De Zapatero a esta parte, se ha vuelto herético hablar de las carencias democráticas del quinquenio republicano
NotMid 05/04/2024
OPINIÓN
JUÁN CLAUDIO DE RAMÓN
No es lo mismo mentir que decir una mentira: se puede afirmar algo falso creyendo de buena fe que es verdadero. Es una reflexión que me hago a menudo escuchando a no pocos líderes políticos: ¿mienten o solo dicen mentiras? Porque para mentir con aplomo, para mentir con bravura -el mentiroso con mala conciencia se delata solo- nada más útil que aliñarse una ficción autocreíble. La inconsciencia ayuda a la impudicia y mentirá mejor quien crea que lo que dice es cierto. Un ejemplo nacional, recurrente como una madera podrida que la marea arroja cada poco al litoral mediático: que España es el segundo país del mundo tras Camboya con más fosas comunes. Afirmación absurda para cualquiera que conozca, aun someramente, la insaciable crueldad del siglo XX. Afirmación ya muy desmentida para quien haya querido enterarse. La falsedad sigue circulando: el año pasado la aventaba el propio presidente de Gobierno; hace tan solo unos días lo hacía el ministro de Memoria Democrática: ¿nos mentía o decía una mentira?
Algo parecido ocurre en Argentina. He leído con gran interés la crónica de Sebastián Fest que traía este periódico acerca de las tribulaciones memorialistas de aquel gran país. Al parecer, existen allí dos cifras de desaparecidos a manos de la sanguinaria Junta Militar. La cifra oficial dice que fueron 8.961; la cifra política dice que 30.000. Nadie cree que la cifra oficial sea la real: pudieron ser más. La cifra política, en cambio, es totémica: no se puede cuestionar. En otro reportaje sobre el mismo asunto, publicado en el diario El País, se sostiene, con no pocas sinuosidades, esta curiosa tesis: contar a bulto está bien si es por una buena causa. Una tesis chocante en un diario que busca ofrecer información veraz. Aún más extraño es que eso lo defiendan los militantes de la llamada memoria histórica: es casi como si les importara más el uso político de los víctimas, favorecido por el redondeo, que las propias víctimas.
No es el único paralelismo que emerge con España. La transición argentina se apoyó en un consenso en torno a dos violencias -dos demonios, se dice a veces- juzgadas y superadas: la militar y la guerrillera. El kirchnerismo -leemos- quebró la visión de que había que criticar ambas: solo era condenable la de la dictadura. También nuestra Transición tuvo como premisa implícita un reparto de culpas. También aquí, de Zapatero a esta parte, se ha vuelto herético hablar de las carencias democráticas del quinquenio republicano. Es posible que a muchos la teoría de los dos demonios, en España y en Argentina, les parezca injusta, y es posible que una equiparación milimétrica de maldades, en efecto, lo sea. Pero, relato por relato, mito por mito, siempre será preferible uno que se haga cargo del dolor y de las faltas de todos, que uno que ignore y silencie una parte. Mejor dos demonios que ángeles contra demonios.