Lilith Verstrynge no acumula aún en su currículum ningún mérito de haber gestionado nada. Se ha dedicado a la vida orgánica de Podemos y se caracteriza por la inconsistencia y el sectarismo de sus declaraciones.
NotMid 24/0772022
EDITORIAL
El espacio político a la izquierda del PSOE, el que supuestamente pretende aglutinar Yolanda Díaz en torno a su plataforma Sumar, sigue en realidad sumido en guerras fratricidas internas indisimuladas que, antes que nada, están desgastando cualquier posibilidad de construir un proyecto serio y creíble de cara a las próximas citas electorales. El asunto tiene una dimensión de especial trascendencia porque afecta al mismo Gobierno de la nación. Y es que un ejercicio de las responsabilidades de Estado tan naif como el de Podemos hace que el conjunto del Ejecutivo transmita muy poca confianza. Así, la muy cuestionada ministra de Derechos Sociales Ione Belarra -líder no se olvide de la formación morada– ha sorprendido a propios y extraños con una purga que se ha cobrado la cabeza del secretario de Estado para la Agenda 2030, Enrique Santiago.
Se trata de un movimiento que vuelve a agitar las aguas profundas de la izquierda radical, puesto que el máximo dirigente del PCE es justamente uno de los alfiles que apoyan a Yolanda Díaz -no en vano militante comunista-, hasta el punto de que fue prácticamente el único dirigente de primera línea que la arropó hace 15 días en la presentación de la plataforma Sumar. En Podemos existe un fuerte malestar por el modo en que desde IU y el PCE se ha tomado partido por la vicepresidenta y ministra de Trabajo que a la vez busca diluir el protagonismo de los morados en el nuevo proyecto. Y Belarra manda un mensaje muy claro de que van a dar batalla a tal pretensión liquidando a Santiago y colocando en su lugar en el Gobierno a Lilith Verstrynge, secretaria de Organización de Podemos.
Ni Belarra ni Santiago pueden, desde luego, presumir de gestión alguna en lo que llevamos de legislatura. Pero estas guerras internas que tanto infantilizan la política sitúan a sus protagonistas más en los círculos de activismo en los que a veces parece que creen que siguen estando que en las máximas estructuras del Ejecutivo de España. La sensación de endeblez se acentúa, además, con el nombramiento como secretaria de Estado de Lilith Verstrynge, quien no acumula aún en su currículum ningún mérito de haber gestionado nada como para ponerse de pronto al frente de tal responsabilidad. Imposible también obviar que quien hace apenas siete años era becaria de Podemos, y en todo este tiempo se ha dedicado a la vida orgánica de la formación, se caracteriza por la inconsistencia y el sectarismo de sus declaraciones públicas, que pocas veces pasan desapercibidas. Como cuando recientemente se descolgaba denigrando la «cultura del esfuerzo y la meritocracia» porque, sostenía, generan «ansiedad».
Podemos es desde la marcha de Iglesias un partido en descomposición, al que su fundador ya dejó en caída libre -se ha visto en las últimas citas electorales, empezando por la de Madrid que él disputó- antes de dar un paso atrás para tratar, eso sí, de seguir tutelando a los suyos entre bambalinas. Y Díaz, por mucho que intente pasar por la política de puntillas arrogándose en una pureza imposible -«en el politiqueo jamás me encontrarán», dijo ayer para despachar la maniobra de Belarra- se ve incapaz de evitar que su plataforma esté marcada y lastrada por el cruento enfrentamiento con los morados.