Mientras los nacionalistas se ejercitan en el parasitismo confederal, la izquierda conjura el riesgo de alternancia democrática
NotMid 14/01/2024
OPINIÓN
MANUEL ARIAS MALDONADO
A la vista de lo sucedido esta semana en el Congreso de los Diputados, bien puede concluirse que la democracia española padece una severa disfuncionalidad: contribuyen a ella en primerísimo lugar quienes siguen diciendo que aquí no pasa nada. Pero vaya si pasa: los hechos hablan por sí solos.
Hay que recordar que el thriller parlamentario de esta semana -debían aprobarse tres decretos de contenido heterogéneo que el Gobierno tampoco esta vez había negociado con nadie- solo se resolvió una vez que el partido de Puigdemont -prófugo- ganase para Cataluña, donde su partido ni siquiera gobierna, la gestión de las competencias estatales en materia de inmigración. Daniel Gascón ha resumido inmejorablemente la distancia entre la propaganda gubernamental y su praxis política: «Para detener a la ultraderecha damos a la ultraderecha las competencias de inmigración». ¡Jugada maestra! Se publicarán asimismo las fantasmagóricas balanzas fiscales, ese artificio contable con el que convencer a los incautos de que Cataluña sufre algún tipo de maltrato histórico que debe ser reparado a costa de las regiones pobres. O sea: siente un andaluz a su mesa.
Recurriendo a su cinismo habitual, Pedro Sánchez ha apelado al «interés de la mayoría» para justificar este grotesco episodio parlamentario. Hay que suponer que lo hace para ocultar que todo su desempeño político -sea por necesidad o por convicción- ha ido en la dirección opuesta: son las minorías radicales las que marcan el paso al PSOE, que participa sin inmutarse en una mutilación constitucional perpetrada a golpe de chantaje parlamentario. Estamos ante una transacción obscena: mientras los nacionalistas se ejercitan en el parasitismo confederal, la izquierda conjura el riesgo de alternancia democrática. De ahí que el Gobierno y sus portavoces -tanto oficiales como oficiosos- se dediquen a negar la legitimidad democrática del centro-derecha, identificado de manera rutinaria con el extremismo, al tiempo que se exalta la cualidad «progresista» de los nacionalismos destituyentes.
Por pueril que sea, este aparato conceptual se ha demostrado eficaz: incluso el socialista careceño sigue votando lo mismo. Así estamos desde la moción de censura; por más que se haya dicho que Sánchez no podrá mantener este ritmo durante cuatro años, nada se le da mejor. Para eso sirve la ética de la irresponsabilidad: pendiente de los resultados e indiferente a las consecuencias. Para lidiar con estas últimas ya estamos -estaremos- los demás.