen González y Guerra, podrían haber vuelto. Y volver a hacer política de verdad, en la que creían, en la que, dicen, creen todavía. Por el mismo esfuerzo que hacen para estar todo el día en pinganitos. ¿Qué se lo impide? Cuando piensas que van a dar el paso, como otros lo han dado, lo dan, pero siempre es un paso atrás. ¿Buenos chicos? ¿Masoquistas? Guerra, hombre de teatro, habrá pensado anteayer en su casa, viendo a González: «Malo es el mutis que se hace aplaudir»; y al propio Guerra sus compañeros le seguirán diciendo: «Que te vas, que te vas… y no te has ido»; y a los dos, Guerra y González, González y Guerra, tanto monta, monta tanto, y a dos días del 2 de noviembre, dirá Sánchez: «Los difuntos vivientes». Que de esto se les da trato en su insepulto Psoe.