Si el profesorado está más preocupado en no ofender que en profundizar en su materia, la vida intelectual se deteriora. Necesitamos una universidad que arroje luz, no que la apague
NotMid 23/10/2022
EDITORIAL
Inquieta que cada vez son más los profesores, intelectuales, periodistas, artistas o políticos que sufren boicots, acoso en las redes sociales o incluso despidos por expresar opiniones que difieren de las modas académicas y de la corrección política. Partidarios de todas las tendencias ideológicas han denunciado ya una cultura de la cancelación que tiene su origen en el mundo universitario anglosajón, y que también conecta con el creciente sentimentalismo e infantilización de la vida pública. El ciudadano y el alumno se convierten en potenciales clientes a quienes hay que regalar los oídos, y dejan de ser personas armadas de derechos y de responsabilidades.
Ingresar en una universidad significa aceptar un esfuerzo y un camino de aprendizaje que conllevan, entre otras exigencias, la necesidad de preservar la posibilidad de discrepar sin consecuencias funestas y la búsqueda del conocimiento. Y el conocimiento, en muchas ocasiones, es incómodo. Ya sea en la interpretación de un texto, el análisis de una forma de gobierno o la definición de un teorema matemático, la creación de conocimiento requiere un compromiso con la realidad que no debe plegarse a laberintos emocionales ni identitarios. Si el profesorado está más preocupado en no ofender que en profundizar en su materia, la vida académica corre el riesgo de caer en la era de la posverdad, como reflejamos hoy en un reportaje en Papel.
Esta asfixia intelectual no ha explotado en España como en EEUU o Gran Bretaña, pero aquí sí hemos sido testigos de casos que no podemos calificar de aislados, sino de muestras recurrentes de ciertos activismos. Hablamos de una legitimación de la censura que trata de convertir la universidad en un espacio de intolerancia. No se puede permitir. La universidad debe ser portadora de valores que impulsen a las sociedades democráticas y su futuro. Para ello, es imprescindible afrontar los retos y el debate de ideas con una mentalidad crítica y abierta. Necesitamos una academia que arroje luz a la discusión, no que la apague.